24, Septiembre, 1973
Una nueva conciencia y una moralidad totalmente nueva son indispensables para producir un cambio radical en la actual cultura y en la estructura social.
Esto es obvio; sin embargo, las izquierdas y las derechas y los revolucionários parecen pasarlo por alto.
Cualquier dogma, cualquier fórmula, cualquier ideología forma parte de la vieja conciencia; son las fabricaciones dei pensamiento, cuya actividad implica fragmentación -la izquierda, la derecha, el centro-.
Esta actividad conducirá inevitablemente a matanzas de derecha o de izquierda, o al totalitarismo.
Esto es lo que ocurre alrededor de nosotros.
Uno ve la necesidad dei cambio social, económico y moral, pero las respuestas provienen de la vieja conciencia donde el pensamiento es el actor principal.
La confusión, el desorden y la desdicha que los seres humanos llevan en sí, están dentro del área de la vieja conciencia y, sin cambiar eso profundamente, toda actividad humana, política, económica o religiosa, sólo nos conducirá a destruirnos unos a otros y a la destrucción de la tierra.
Esto es igualmente obvio para toda persona cuerda y razonable.
Uno debe ser luz para sí mismo; esa luz es la ley.
No existe otra ley.
Todas las otras leyes son hechas por el pensamiento y, en consecuencia, son fragmentarias y contradictorias.
Ser luz para uno mismo es no seguir la luz de otro, por razonable, lógica, histórica o convincente que sea.
Uno no puede ser luz para sí mismo si se encuentra en la oscura sombra de la autoridad, del dogma, de la conclusión.
La moralidad no la produce el pensamiento; no es el resultado de presiones ambientales; no pertenece al ayer, a la tradición.
La moralidad es hija del amor, y el amor no es deseo y placer.
El goce sexual o sensorio no es amor.
Alto en las montañas era difícil que hubiera pájaros; se veia algunos cuervos, uno que otro venado y, ocasionalmente, algún oso.
Las enormes sequoias, silenciosas, estaban en todas partes y convertían en enanos a los demás árboles.
Era una región magnífica y completamente apacible porque la caza estaba prohibida.
Cada animal, cada árbol, cada flor estaban protegidos.
Sentado bajo una de esas macizas sequoias, uno percibía intensamente la historia del hombre y la belleza de la tierra.
Una ardilla roja con aspecto de bien alimentada, pasó elegantemente junto a uno y se detuvo a pocos pies de distancia, vigilando y preguntándose qué hacía uno allí.
La tierra estaba reseca pese a que cerca había un arroyo.
No se movía una hoja, y entre los árboles reinaba la belleza del silencio y al avanzar lentamente por el estrecho sendero, a la vuelta de un recodo había una osa con cuatro cachorros que tenían el tamaño de gatos grandes .
Corrieron presurosos para trepar a los árboles mientras la madre se enfrentaba con uno sin hacer un solo movimiento, sin un solo sonido.
Nos separaban unos cincuenta pies; era un animal enorme, de color pardo, y se hallaba preparado.
Uno le volvió inmediatamente la espalda y se alejó.
Cada cual comprendió que no había temor ni intención de hacer daño, pero igualmente se alegró uno de encontrarse entre los protectores árboles, con las ardillas y los reñidores grajos.
La libertad consiste en ser luz para uno mismo; entonces la libertad no es una abstracción, una cosa invocada por el pensamiento.
La verdadera libertad lo es con respecto a la dependencia, al apego, al anhelo de experiencias.
Ser luz para uno es estar libre de toda la estructura dei pensamiento.
Es en esta luz que toda acción tiene lugar, y por eso la acción jamás es contradictoria.
La contradicción existe cuando esa ley -la luz- se separa de la acción, cuando el actor está separado de la acción.
El ideal, el principio, es el estéril movimiento deí pensar, el cual no puede coexistir con esta luz; el uno niega a la otra.
Esta luz, esta ley, está separada de uno mismo; donde hay un observador, esta luz, este amor no existe.
La estructura del observador está construida por el pensamiento, que nunca es nuevo, que nunca es libre.
No hay un «cómo», no hay sistema ni práctica alguna.
Sólo existe el ver -que es el hacer-.
Uno tiene que ver, no a través de los ojos de otra persona
Esta luz, esta ley, no es pertenencia de nadie, ni de uno mismo ni de algún otro.
Sólo existe la luz.
Esta luz es amor.
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