Ciudad de Nueva York Nueva York, 1935
PRIMERA PLÁTICA EN EL SALÓN DEL MUNICIPIO
(Este texto también contiene lo sustancial de las pláticas ofrecidas por Krishnamurti en Hollywood el 3 de marzo, y en Chicago el 7 de marzo de 1935)
Amigos:
La mayoría de nosotros trata de resolver sus múltiples dificultades y problemas dentro de la distinción artificial que hemos creado entre el grupo y el individuo. Ahora bien, para mí, tal distinción del individuo como opuesto al grupo, desnaturaliza y destruye la claridad de pensamiento, y una desnaturalización semejante conducirá, naturalmente, a muchas represiones y exageraciones entre el individuo y el grupo.
Cuando buscamos vías y medios para salir de este caos, se nos ofrecen métodos ingeniosos y complicados, y cada individuo escoge la solución conforme a su idiosincrasia particular, la cual depende de su educación social y sus inclinaciones religiosas.
No deseo agregar nuevas teorías o explicaciones a las ya existentes. Para mí, la verdadera solución de nuestros problemas, directa, simple, puede darse por medio de la inteligencia; cuando existe tal inteligencia podemos comprender la vida como una totalidad.
Ahora bien, esta inteligencia no se despierta mediante el seguimiento de ningún grupo o sistema, ni obedeciendo las propias idiosincrasias e inclinaciones particulares. Para despertar la verdadera inteligencia, primero tenemos que investigar las numerosas estupideces que debilitan la mente y el corazón, y no buscar una definición de la inteligencia; porque, cuando descubramos cuáles son esas estupideces y liberemos a la mente de ellas gracias a una constante percepción alerta, seremos capaces de conocer por nosotros mismos qué es la verdadera inteligencia.
Al descubrir por nosotros mismos las limitaciones que el medio ha puesto a nuestro alrededor, al discernir su verdadero significado y, de ese modo, desprendemos de las estupideces, comenzaremos a comprender qué es la verdadera inteligencia. La expresión de esa inteligencia en la acción es inmortalidad; ésa es la bienaventuranza del vivir en el presente.
Ustedes tienen muchas ideas con respecto a la plenitud de la vida y a la inmortalidad. Pero, para mí, esta inmortalidad, esta riqueza, esta plenitud de vida sólo puede comprenderse y vivirse cuando la mente está por completo libre de las limitaciones y estupideces que el medio pasado y presente, heredado o adquirido, está determinando continuamente en tomo a nosotros.
Así que, por favor, si es que puedo sugerirlo, no recurran a mí por nuevas explicaciones durante esta plática, o por una nueva serie de fórmulas o definiciones. Tales explicaciones y fórmulas sólo ofrecen medios para escapar del conflicto. Las mentes, en su mayoría, desean copiar, imitar, seguir, porque no pueden pensar por sí mismas, o bien porque el conflicto es tan intenso que prefieren escapar por medio de sistemas, definiciones, explicaciones. Sólo estando continuamente alerta al medio que nos rodea y a la imposición de sus siempre crecientes estupideces, sólo cuestionándolas constantemente, terminamos con los escapes y nos enfrentamos cara a cara con el conflicto, lo cual nos da la capacidad de comprender inteligentemente el medio.
Lo que quiero explicar durante esta plática es cómo creamos las estupideces; sin comprender esta creación continua, inconsciente, el mero investigar qué es la inteligencia sólo nos proporciona otro escape. Por lo tanto, toda nuestra investigación debe estar dirigida hacia lo que es la estupidez y su causa, antes que hacia lo que es la inteligencia. Como dije, hasta que tratamos de liberar a la mente de estas estupideces que el medio pasado y presente ha creado en tomo a nosotros y por las cuales mutila nuestra acción, hasta que las percibimos y comprendemos su verdadero significado, hasta entonces nuestra investigación en la inteligencia resulta inútil.
El propósito de mi plática es ayudarles a descubrir cuáles son las estupideces y cómo pueden desembarazarse de ellas.
Ahora bien, cada experto, cada autoridad, cada secta, cada partido, ofrece una salida para este conflicto cuya existencia conocemos. Cada cual expone una idea, una teoría, un método para la solución de este espantoso enredo. Estos teóricos, o las personas que ofrecen explicaciones, pueden dividirse, creo, en dos categorías: los que se proyectan a lo extemo y los que se proyectan a lo intemo.
Ahora bien, esta inteligencia no se despierta mediante el seguimiento de ningún grupo o sistema, ni obedeciendo las propias idiosincrasias e inclinaciones particulares. Para despertar la verdadera inteligencia, primero tenemos que investigar las numerosas estupideces que debilitan la mente y el corazón, y no buscar una definición de la inteligencia; porque, cuando descubramos cuáles son esas estupideces y liberemos a la mente de ellas gracias a una constante percepción alerta, seremos capaces de conocer por nosotros mismos qué es la verdadera inteligencia.
Al descubrir por nosotros mismos las limitaciones que el medio ha puesto a nuestro alrededor, al discernir su verdadero significado y, de ese modo, desprendemos de las estupideces, comenzaremos a comprender qué es la verdadera inteligencia. La expresión de esa inteligencia en la acción es inmortalidad; ésa es la bienaventuranza del vivir en el presente.
Ahora bien, cada experto, cada autoridad, cada secta, cada partido, ofrece una salida para este conflicto cuya existencia conocemos. Cada cual expone una idea, una teoría, un método para la solución de este espantoso enredo. Estos teóricos, o las personas que ofrecen explicaciones, pueden dividirse, creo, en dos categorías: los que se proyectan a lo extemo y los que se proyectan a lo intemo.
Así que, por favor, si es que puedo sugerirlo, no recurran a mí por nuevas explicaciones durante esta plática, o por una nueva serie de fórmulas o definiciones. Tales explicaciones y fórmulas sólo ofrecen medios para escapar del conflicto. Las mentes, en su mayoría, desean copiar, imitar, seguir, porque no pueden pensar por sí mismas, o bien porque el conflicto es tan intenso que prefieren escapar por medio de sistemas, definiciones, explicaciones. Sólo estando continuamente alerta al medio que nos rodea y a la imposición de sus siempre crecientes estupideces, sólo cuestionándolas constantemente, terminamos con los escapes y nos enfrentamos cara a cara con el conflicto, lo cual nos da la capacidad de comprender inteligentemente el medio.
Lo que quiero explicar durante esta plática es cómo creamos las estupideces; sin comprender esta creación continua, inconsciente, el mero investigar qué es la inteligencia sólo nos proporciona otro escape. Por lo tanto, toda nuestra investigación debe estar dirigida hacia lo que es la estupidez y su causa, antes que hacia lo que es la inteligencia. Como dije, hasta que tratamos de liberar a la mente de estas estupideces que el medio pasado y presente ha creado en tomo a nosotros y por las cuales mutila nuestra acción, hasta que las percibimos y comprendemos su verdadero significado, hasta entonces nuestra investigación en la inteligencia resulta inútil.
El propósito de mi plática es ayudarles a descubrir cuáles son las estupideces y cómo pueden desembarazarse de ellas.
Ahora bien, cada experto, cada autoridad, cada secta, cada partido, ofrece una salida para este conflicto cuya existencia conocemos. Cada cual expone una idea, una teoría, un método para la solución de este espantoso enredo. Estos teóricos, o las personas que ofrecen explicaciones, pueden dividirse, creo, en dos categorías: los que se proyectan a lo extemo y los que se proyectan a lo intemo.
El hombre proyectado a lo extemo dice que todos los problemas humanos pueden ser resueltos controlando el medio en que vivimos. O sea, dice que el pensamiento humano puede ser cambiado, alterado, controlado por medio de la organización, ya sea del trabajo o de los medios de producción y distribución, y así sucesivamente. Considera que el hombre es como una arcilla que puede ser condicionada por el medio; por lo tanto, controlando ese medio y perfeccionando el grupo, el individuo tendrá una oportunidad para expresarse a sí mismo. Es decir, ya no será más antisocial porque, siendo mera arcilla capaz de ser condicionada, su medio puede ser controlado, y así sus ambiciones, su perspectiva de la vida, sus deseos nunca se opondrán al grupo y no serán antisociales. El hombre será, entonces, condicionado conforme a un nuevo conjunto de ideas y teorías de modo que, como individuo, jamás pueda entrar en conflicto con el grupo o con la sociedad.
Si ustedes piensan que el hombre es tan sólo materia para ser condicionada, controlada, entonces no hay nada más que decir. Entonces la vida es muy simple; entonces trabajemos todos para la mera perfección del medio, siguiendo cierto conjunto de teorías e ideas, y seamos condicionados por ellas.
Y bien, yo no estoy en contra ni a favor de este punto de vista. Quiero investigarlo de manera más completa. Si el hombre es tan sólo una entidad social, y si alterando las circunstancias y el medio se crea en él el hábito de buscar nada más que el bienestar del grupo de modo que no sea antisocial, y si eso es todo, entonces me parece que la vida se vuelve muy trivial, una serie de acciones incompletas, superficiales.
También tenemos al hombre proyectado hacia lo interno, quien dice que la vida no es sino espíritu. Se expresa, dice, en lo supremo del hombre; dejémosle seguir eso supremo, tal como fue mostrado por los maestros, por los diversos sistemas filosóficos; dejémosle que se vuelva más religioso, que siga a los grandes líderes, que tenga disciplina, que ingrese en organizaciones espirituales y obedezca a la autoridad espiritual, que sea guiado por el temor, y de ese modo triunfará finalmente sobre las circunstancias, sobre el medio.
Así, tienen ustedes las exageraciones del hombre que se proyecta hacia lo externo y las exageraciones del hombre que se proyecta hacia lo interno: la persona que dice que el hombre es nada más que arcilla y, por lo tanto, siempre puede ser condicionado; y el otro, el hombre proyectado hacia lo interno, el así llamado hombre espiritual, quien insiste en que primero es el cambio del corazón.
Tenemos, pues, estos dos tipos. El énfasis o la exageración de uno u otro, destruye su propio objetivo. El hombre que dice “primero el medio” y el hombre que dice “primero el espíritu”, cada uno con sus exageraciones y sus énfasis falsos, destruirán sus propios fines. Mientras que, a mi entender, la solución, o más bien la manera de pensar, el verdadero despertar de la inteligencia -que es lo único que puede resolver los innumerables conflictos y problemas tanto sociales como individuales- se encuentra en el perfecto equilibrio entre los dos hombres, mucho más allá de los dos; y ese equilibrio es el camino simple y directo.
Estudiar diversos sistemas filosóficos y económicos, estudiarlos todos a fondo como para poder comparar, requiere un gran esfuerzo, y son pocos los que tienen el tiempo, la capacidad o la inclinación para adentrarse en los complicados razonamientos y teorías de tales sistemas. ¿Y qué sucede cuando ustedes no tienen tiempo para examinar las innumerables explicaciones de los expertos que compiten entre sí? Escogen a uno que les agrada, que consideran razonable; y como no tienen tiempo para investigar a fondo su sistema, se limitan a aceptar su autoridad. Cuanto más importante es el experto, tanto mayor su autoridad y mayor el seguimiento de esa autoridad.
Así, gradualmente, los seguidores se ciegan y meramente aceptan dogmas, y así los líderes destruyen a los seguidores y los seguidores, a su vez, destruyen a los líderes. Poco a poco creamos otro conjunto de estupideces basadas en una nueva serie de dogmas que originalmente fueron teorías, y nos volvemos esclavos de tales dogmas.
Ahora bien, para mí las teorías tienen muy poco valor, porque un hombre que se halla en constante conflicto con el medio, tanto con el medio pasado como con el actual, está discerniendo continuamente, penetrando en los hechos, tratando de comprender; por lo tanto, vive por completo en el presente. Un hombre así no necesita de teorías o explicaciones. Pero eso requiere gran persistencia del pensar, mucha percepción alerta, una gran penetración en el verdadero significado del medio que cambia permanentemente. Como son muy pocas las personas que pueden hacer eso, casi todas aceptan teorías que se convierten para ellas en hechos, realidades que las gobiernan.
Naturalmente, esto también se aplica a los expertos religiosos a quienes consideramos nuestros guías espirituales. Tomen ahora la religión, es decir, la religión como creencia organizada, y verán que la autoridad de un experto es suprema. Se establece la norma y ustedes están obligados, a causa de la presión pública, del temor y así sucesivamente, a seguirla. Esta veneración de la autoridad, esta veneración que rendimos al experto sin conocer sus limitaciones, es para mí la raíz misma de la explotación.
Así, todo el proceso del vivir, que debería ser una continua realización y, por lo tanto, una continua penetración en la realidad, en lo verdadero, se destruye completamente por esta veneración de la autoridad, de los especialistas, de los credos y las teorías. Todo el proceso es para hacer que el individuo sea servil, para hacer que obedezca y siga. De tal modo, poco a poco éste se vuelve inconsciente de todo cuanto no sea la norma y permanece tanto como puede dentro de los edictos de esa norma; a eso lo llama vivir. El medio se convierte tan sólo en el molde para formarlo. Así pues, el individuo, tal como es ahora, es nada más que la expresión exagerada del medio en que vive, siendo ese medio el pasado y el presente, lo heredado y lo adquirido.
A mi entender, esto no es verdadera individualidad. Al comprender el significado del medio pasado y presente y, por lo tanto, al liberamos de él, se despierta la inteligencia, y la expresión de esa inteligencia es la verdadera individualidad.
Ahora ustedes están condicionados por el medio. Son el resultado del medio pasado y presente, y lo que expresan y llaman individualidad o expresión de sí mismos, es solamente la expresión de ese condicionamiento del medio. Para mí, la verdadera expresión de la individualidad es esa inteligencia que se despierta liberando a la mente del condicionamiento que significan el medio del pasado y del presente.
Lo siguiente que tenemos que descubrir es si hay algún sistema que pueda ayudar al despertar de esta inteligencia. ¿O cualquiera de tales sistemas impone meramente otra serie de estupideces, de ulteriores limitaciones? Porque, si pudiéramos encontrar un sistema perfecto, podríamos abandonamos a él y volvernos inteligentes.
Considero que los sistemas no son sino la cristalización del pensamiento, y el grupo es nada más que la expresión de ese pensamiento. ¿Pueden estos pensamientos cristalizados, si uno los sigue, despertar la inteligencia? ¿O tenemos que comenzar por no consideramos como individuos o como grupo, sino discernir las estupideces creadas a causa de la falsa división de grupo e individuo? O sea, no consideramos a nosotros mismos, o bien como individuos o como grupo, sino pensar de una manera nueva; desde el principio mismo pensar de modo que seamos capaces de captar el pleno significado de cada medio, de cada limitación. Porque si no podemos estar así de activos emocional y mentalmente aparte de cualquier sistema, el mero seguir un sistema y estar activos en él, no despierta la inteligencia.
Ahora bien, una inteligencia así, cuando está despierta, puede cooperar verdaderamente, no con las estupideces, sino con otras inteligencias. Tomemos, por ejemplo, lo que ocurre en relación con la guerra. Para comprender toda la cuestión de la guerra debemos pensar, desde el principio mismo, no según un punto de vista nacionalista, racial o de clase. La guerra es intrínsecamente mala. En tanto la inteligencia esté funcionando, no hay excusa para la guerra. Pero, como estamos gobernados principalmente por los políticos, los explotadores y gente por el estilo, nos vemos forzados a una guerra tras otra, y se esgrimen múltiples razones para explicar la inevitabilidad y necesidad de las guerras.
Mientras no pensemos de manera clara y fundamental, desde el principio mismo, con respecto a esta cuestión, un día estaremos a favor de la paz y al día siguiente estaremos a favor de la guerra, porque no hemos descubierto por nosotros mismos, fundamentalmente, las espantosas crueldades, los odios raciales, las explotaciones que dan origen a la guerra. Cuando haya una inteligencia despierta, no sólo de parte de ustedes sino también de los políticos, de los gobernantes, sólo entonces habrá paz.
Para descubrir lo verdadero se requiere gran inteligencia. La inteligencia no es conocimiento adquirido de los libros. Uno puede ser muy erudito y, no obstante, ser estúpido. Puede leer muchas filosofías y, sin embargo, no conocer la dicha del pensar creativo, el cual sólo puede existir cuando la mente y el corazón comienzan a liberarse -a través del conflicto, de la constante percepción alerta- de las estupideces del pasado y de las que se están desarrollando. Sólo entonces existe el éxtasis de aquello que es verdadero.
¿Puede algún otro decimos qué es lo verdadero? ¿Puede algún otro decimos qué es Dios? Nadie puede; tenemos que descubrirlo por nosotros mismos. Así pues, para descubrir qué es lo verdadero, cuál es el significado de la vida, qué es la inmortalidad -sin la cual la vida se vuelve una trivialidad caótica, un sufrimiento absurdo y ciego debemos tener inteligencia; y para despertar esa inteligencia es indispensable despejar de estupideces a la mente y al corazón.
La primera causa de estupidez es esa conciencia que se aferra a lo particular y, por lo tanto, crea la distinción entre el grupo y ella misma, esa conciencia cuya esencia es el pensamiento adquisitivo, lo “mío”. Esta conciencia limitada es la raíz y causa de la estupidez, del sufrimiento.
Una de sus manifestaciones es el constante anhelo de seguridad, seguridad en el reino de la totalidad de nuestro ser, física, emocional y mentalmente. En la búsqueda de esa seguridad, es inevitable que haya conflicto entre lo que llamamos el individuo, y el grupo: las exageraciones de lo individual como contrarias al grupo, llevan a la constante fricción, a la lucha y al sufrimiento.
Ustedes pueden ver que esta búsqueda de la seguridad física se expresa en las posesiones, con todas sus crueldades, sus explotaciones y las más bien espantosas estupideces, tales como el nacionalismo, las guerras, los odios raciales.
También, emocionalmente, el amor se ha vuelto nada más que espíritu posesivo. Ha perdido su éxtasis creativo. Es una serie de conflictos de posesión. Su ternura, sus grandes profundidades, su cualidad eterna, su intenso éxtasis se destruyen a causa de este deseo de retener.
Luego está el anhelo mental de certidumbre. Por eso el culto de la autoridad, el culto de los maestros. Por eso la incesante exigencia de lo absoluto para que nuestra mente pueda aferrarse a ello. Por eso nuestra constante indagación respecto de la verdad, de Dios; y al hombre que nos confirma la certidumbre acerca de la existencia de Dios, de la verdad, de la inmortalidad, a ese hombre lo veneramos, puesto que nos provee de consuelo, de seguridad.
Gradualmente, este requerimiento de seguridad destruye la inteligencia. La mente, mediante la experiencia, acumula cuidadosamente y protege seguridades autodefensivas, recuerdos que impiden el constante ajuste al movimiento eterno de la vida.
La experiencia crea, durante la mayor parte del tiempo, seguridades, recuerdos autodefensivos, y con esta barrera nos enfrentamos a la vida, lo cual debe, inevitablemente, engendrar conflicto y sufrimiento. Esto no quiere decir que uno deba olvidar el pasado. Lo que quiero explicar es que, tal como físicamente buscamos la seguridad, así mentalmente buscamos movemos de la incertidumbre a la certidumbre, la cual se convierte, a su vez, en incertidumbre, proceso en el cual jamás hay un instante de completa, ineludible y madura soledad del ser.
Les aseguro que, cuando hay total falta de defensas, absoluta desesperanza, entonces, en esos momentos de vital inseguridad, nace la llama de la suprema inteligencia, la bienaventuranza de la verdad. En la búsqueda de seguridad surge el temor, el cual engendra muchas ilusiones, falsas disciplinas, represiones, adulteraciones, el miedo a la muerte y la indagación en el más allá.
Por qué son tantos los que se interesan en el más allá? Porque la vida aquí es tan superficial, está tan condicionada por el medio en que vivimos, es tan conflictiva, caótica, irracional, porque carece de felicidad, de éxtasis; en consecuencia, recurren al futuro, lo cual da origen a la indagación en el más allá.
La inmortalidad es un devenir continuo, no de esa conciencia que llamamos el “yo”, sino de esa inteligencia que está libre tanto de lo particular como del grupo, que está libre de la conciencia que crea las divisiones. O sea, cuando la mente se ha despojado de toda ilusión o ignorancia, es capaz de discernir el presente infinito. Eso es algo imposible de explicar, no se puede razonar al respecto. Está más allá de todo argumento. Tiene que ser experimentado, vivido. Requiere gran persistencia y constante determinación.
Y bien, éste es, a mi entender, el estado del mundo: Hay un caos ocasionado por el conflicto de muchas teorías, el cual induce estúpidas prácticas y divisiones; y, a medida que pasa el tiempo, acumulamos meramente conocimiento de teorías, incrementamos penosas divisiones, creamos movimientos de masas para conflictivos experimentos, y en este conflicto en el que estamos inmersos, la inteligencia, que es la genuina expresión de la vida y el auténtico modo de vivir, está totalmente olvidada.
Éste es el estado del mundo que nos rodea. ¿Cuál debe ser nuestra acción? ¿Cuál debe ser nuestra actitud, nuestro pensamiento? ¿Van ustedes a esperar la perfección del medio a través de la revolución, de cambios económicos, de un cataclismo político? Esta espera es sólo un escape, este recurrir al futuro no es sino otra forma de escapar mediante la esperanza, no es más que postergación. ¿O, sin considerarse a sí mismos como individuos separados o como grupos, comenzarán a pensar de una manera nueva desde el principio mismo, quitándose así de encima las muchas estupideces que se han vuelto virtudes, las muchas cosas que han dado por sentadas, por aceptadas, de modo que en la genuina simplicidad y rectitud del pensar, la cual es inteligencia suprema, pueda surgir el goce pleno de la acción? ¿Cuál de estas cosas van ustedes a hacer? ¿Esperar por el futuro, confiando en que el medio se perfeccionará por algún milagro, por la acción de alguna otra persona? ¿O, a causa del propio conflicto con el medio, conflicto en el que no hay ninguna posibilidad de escape, se volverán tan intensamente alerta que habrá plenitud e integridad de acción?
Para la mayoría de las personas, el problema es éste: tan sólo aguardar, marcando el paso, o ser capaces de discernir el verdadero significado de la vida con sus conflictos y sufrimientos, sin crear una nueva serie de estupideces, una nueva serie de ilusiones, o sea, ser capaces de vivir de manera directa y simple. Lo uno conduce al total desorden, a la superficialidad, al hastío, a existencias tan triviales como las que lleva la mayoría de la gente, ya sea en el trabajo intenso o en la falta de trabajo; lo otro conduce al éxtasis de la inmortalidad.
En todas partes hay desesperanza, la gente aguarda alguna acción, esperan que los gobiernos cambien las condiciones. Y, mientras tanto, nuestras propias vidas se están volviendo cada vez más superficiales, más triviales, con todas las insensateces de la sociedad moderna y las insensateces de la gente así llamada espiritual.
Como dije en el comienzo de mi plática, la inteligencia es la única solución que habrá de producir armonía en este mundo de conflicto, armonía del corazón y la mente en la acción. Ningún sistema, la mera alteración del medio, va a liberar jamás al hombre de la ignorancia y la ilusión, que son las causas del sufrimiento. Uno mismo, mediante su propia percepción alerta, mediante la propia plenitud del ser, puede discernir el verdadero significado de estas barreras limitativas. Sólo esto dará origen a la inteligencia perdurable, la cual revelará la inmortalidad.
11 de marzo de 1935
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