DIARIO 2 - J.K. - 23 DE SEPTIEMBRE DE 1973

 23, Septiembre, 1973 

Estaba de pie, solo, en la margen baja deL río; no era un río muy ancho y él podia ver algunas personas en la otra orilla. 

Si éstas hubieran hablado en voz más alta, casi habría alcanzado a escucharlas. 

En la estación de las lluvias el río se encuentra con las aguas abiertas del mar. 

Había estado lloviendo por vários dias, y el no se había abierto paso entre las arenas hacia el mar que lo esperaba. 

Con las lluvias copiosas estaría otra vez limpio y uno podría nadar seguro en él. 

El río era lo suficientemente ancho como para contener una isla larga y estrecha, con verdes arbustos, unos pocos árboles bajos y una pequeña palmera. 

Cuando las aguas no eran demasiado profundas, el ganado las cruzaba para apacentar en la isla. Era un río agradable y amistoso, especialmente en esa mañana. 

Estaba de pie ahí sin nadie en los alrededores, solo, libre y distante, tendría catorce años o menos . 

Ellos lo habían encontrado a él y a su hermano muy recientemente, y ya lo rodeaba toda la agitación y la súbita importancia que le habían asignado


 (Krishnamurti escribe aquí acerca de su propia niñez en Adyar, cerca de Madras.)


 " Era" el centro del respeto y la devoción, y en los años venideros estaría a la cabeza de organízaciones y grandes propiedades. 

Todo eso y la disolución de esas organízaciones, todavia estaba por venir. 

De pie ahí, solo, perdido y extrañamente lejano, era su primer y perdurable recuerdo de aquellos dias con sus acontecimientos. 

Él no recuerda su infancia, las escuelas y los castigos. 

Años más tarde, el mismo maestro que lo lastimaba, le contó que acostumbraba a apalearlo prácticamente todos los días; él solía llorar y lo dejaban afuera, en el balcón, hasta que la escuela se cerraba y el maestro venia a pedirle que se fuera su casa; de lo contrario, hubiera seguido ahí olvidado en el balcón. 

Según le dijo este hombre, lo apaleaba porque él no podia escuchar ni recordar nada de lo que había leído o le habían enseñado. 

Más tarde, el maestro no podia creer que ese niño fuera el hombre que había pronunciado la plática que acababa de escuchar. 

Estaba sumamente sorprendido e innecesariamente respetuoso. 

Todos aquellos años pasaron sin dejar cicatrices ni recuerdos en su mente; sus amistades, sus afectos, aun esos años con quienes lo habían maltratado -de algún modo ninguno de estos eventos, amable o brutal, ha dejado huellas en él-. 

En años recientes, un escritor le preguntó si podia rememorar todos aquellos sucesos más bien extraños, y el modo en que él y su hermano fueron descubiertos y los otros acontecimientos, y cuando él contestó que no podía recordardos y sólo podia repetir lo que otros le habían contado, el hombre, con un ademán despectivo, declaro que eso era pretexto y simulación. 

Pero él nunca había bloqueado conscientemente ningún suceso, agradable o desagradable, impidiendo que penetrara en su mente. 

Los acontecimientos venían, no dejaban huella alguna y morían. 

La conciencia es su contenido; el contenido constituye la conciencia. 

Ambos son indivisibles. 

No existen el yo y el tú, sólo el contenido que estructura la conciencia como el «yo» y el «noyo». 

Los contenidos varían según la cultura, las acumulaciones raciales, las técnicas y capacidades adquiridas. 

Éstas se fragmentan como «el artista», «el científico», y así sucesivamente. 

Las idiosincrasias son las respuestas del condicionamiento, y el condicionamiento es el factor común del hombre. 

Este condicionamiento es el contenido, la conciencia. 

Ésta, a su vez, es dividida como lo consciente y lo oculto. 

Lo oculto se vuelve importante porque nunca hemos mirado la conciencia como un todo. 

Esta fragmentación se produce cuando el observador no es lo observado, cuando el experimentador es visto como diferente de la experiencia. 

Lo oculto es como lo manifiesto. 

La observación -escuchar lo manifiesto- es ver lo oculto. 

Ver no es analizar. 

En el análisis están el analizador y lo analizado, una fragmentación que conduce a la inacción, a la parálisis. 

En el ver no existe el observador, y así la acción es instantánea; no hay intervalo alguno entre la idea y la acción. 

La idea, la conclusión, es el observador -el veedor separado de la cosa que es vista-. 

La identificación es un acto del pensamiento, y el pensamiento es fragmentación. 

La isla, el río y el mar siguen todavia ahí, y también las palmeras y los edificios. 

El sol surge por entre las masas de nubes apretadas que se remontan a los cielos. 

Con sólo un taparrabo los pescadores estaban arrojando sus redes para pescar algunos míseros pececillos. 

La pobreza que se acepta de mala gana, es una degradación. 

Tarde en el anochecer era agradable estar entre los mangos y las flores perfumadas.

 ¡Qué bella es la tierra!

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