DUODÉCIMA PLÁTICA EN EL ROBLEDAL
Creo que la mayoría de las personas ha perdido el arte de escuchar. Vienen aquí con sus problemas particulares y piensan que escuchándome hablar se resolverán sus problemas. Me temo que no ocurrirá tal cosa; pero si saben cómo escuchar, entonces comenzarán a comprender lo total y sus mentes no estarán enredadas en lo particular.
Por lo tanto, si se me permite sugerirlo, no traten de obtener de esta plática una solución para su problema particular o un alivio para su sufrimiento. Podré ayudarlos, o más bien podrán ayudarse a sí mismos sólo si piensan de una manera nueva, creativa. Consideren a la vida, no como diversos problemas aislados, sino comprensivamente, como una totalidad, y háganlo con una mente no sofocada por la búsqueda de soluciones. Si pueden escuchar sin la carga de los problemas, con una perspectiva global, verán que su problema particular tiene un significado diferente; aunque quizá no se resuelva de inmediato, comenzarán a discernir su verdadera causa. Al pensar de una manera nueva, al aprender de nuevo a pensar, se disolverán los problemas y conflictos que abruman a la mente y al corazón y de los cuales surgen toda la falta de armonía, la pena y el sufrimiento.
Ahora bien, cada uno de nosotros está más o menos consumido por deseos cuyos objetos varían conforme al medio, al temperamento y a la herencia. De acuerdo con nuestra condición particular, con nuestra particular crianza y educación, con nuestro trasfondo religioso, social y económico, hemos establecido ciertos objetivos cuyo logro perseguimos incesantemente, y esta persecución se ha vuelto algo capital en nuestras vidas.
Una vez que hemos establecido estos objetivos, surgen naturalmente los especialistas que actúan como guías hacia el logro de nuestros deseos. En consecuencia, la perfección de la técnica, la especialización, se convierten en meros instrumentos para alcanzar el objetivo que perseguimos, y a fin de lograr este objetivo que hemos establecido a causa del condicionamiento religioso, económico y social, debemos tener especialistas. De este modo, la acción pierde su significado, su valor, porque lo único que nos interesa es el logro de un objetivo, no la plena realización de la inteligencia, que es acción; lo que nos interesa es llegar, no la realización en sí. El vivir se vuelve solamente un medio para un fin, y la vida una escuela donde aprendemos a lograr un objetivo. La acción se convierte en nada más que un instrumento con el cual podemos llegar a ese objetivo que hemos establecido a través de distintos medios y condiciones. Así la vida llega a ser una escuela de gran conflicto y lucha, nunca un hecho de realización plena, de riqueza e integridad.
.Entonces comenzamos a preguntar cuál es el objeto, el propósito del vivir. Esto es lo que pregunta la mayoría, lo que está en la mente de casi todos los que vienen aquí. ¿Para qué estamos viviendo? ¿Cuál es el objeto? ¿Cuáles la finalidad? ¿Cuál es el propósito? Les preocupa el propósito, la finalidad, antes que el vivir en el presente; mientras que un hombre que se realiza, jamás inquiere acerca del propósito, porque la realización misma es suficiente. Pero puesto que ustedes no saben cómo realizarse, cómo vivir de manera completa, rica, suficiente, empiezan a indagar acerca del propósito, la meta, la finalidad, porque piensan que podrán enfrentarse a la vida si conocen el propósito -al menos creen que pueden conocerlo-. Entonces, conociendo el propósito, esperan utilizar la experiencia como un medio para alcanzarlo; en consecuencia, la vida se convierte en un instrumento, una medida, un valor para llegar a ese logro.
Consciente o inconscientemente, subrepticia o abiertamente, empezamos a indagar en el propósito de la vida, y cada uno recibe una respuesta de los así llamados especialistas. El artista, si ustedes le preguntan cuál es el propósito de la vida, les dirá que, para él, es la expresión propia por medio de la pintura, la escultura, la música o la poesía; el economista, si le preguntan, les dirá que es el trabajo, la producción, la cooperación, vivir juntos, funcionar como un grupo, como sociedad; si se lo preguntan al devoto, les dirá que el propósito de la vida es buscar y realizar a Dios, vivir de acuerdo con las leyes establecidas por los Maestros, profetas, salvadores, y que viviendo conforme a esas leyes y edictos, ustedes pueden realizar la verdad que es Dios. Cada especialista les da su respuesta acerca del propósito de la vida, y ustedes, conforme a su temperamento, a sus fantasías e imaginación, comienzan a establecer estos propósitos, estos fines, estos ideales.
Semejantes ideales y fines se han vuelto tan sólo un puerto seguro o un refugio, porque ustedes los usan para protegerse y guiarse en esta confusión. Así, comienzan a utilizar estos ideales para medir sus experiencias, para indagar en las condiciones del medio. Lo hacen sin el deseo de comprender o realizar, simplemente para investigar el propósito del medio en que viven; y en el descubrimiento de ese propósito -conforme al condicionamiento, a los preconceptos que tienen-; sólo eluden el conflicto que implica vivir sin comprensión.
La mente ha dividido, pues, la vida de tres maneras: una, en ideales, propósitos, culminaciones, logros, finalidades; otra, la confusión, el conflicto, la perturbación, la falta de armonía; y finalmente, el yo, uno mismo, la conciencia egocéntrica. O sea, que la mente ha separado la vida en estas tres divisiones. Ustedes están atrapados en la confusión, y así, a través de esta confusión, este conflicto, esta perturbación que no es sino dolor, trabajan con un fin, un propósito en vista. Cruzan vadeando esta confusión, la surcan hacia la meta, el puerto de refugio, hacia el logro del ideal, y estos ideales, fines, refugios, han sido concebidos por expertos económicos, religiosos y espirituales.
Así que, en un extremo, están ustedes vadeando a través de las condiciones y del medio y creando conflicto, mientras que en el otro, tratan de realizar ideales, propósitos y logros que se han convertido en refugios. El propio indagar en el propósito de la vida indica falta de inteligencia en el presente; y el hombre plenamente activo, no perdido en actividades como lo está la mayoría de los norteamericanos, sino plenamente activo, inteligentemente, emocionalmente vital, es el que se ha realizado. Por lo tanto, la indagación en un fin es inútil, porque no hay tal cosa como un fin y un principio; sólo existe el movimiento continuo del pensar creativo, y lo que ustedes llaman problemas son los resultados de vadear este desorden en busca de una culminación. Es decir, se interesan en cómo superar esta confusión, en cómo ajustarse al medio para llegar a un fin. En eso ocupa toda la vida, en cómo abrirse paso por la confusión, en cómo dominarla, cómo vencerla y, por lo tanto, en cómo evadirla. Quieren llegar a esa evasión perfecta que llaman ideales, a ese refugio perfecto que llaman el propósito de la vida y que no es más que un escapar de la presente confusión.
Naturalmente, cuando buscan superar, dominar, evadir y llegar a esa meta final, surge la búsqueda de sistemas y de sus líderes, guías, maestros y expertos; para mí, son todos explotadores. Los sistemas, los métodos con sus maestros y todas las complicaciones de sus rivalidades, seducciones, promesas y engaños, crean en la vida divisiones conocidas como sectas y cultos.
Eso es lo que sucede. Cuando ustedes buscan un logro, un resultado, cuando buscan superar la confusión sin tomar en cuenta al “uno”, a la conciencia del “yo”, al objetivo que, consciente o inconscientemente, están persiguiendo todo el tiempo, es natural que deban crear explotadores, ya sean del pasado o del presente; y así quedan atrapados en la mezquindad de todos ellos, en sus celos, sus disciplinas, sus divisiones y en la falta de armonía que los caracteriza.
Por lo tanto, el mero deseo de abrirse paso por esta confusión crea siempre nuevos problemas, porque no se toma en cuenta al actor ni a la manera como actúa, sino sólo la escena de la confusión como un instrumento para alcanzar un objetivo.
Ahora bien, a mi entender, la confusión, el objetivo y el “uno” son la misma cosa, no hay división alguna. Esta división es artificial y tiene su origen en el deseo de ganar, en la búsqueda de acumulación adquisitiva, la cual nace de la insuficiencia.
Al volvemos conscientes de la vacuidad, de la superficialidad, comenzamos a darnos cuenta de la insuficiencia absoluta de nuestro propio pensar y sentir, y así surge en nuestros pensamientos la idea de la acumulación, y de allí proviene esta división entre el “uno”, la conciencia egocéntrica, y el objetivo que ella persigue. Para mí, como dije, no puede haber tal distinción, porque tan pronto nos realizamos ya no pueden existir el actor y la acción, sino sólo ese movimiento creativo del pensar que no busca un resultado; por consiguiente, hay un continuo vivir, el cual es inmortalidad.
Pero ustedes han dividido la vida. Consideremos lo que es este “yo”, este actor, este observador, este centro del conflicto. No es sino un largo rollo de la memoria. He discutido muy detenidamente la memoria en mis pláticas anteriores y no puedo entrar en detalles ahora. Si les interesa, leerán lo que he dicho. Este “yo” es un rollo de memoria en el cual hay acentuaciones. A estas acentuaciones o depresiones las llamamos “complejos” y desde ellos actuamos. O sea, la mente, al advertir su insuficiencia, persigue una ganancia y, por lo tanto, crea una distinción, una división. Una mente semejante no puede comprender el medio en que vive y, al no poder comprenderlo, debe confiar, para guiarse, en la acumulación de la memoria; porque la memoria no es sino una serie de acumulaciones que actúan como guía hacia un objetivo. Ese es el propósito de la memoria. La memoria es la falta de comprensión; esa falta de comprensión es nuestro trasfondo, y de ese trasfondo procede nuestra acción.
Esta memoria actúa como una guía hacia un objetivo, y ese objetivo preestablecido es tan sólo un refugio al que llamamos ideal, verdad. Dios o perfección. El principio y el fin, el “uno” y la meta, son los resultados de esta mente autoprotectora.
He explicado cómo surge una mente autoprotectora; surge como resultado de la conciencia o percepción de la vacuidad, del vacío. Debido a eso, comienza a pensar en términos de logro, de adquisición, y desde allí funciona dividiendo la vida y restringiendo sus acciones. Por consiguiente, el objetivo y el “uno” que lo persigue son el resultado de esa mente autoprotectora; y el conflicto, la confusión y la falta de armonía no son sino el proceso de autoprotección, se originan en esta autoprotección, tanto espiritual como económica.
Espiritual y económicamente buscan ustedes la seguridad, porque confían en la acumulación para su riqueza, su comprensión, su plenitud, su realización. Y así el astuto, tanto el del mundo económico como el del espiritual, los explota, porque uno y otro buscan el poder exaltando el sentimiento de autoprotección. De este modo, cada mente hace un esfuerzo tremendo para protegerse a sí misma, y el objetivo, los medios para lograrlo y el “uno” que los persigue, son nada más que el proceso de autoprotección. ¿Qué sucede cuando existe este proceso? Tiene que haber conflicto con las circunstancias, circunstancias que llamamos “sociedad”; está el “uno” que trata de protegerse contra lo colectivo, el grupo, la sociedad.
Ahora bien, lo opuesto a eso no es real. O sea, no piensen que si dejan de protegerse estarán perdidos. Por el contrario, estarán perdidos si se protegen debido a la insuficiencia, a la superficialidad del pensamiento y del afecto. Pero si dejan de protegerse a sí mismos sólo porque piensan que, gracias a esos, van a encontrar la verdad, ésa será nuevamente nada más que otra forma de protección.
Por lo tanto, como durante siglos, generación tras generación, hemos desarrollado esta rueda de la autoprotección espiritual y económica, descubramos si es real. Tal vez en lo económico podamos sostener por un tiempo la autoprotección. El hombre que cuenta con dinero y muchas posesiones y ha asegurado para su cueipo comodidades y placeres, por lo general, si observan a ese hombre, verán que es muy incompleto, poco inteligente y busca a tientas la así llamada protección espiritual.
Investiguemos, no obstante, si realmente existe la autoprotección espiritual, porque vemos que en lo económico no hay seguridad. La ilusión de la seguridad económica se demuestra en todo el mundo por estas depresiones, crisis, guerras, calamidades, por el caos que reina. Reconocemos esto y, en consecuencia, nos volvemos hacia la seguridad espiritual. Pero, a mi entender, no hay seguridad, no hay autoprotección ni podrá haberla jamás.
Digo que sólo existe la sabiduría, la cual es comprensión, no protección. Es decir, la seguridad, la autoprotección, son el resultado de la insuficiencia, y en ellas hay un pensar creativo, no hay inteligencia, sólo existe la constante batalla entre el “uno” y la sociedad, batalla en la que el astuto los explota despiadadamente. Mientras estén persiguiendo la autoprotección, tiene que haber conflicto y, por ende, no puede haber comprensión, sabiduría. Y mientras esta actitud exista, nuestra búsqueda de la espiritualidad, de la verdad, de Dios, es vana, inútil, porque es tan sólo la búsqueda de un poder mayor, de una mayor seguridad.
Sólo cuando la mente, que se ha refugiado tras las murallas de la autoprotección, se libere de sus propias creaciones, puede tener existencia esa realidad exquisita. Al fin y al cabo, estas murallas autoprotectoras son creaciones de la mente que, consciente de su insuficiencia, erige las murallas y se refugia detrás de ellas. Consciente o inconscientemente, hemos construido estas barreras, y nuestra mente está tan mutilada, atada, sujeta, que la acción genera un conflicto cada vez mayor y origina más y más perturbaciones.
Por lo tanto, la mera búsqueda de una solución para nuestros problemas no va a liberar a la mente de crear nuevos problemas. En tanto exista este centro de autoprotección nacido de la insuficiencia, tiene que haber perturbaciones, tremendo pesar y sufrimiento; y no podemos liberar a la mente del sufrimiento, disciplinándola para que no sea insuficiente.
Es decir, no podemos disciplinamos o ser influidos por las condiciones y el medio, a fin de no ser superficiales. Nos decimos a nosotros mismos: “Soy superficial, reconozco el hecho; ¿cómo voy a librarme de él?” Yo digo que no busquen librarse de ello, lo cual es tan sólo un proceso de sustitución, sino vuélvanse conscientes, perciban qué es lo que da origen a esta insuficiencia. Esa percepción no puede ser obligada, no puede ser influida por un ideal, por un temor o por la persecución de placeres y poderes. La causa de la insuficiencia pueden descubrirla sólo mediante la percepción alerta. O sea, examinando el medio y penetrando profundamente en su significado, se revelarán las astutas sutilezas de la autoprotección.
Al fin y al cabo, la autoprotección es el resultado de la insuficiencia, y como durante siglos la mente ha sido adiestrada y permanece atrapada en ese cautiverio, ustedes no pueden disciplinar ni superar la autoprotección. Si lo hacen, pierden el significado de los engaños y las sutilezas del pensamiento y de la emoción tras los cuales la mente se ha protegido; y para descubrir estas sutilezas, tienen que volverse conscientes de ellas, tienen que estar muy alerta.
Ahora bien, estar alerta no es alterar las cosas. Nuestra mente está acostumbrada a la alteración, que es tan sólo modificación, ajuste, que consiste en disciplinarse a una condición; mientras que si están alerta, descubrirán la plena significación del medio. Por lo tanto, no hay modificación, sino libertad completa con respecto a ese medio.
Sólo cuando estas murallas de protección son destruidas en la llama de la percepción alerta, en la cual no hay modificación ni alteración ni ajuste, sino comprensión completa del medio con todas sus delicadezas y sutilezas, sólo gracias a esa comprensión existe lo eterno, porque en ella no hay un “uno” funcionando como foco autoprotector. Pero mientras ese foco autoprotector que ustedes llaman el “yo” exista, tiene que haber confusión, perturbaciones, falta de armonía y conflicto. Ustedes no pueden destruir estos obstáculos disciplinándose o siguiendo un sistema o imitando un patrón de conducta; pueden comprenderlos con todas las complicaciones que contienen, sólo mediante la plena percepción alerta de mente y corazón. Entonces existe un éxtasis, existe ese movimiento viviente de la verdad, el cual no es un objetivo ni una culminación, sino un vivir siempre creativo, un éxtasis que no puede ser descrito, porque toda descripción por fuerza tiene que destruirlo. Mientras uno no es vulnerable a la verdad, no hay éxtasis, no hay inmortalidad.
1 de julio de 1934
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