30, Septiembre, 1973
Era una larga serpiente amarillenta que cruzaba el camino bajo una higuera de Bengala.
Él volvía de un prolongado paseo cuando vio a la serpiente.
La siguió desde muy cerca hasta un montículo de tierra; vió como escudriñaba el interior de cada agujero, completamente ajena a la presencia de él, aunque estaba casi encima de ella.
Era más bien gruesa y tenía un gran bulto en medio de su largo cuerpo.
Los aldeanos, de cámino a sus casas, habían cesado de hablar y observaban; uno de ellos nos advirtió que se trataba de una cobra y que sería mejor andarse con cuidado.
La cobra desapareció dentro de un agujero y él reanudó su camino.
Retomó al otro día intentando ver a la cobra nuevamente en el mismo sitio.
No había ninguna serpiente ahí, pero los aldeanos habían puesto un pote chato de leche, algunas caléndulas, una piedra grande con unas cuantas cenizas encima y unas pocas flores más.
Ese lugar se había vuelto sagrado, y ya todos los dias habría flores nuevas; todos los aldeanos de los alrededores sabían que ese sitio se había vuelto sagrado.
Unos meses más tarde él regresó a aquel lugar; había leche, flores recién cortadas, y la piedra había sido decorada nuevamente.
Y la higuera de Bengala estaba un poco más vieja.
El templo dominaba el Mediterrâneo azul; se hallaba en ruinas y solo quedaban las columnas de mármol.
Fue destruido en una guerra pero seguia siendo un santuario sagrado.
Una tarde, con el sol iluminando los mármoles, mientras se encontraba uno solo, percibió la atmosfera sagrada; no había alrededor visitantes que perturbaran con su charla interminable.
Las columnas se estaban tornando de oro puro y el mar lejano se veía intensamente azul.
Preservada y guardada bajo llave estaba ahí la estatua de la diosa; era permitido verla solamente a horas determinadas y así estaba perdiendo ella la belleza de lo sagrado.
El mar azul permanecia inmutable.
Era una encantadora cãsita de campo con un césped que había sido apisonado, segado y escardado por más de un año.
Todo el lugar se hallaba bien cuidado, era próspero y alegre; detrás de la casa había un pequeño huerto; era un bello lugar, con un arroyo apacible y silencioso que corría junto a él .
La puerta se abrió y la sujetaron con una escultura del Buda que fue colocada en su sitio de un puntapié.
El dueño de casa no tenía conciencia alguna de lo que estaba haciendo; para él, era un tope de puerta.
Uno se preguntó si aquel hombre hubiera hecho lo mismo con una estatua que reverenciara él, porque se trataba de un cristiano.
La gente niega las cosas sagradas de los otros, pero conserva las propias; las creencias de otro son supersticiones, pero las de uno mismo son razonables y reales.
¿Qué es lo sagrado?
Según dijo, había recogido el objeto en una playa; era una pieza de madera lavada por el mar, con la forma de una cabeza humana.
Estaba hecha de madera dura y había sido moldeada por las aguas y pulida por muchas estaciones.
Él la había traído a la casa colocándola sobre la repisa de la chimenea,; la contemplaba de cuando en cuando y admiraba lo que había hecho.
Un día le puso alrededor algunas flores, y después eso se repitió cotidianamente.
Se sentia incómodo si no había flores frescas todos los dias; y, poco a poco, ese trozo de madera moldeada se volvió una cosa importante en su vida.
No habría permitido que nadie la tocara excepto él mismo (los demás podrían profanarla); antes de tocarla, se lavaba las manos.
La cosa se había convertido en algo santo, sagrado, y solamente él era el alto sacerdote de ella; la representaba; ella le enseñaba cosas que él jamás hubiera sabido por sí mismo.
Su vida se había llenado con eso y, según decía, era inexpresablemente feliz.
¿Qué es lo sagrado?
No las cosas hechas por la mente o por la mano o por el mar.
El símbolo nunca es lo real; la palabra hierba no es la hierba del campo; la palabra dios no es dios.
La palabra jamás contiene lo total, por ingeniosa que sea la descripción.
La palabra «sagrado» no tiene por sí misma significado alguno; se vuelve sagrada únicamente en su relación con algo, ilusorio o real.
Lo real no son las palabras de la mente; la realidad, la verdad no puede ser tocada por el pensamiento.
Donde está el percibir, no está la verdad.
El pensador y el pensamiento deben llegar a su fin para que la verdad sea.
Entonçes, «lo que es», es lo sagrado -ese antiguo mármol con el sol dorado sobre él, esa serpiente y el aldeano-.
Donde no hay amor nada es sagrado.
El amor es totalidad; en el amor no existe la fragmentación.
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