DIARIO 2 -J.K. - 25 DE SEPTIEMBRE DE 1973

 25, Septiembre, 1973 

Él miraba por la ventana las verdes colinas onduladas y el oscuro bosque, iluminados por el sol matinal.

 Era una bellay agradable mañana, había nubes magníficas más allá del bosque, nubes blancas con perfiles ondulantes. 

No es extraño que los antiguos dijeran que los dioses tenían su morada entre las nubes y las montañ

as. 

Por todas partes se veían estas nubes enormes contra un cielo azul y deslumbrante. 

Él no tenía un solo pensamiento y solo estaba contemplando la belleza del mundo. 

Debe de haber estado junto a esa ventana por un tiempo, y entonces ocurrió algo; ocurrió inesperadamente, sin invitación. 

Uno no puede invitar ni desear tales cosas, sea consciente o inconscientemente. 

Todo pareció replegarse y dejar espacio solamente a aquello, lo innominable, lo que no puede encontrarse en ningún templo, iglesia o mezquita, ni en página impresa alguna. 

Uno no lo encontrará en ninguna parte, y cualquier cosa que pueda encontrar, no será aquello. 

Con muchas personas en esa inmensa estructura que está cerca del Golden Hom (Estambul), él se hallaba sentado junto a un mendigo que vestia harapos desgarrados. 

Con la cabeza agachada, éste musitaba alguna plegaria. 

Un hombre comenzó a cantar en árabe. 

Tenía una voz esplêndida; toda la cúpula y el gran edifício se llenaban con esa voz que parecia estremecer la construcción. 

Tenía un efecto extraño sobre todos los que allí se encontraban; ellos escuchaban las palabras y la voz con un gran respeto, y al propio tiempo estaban hechizados. 

Él era un extraño entre todos ellos; lo miraban y luego lo olvidaban. 

La inmensa sala estaba llena y pronto se produjo un silencio; ellos ejecutaron su ritual y, uno a uno, fueron saliendo. 

Sólo quedaron êl y el mendigo; luego, el mendigo también se fue. 

La gran cúpula estaba silenciosa y el edifício quedo vacío, el ruido de la vida estaba muy lejos. 

Si uno pasea alguna vez solo en lo alto de las montañas, entre las rocas y los pinos, habiéndolo dejado todo muy abajo en el valle, cuando no se escucha un solo susurro entre los árboles y todo pensamiento se ha ido marchitando, entonces es posible que «lo otro» (the otherness) venga a uno.

 Si lo retenemos, ello jamás volverá; lo que uno retiene es el recuerdo de algo que ha muerto y desaparecido. 

Lo que se retiene no es lo real; el corazón y la mente son demasiado pequeños, sólo pueden contener las vanas cosas del pensamiento. 

Y uno se aleja más del valle, mucho más, dejándolo todo allá abajo. Después puede volver y recobrarlo si lo desea, pero esas cosas habrán perdido ya su importancia. 

Uno jamás volverá a ser el mismo.

Después de un largo ascenso de varias horas que lo llevó más alla de la línea que demarcan los ârboles, él se encontraba ahi, entre las rocas y el silencio que solo tienen las montañas; se veian unos pocos pinos deformados.

No había viento y todo estaba completamente quieto. 

Mientras regresaba, avanzando de roca en roca, oyô de pronto el sonido de una cascabel, y saltó. 

La serpiente, corpulenta y casi negra, estaba a unos pocos pasos de distancia; enroscada, con el cascabel en medio de la espiral se hallaba lista para atacar. 

La cabeza triangular, la lengua bífida oscilando hacia dentro y fuera, con sus agudos y oscuros ojos vigilantes y se la veía dispuesta para el ataque si él se hubiera aproximado. 

Durante toda esa media hora o más, sin hacer un solo guiño, lo miraba fijamente con sus ojos sin párpados. 

Desenroscándose lentamente, mientras mantenia la cabeza y la cola dirigidas hacia él, comenzo a alejarse tomando la forma de una «U», y cuando él hizo un movimento de aproximación, se enrosco al instante lista para atacar. 

Jugaron este juego durante un rato; la serpiente se estaba cansando y él dejô que ella prosiguiera su camino. 

Era una cosa realmente aterradora, corpulenta y mortífera. 

Uno debe estar solo con los ârboles, las praderas y los torrentes. 

Jamás está uno solo si carga con las cosas del pensamiento, con sus imâgenes y problemas. 

La mente no debe estar llena con las rocas y nubes de la tierra; tiene que hallarse vacía, como el vaso nuevo recién hecho. 

Entonces podrá uno ver algo en su totalidad, algo que nunca ha sido. 

Si «uno» está ahi, no puede verlo ; para verlo debe uno morir. 

Uno puede pensar que es la cosa más importante del mundo, pero no lo es; puede tener todas las cosas que el pensamiento ha producido, pero son cosas  viejas, usadas y empiezan a desmoronarse. 

El valle estaba inesperadamente fresco y, cerca de las chozas, las ardillas se hallaban aguardando sus nueces. 

Estaban habituadas a que se las alimentara diariamente en la mesa dentro de la cabaña. 

Eran muy amigables, y si uno no llégaba a tiempo comenzaban con su regaño mientras los grajos esperaban afuera ruidosamente.

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