Auckland, Nueva Zelanda, 1934
PRIMERA PLÁTICA EN EL MUNICIPIO
Amigos:
Pienso que cada uno de nosotros está atrapado, ya sea en un problema religioso, en una lucha social o en un conflicto económico. Sufrimos a causa de la falta de comprensión respecto de estos múltiples problemas y tratamos de resolver cada problema por sí mismo; o sea, si tenemos un problema religioso, creemos que vamos a resolverlo dejando de lado el problema económico o el problema social y centrándonos enteramente en el problema religioso; o tenemos un problema económico y creemos que vamos a resolver ese problema económico restringiéndonos a ese único conflicto en particular. Mientras que, a mi entender, no es posible resolver estos problemas por sí mismos; no es posible resolver el problema religioso ni el problema económico ni el social, a menos que veamos la relación que tienen entre sí los problemas religiosos, sociales y económicos.
Lo que llamamos problemas son meramente síntomas que se incrementan y multiplican porque no abordamos la vida como algo único y total, sino que la dividimos como una serie de problemas económicos, sociales o religiosos. Si ustedes observan todas las variadas soluciones que se ofrecen para los diversos males, verán que tratan con los problemas separadamente, en compartimentos estancos, que no encaran los problemas religiosos, sociales y económicos comprensivamente, como una totalidad. Ahora es mi intención mostrar que, mientras tratamos con estos problemas separadamente, no hacemos sino incrementar el malentendido y, por ende, el conflicto, con lo cual aumentan el sufrimiento y las dificultades. Hasta que no abordemos el problema social y los problemas religiosos y económicos como una totalidad global, no como algo dividido sino más bien viendo la sutil conexión que existe entre los problemas que llamamos religiosos, sociales o económicos, hasta que veamos esta real conexión -la íntima y sutil relación que hay entre los tres-, cualquiera que sea el problema que podamos tener, no vamos a resolverlo. No haremos otra cosa sino incrementar la lucha. Aunque podamos pensar que hemos resuelto un problema, ese problema surge otra vez de una manera diferente, y así proseguimos durante toda la vida resolviendo problema tras problema, una lucha tras otra, sin comprender jamás totalmente el significado pleno de nuestro vivir.
Así pues, para comprender la íntima relación que existe entre los que llamamos problemas religiosos, sociales y económicos, tiene que haber una completa reorientación del pensamiento; o sea cada individuo tiene que dejar de ser una pieza en una máquina, ya sea en la estructura social o en la religiosa. Miren, y verán que casi todos los seres humanos son esclavos, tan sólo piezas en esta maquinaria. No son verdaderamente seres humanos, sino que sólo reaccionan a un determinado ambiente y, por lo tanto, no hay una verdadera acción individual, un pensar individual; y para descubrir esa relación íntima entre todas nuestras acciones, religiosas, políticas y sociales, tenemos que pensar como individuos, no como grupo, no como un cuerpo colectivo. Y ésa es una de las cosas más difíciles de hacer para nosotros como individuos: salimos de la estructura social o religiosa y examinarla críticamente para descubrir qué es falso y qué es verdadero en esa estructura. Entonces veremos que ya no nos ocupamos más de un síntoma, sino que tratamos de descubrir la causa del problema mismo, no de abordar meramente los síntomas del problema.
Quizás algunos de ustedes dirán al final de mi plática que no les he dado nada positivo, nada sobre lo que puedan trabajar definitivamente, un sistema que puedan seguir. No tengo sistema alguno. Pienso que los sistemas son cosas nocivas, porque por el momento pueden aliviar los problemas, pero si sólo seguimos un sistema, nos esclavizamos a él. No hacemos otra cosa que sustituir el viejo sistema por uno nuevo, lo cual no genera comprensión. Lo que genera comprensión no es buscar un nuevo sistema, sino descubrir por nosotros mismos como individuos, no como una máquina colectiva, lo que hay de falso y lo que hay de verdadero en el sistema existente, no sustituir el viejo sistema por uno nuevo.
Ahora bien, poder aplicar el juicio crítico, poder cuestionar, es el primer requerimiento esencial para cualquier persona reflexiva, de modo que comiencen a descubrir qué es falso y que es verdadero en el sistema existente; gracias a esa manera de pensar hay acción y no mera aceptación. Por consiguiente, para que puedan comprender lo que voy a decir durante esta plática, tiene que haber capacidad crítica. La capacidad crítica es esencial. Es bueno cuestionar, pero hemos sido educados no para cuestionar, no para ejercer nuestro juicio crítico; nos han educado esmeradamente para oponemos. Por ejemplo, si llego a decir cualquier cosa que pueda desagradarles -como espero hacerlo-, ustedes comenzarán naturalmente a oponerse a ello, porque oponerse es más fácil que descubrir si lo que estoy diciendo tiene algún valor. Si descubren que lo que digo tiene valor, entonces hay acción y, en consecuencia, tendrán que cambiar toda su actitud hacia la vida. Debido a eso, como no están dispuestos a hacerlo, han elaborado una ingeniosa técnica de oposición. Es decir, si algo de lo que digo no les gusta, sacan a colación todos sus prejuicios profundamente arraigados y lo obstruyen, y si digo algo que puede lastimarlos o que puede perturbarlos emocionalmente, se refugian detrás de estos prejuicios, de estas tradiciones, de este trasfondo; y desde tal trasfondo reaccionan y a esa reacción la llaman capacidad crítica. Para mí, eso no es capacidad crítica; es tan sólo una hábil oposición, la cual carece de valor.
Ahora bien, si todos ustedes son cristianos -y presumiblemente son todos cristianos-, puede que yo diga algo que tal vez no comprendan, y en lugar de tratar de descubrir lo que quiero comunicar, se ampararán a la defensiva detrás de las tradiciones, de los prejuicios inveterados, de las autoridades del orden establecido y atacarán desde esa fortaleza. Para mí, eso no es capacidad crítica; es un modo ingenioso de no actuar, de eludir la acción plena, completa.
Si quieren comprender lo que voy a decir, les rogaría que fueran verdaderamente críticos, no ingeniosos en su oposición. Ser crítico exige una gran dosis de inteligencia. La capacidad crítica no es escepticismo ni aceptación; las dos cosas serían igualmente tontas. Si ustedes se limitan a decir: “Bueno, soy escéptico con respecto a lo que usted dice”, eso sería tan tonto como el mero aceptar. Mientras que el verdadero espíritu crítico consiste en no asignar valores sino en tratar de descubrir los verdaderos valores. ¿No es así? Si asignan valores a las cosas, si la mente les confiere valores, entonces no están descubriendo el mérito intrínseco de la cosa; y la mayoría de nuestras mentes está adiestrada para asignar valores. Tomemos, por ejemplo, el dinero. En abstracto, el dinero no tiene valor. Tiene el valor que nosotros le asignamos, es decir, si anhelamos el poder que el dinero otorga, entonces usamos el dinero para adquirir poder, de modo que estamos asignando un valor a algo que intrínsecamente no lo tiene; de igual manera, si es que van a descubrir y comprender aquello de que voy a hablar, deben poseer esta capacidad crítica, la cual es realmente fácil si desean averiguar, descubrir, si no dicen: “Bueno, yo no quiero que me ataquen. Me defiendo. Tengo todo lo que deseo, estoy perfectamente satisfecho”. Por lo tanto, una actitud así deja bastante pocas esperanzas. Porque entonces están aquí solamente por curiosidad -y la mayoría probablemente viene por eso- y lo que diré no tendrá significación para ustedes; por lo tanto, dirán que es negativo, nada constructivo, nada positivo.
Por favor, tengan presente entonces que esta tarde vamos a considerar juntos, a descubrir cuáles son las cosas falsas y cuáles las verdaderas en las condiciones sociales y religiosas que hoy existen; y para hacer eso, tengan la bondad de no introducir continuamente sus prejuicios, ya sean cristianos o de alguna otra secta, sino tengan más bien esta inteligente actitud crítica, no sólo en relación con lo que voy a decir, sino con respecto a todo en la vida, lo cual implica cesar en la búsqueda de nuevos sistemas; no busquen un sistema nuevo que, una vez hallado, se pervertirá, se corromperá nuevamente. Al descubrir lo que es falso y lo que es verdadero en los sistemas sociales, religiosos y económicos -lo falso y lo verdadero que nosotros mismos hemos creado-, al descubrir eso, evitaremos que nuestras mentes y nuestros corazones creen ambientes falsos en los cuales es probable que la mente quede otra vez atrapada.
Casi todos ustedes buscan un nuevo sistema de pensamiento, un nuevo sistema económico, un nuevo sistema de filosofía religiosa. ¿Por qué buscan un nuevo sistema? Ustedes dicen: “Estoy insatisfecho con lo viejo”, o sea, si es que están buscando. Ahora yo les digo: No busquen un nuevo sistema, examinen más bien el sistema mismo al que están adheridos, y entonces verán que no hay sistema de ninguna clase que pueda producir la inteligencia creativa que es esencial para la comprensión de dios, la verdad, o el nombre que quieran darle. Eso significa que no van a descubrir la realidad eterna siguiendo algún sistema; sólo van a descubrirla cuando, como individuos, empiecen a comprender el sistema mismo que han elaborado durante siglos y descubran lo que es verdadero y lo que es falso en ese sistema.
Así que, por favor, recuerden que no estoy ofreciendo un nuevo sistema de filosofía. Pienso que estos sistemas son jaulas para que la mente quede atrapada en ellas. No ayudan al hombre, no son sino obstáculos, son un medio de explotación. Mientras que, si como individuos comienzan a cuestionar, verán que en ese cuestionamiento crean conflicto; a causa de ese conflicto podrán comprender, no mediante la mera aceptación de un nuevo sistema que es solamente otro soporífero que los pone a dormir y los convierte en una máquina más.
Descubramos, pues, lo falso y lo verdadero en los sistemas existentes: los sistemas de la religión y la sociología. Para descubrir lo que es falso y lo que es verdadero, debemos ver en qué se basan las religiones. Hablo de la religión como la forma cristalizada de pensamiento que ha llegado a ser el ideal más elevado de la comunidad. (Espero que estén siguiendo todo esto). O sea, las religiones tal como son, no como ustedes quisieran que fueran. Así como son, ¿en qué se basan? ¿Cuál es su fundamento? Cuando las observen, cuando las examinen y reflexionen de verdad críticamente sobre ellas -sin sacar a colación sus esperanzas y prejuicios, sino que reflexionen realmente al respecto-, verán que se basan en el consuelo, que les dan consuelo cuando ustedes están sufriendo.
Es decir, la mente humana está buscando todo el tiempo seguridad, una situación de certidumbre, ya sea en una creencia o en un ideal o en un concepto, y en esa certidumbre, en esa seguridad la mente encuentra amparo y consuelo. Ahora bien, cuando buscan continuamente seguridad, certidumbre, ¿qué ocurre? Naturalmente, eso crea temor, y donde hay temor tiene que haber amoldamiento. Por favor, no dispongo de tiempo para entrar en detalles. Lo haré en las varias pláticas que he de ofrecer, pero en ésta quiero exponerlo todo concisamente y, si les interesa, pueden reflexionar sobre ello y luego podremos discutirlo en las reuniones de preguntas y respuestas.
Así, las llamadas religiones proveen el patrón de amoldamiento a la mente que busca seguridad desde su temor, que busca consuelo; y donde hay búsqueda de consuelo, no hay comprensión. Nuestras religiones en todo el mundo, en su deseo de ofrecerles consuelo, de conducirlos a un patrón particular de comportamiento, de moldearlos, les dan múltiples normas, moldes, seguridades, por intermedio de lo que ellas llaman fe. Ésa es una de las cosas que exigen; fe. Por favor no entiendan mal, no salten a conclusiones. Las religiones exigen fe y ustedes aceptan la fe porque les permite refugiarse del conflicto de la existencia cotidiana, de las luchas continuas, de las preocupaciones, las angustias y los sufrimientos. De este modo, en esa fe, que tiene que ser una fe dogmática, se originan las iglesias, así como las ideas y las creencias establecidas.
Para mí, pues -y por favor, recuérdenlo, quiero que ejerzan el juicio crítico, no que acepten-, para mí todas las creencias, todos los ideales son un obstáculo porque nos impiden comprender el presente. Ustedes dicen que las creencias, los ideales, la fe, son tan indispensables como un faro para dirigirlos a través de la confusión de la vida. Es decir, que están más interesados en las creencias, en la tradición, en los ideales y la fe, que en comprender la confusión misma. Para comprender la confusión, no pueden tener una creencia, un prejuicio; tienen que mirar la confusión de manera completa, abordarla con una mente fresca, no contaminada, no influida por un prejuicio particular al que llaman ideal. Por lo tanto, donde hay una búsqueda de consuelo, de seguridad, tiene que haber un patrón, un molde en el cual encontramos refugio y, de ese modo, comenzamos a preconcebir lo que debe ser Dios, lo que debe ser la verdad.
Y bien, para mí hay una realidad viviente. Existe algo real, fundamental, perdurable que está deviniendo eternamente pero que no puede ser preconcebido; no requiere creencias, requiere una mente que no se halle atada a un ideal -como un animal está atado a un poste- sino que, por el contrario, exige una mente que esté todo el tiempo moviéndose, experimentando, sin detenerse jamás. Sostengo que hay una realidad viviente, llámenla Dios, verdad, como les guste, eso tiene muy poca importancia. Para comprenderla, es necesaria una inteligencia suprema; por lo tanto, no puede haber ninguna clase de amoldamiento, sino más bien el cuestionamiento de esas cosas, ya sean falsas o verdaderas, en las cuales la mente se halla atrapada. Y ustedes verán que la mayoría de las personas, casi todas las que tienen una inclinación religiosa, están a la búsqueda de la verdad; y esa búsqueda misma indica que están escapando del conflicto del presente o que se sienten insatisfechas de la actual condición. Por eso tratan de descubrir qué es lo real; es decir, abandonan la condición que da origen al conflicto y escapan tratando de averiguar qué es Dios, qué es la verdad. Por lo tanto, esa búsqueda es la negación de la verdad, porque están huyendo; hay escape, deseo de consuelo, de seguridad. En consecuencia, cuando las religiones se basan, como lo hacen, en el ofrecimiento de seguridades, tiene que haber explotación: y para mí, las religiones tal como son, existen nada más que a base de una serie de explotaciones. Los que llamamos mediadores entre nuestro conflicto presente y esa supuesta realidad, se han convertido en nuestros explotadores; son los sacerdotes, los Maestros, los instructores, los salvadores. Porque yo digo que sólo mediante la comprensión del conflicto presente en todo lo que significa, con todos sus delicados matices, sólo así pueden ustedes descubrir qué es lo real, y nadie puede guiarlos hacia ello.
Si ambos, el que inquiere y el que enseña, supieran qué es la verdad, entonces ambos podrían ir hacia ella; pero el discípulo no puede saber qué es la verdad. Por lo tanto, su indagación en pos de la verdad sólo puede existir en el conflicto, no lejos del conflicto; por eso, para mí, cualquier maestro que describa lo que es la verdad, lo que es Dios, está negando la cosa misma que describe, eso inconmensurable que no puede ser medido por las palabras. La ilusión de las palabras no puede contenerlo y el puente de las palabras no puede conducimos hacia ello. Sólo cuando uno mismo, como individuo, comience a comprender en medio del inmenso conflicto, la causa y, por ende, la falsedad de ese conflicto, sólo así descubrirá qué es la verdad. En eso hay felicidad eterna, inteligencia; pero no en esta cosa espuria llamada “espiritualidad”, la cual no es sino un amoldamiento que la autoridad maneja por medio del temor.
Yo digo que existe algo exquisitamente real, infinito, pero para descubrirlo el hombre no puede ser una máquina imitativa, y nuestras religiones no son más que eso. Además, nuestras religiones en todo el mundo mantienen separada a la gente. O sea, ustedes con sus prejuicios particulares llamándose a sí mismos hindúes, jamás pueden encontrarse. Las creencias los mantienen separados. Sus religiones los mantienen separados. “Pero”, dicen ustedes, “si tan sólo los hindúes pudieran volverse cristianos, entonces tendríamos unidad”; o los hindúes dicen: “Que todos ellos se conviertan en hindúes”. Aun entonces habría una división, porque la creencia necesita una división, una diferenciación; debido a eso existen la explotación y la continua lucha de las diferencias de clase.
Decimos que las religiones unifican. Al contrario. Miren el mundo fraccionado en sectas pequeñas y estrechas, luchando unas con otras para aumentar el número de sus miembros, sus riquezas, sus posiciones, sus autoridades, pensando cada una de ellas que es la verdad. Hay tan sólo una verdad, pero no podemos llegar a ella por medio de ninguna secta, de ninguna religión. Para descubrir qué es verdadero y qué es falso en la religión, ustedes no pueden ser máquinas, no pueden aceptar las cosas tal como son. Las aceptarán si están satisfechos con ellas, y en tal caso no me escucharán y mi plática será inútil. Pero si están insatisfechos, les ayudaré a cuestionar correctamente; gracias al cuestionamiento descubrirán qué es la verdad, y en ese descubrimiento de lo verdadero sabrán cómo vivir ricamente, completamente, extáticamente, no con esta constante lucha, batallando contra todo para la propia seguridad, a la cual llaman virtud.
Por otra parte, este miedo que se origina en la búsqueda de seguridad, este miedo procura ampararse en la sociedad. La sociedad no es otra cosa que la expresión del individuo multiplicado por millares. Después de todo, la sociedad no es algo misterioso. Es lo que somos nosotros. Está continuamente presionando, controlando, dominando, deformando. La sociedad es la expresión del individuo. Esta sociedad ofrece seguridades mediante la tradición, a la que llamamos opinión pública. O sea, la opinión pública dice que poseer, la propiedad, es perfectamente ético, moral, que nos proporciona distinción en este mundo, que nos confiere honores; poseyendo, uno es una gran persona. Eso es lo que se acepta tradicionalmente, es la opinión pública que hemos creado como individuos, porque eso es lo que buscamos. Todos buscamos ser personajes en el mundo, Sir Fulano o Lord Mengano, ustedes saben, todo eso que se basa en el espíritu posesivo, en las posesiones; y eso se ha vuelto moral, legítimo, bueno, perfectamente cristiano o perfectamente hindú -es la misma cosa-. Ahora llamamos a eso moralidad. Llamamos moralidad al amoldarnos a un patrón.
Por favor, no estoy predicando lo opuesto. Les muestro la falsedad de ello, y si desean descubrir actuarán, no buscarán lo opuesto. Es decir, ustedes consideran a las posesiones, ya sean éstas la esposa de uno, los hijos o la propiedad, como algo perfectamente moral. Supongamos ahora que surge otra sociedad donde las posesiones son un mal, donde esta idea de poseer está éticamente prohibida, lo cual se introduce a la fuerza dentro de nuestra mentalidad, tal como ahora el deseo de poseer es impulsado dentro de nosotros por las circunstancias, la condición social, la educación, la opinión pública. Entonces la moralidad pierde toda significación, es meramente una cuestión de conveniencia. No es la correcta percepción de las cosas, sino el hábil amoldamiento a las circunstancias; eso es lo que llamamos moralidad. Supongamos que, como individuos, ustedes quieren ser no posesivos..., ¡miren lo que tienen que luchar! Todo el sistema de la sociedad no es otra cosa que posesivo. Si quisieran comprenderlo y no ser empujados por circunstancias que no se consideran morales, entonces deben comenzar a romper con el sistema voluntariamente y no ser empujados, como un montón de ovejas, a aceptar la moralidad que niega lo posesivo.
Ahora son empujados, les guste o no, lo consideren o no razonable; son empujados por las condiciones, por el medio que han creado, porque siguen siendo posesivos. Y ahora tal vez vendrá otro sistema que los empujará a lo opuesto, a ser no posesivos. Por cierto, eso no es moralidad; es sólo el espíritu de rebaño el que hace que seamos empujados a ser posesivos o no posesivos. Mientras que, para mí, la verdadera moralidad consiste en comprender plenamente el absurdo de lo posesivo y en combatirlo voluntariamente; no ser empujados ni en uno ni en otro sentido.
Ahora bien, si observan esta sociedad ven que se basa en la conciencia de clase, la cual es, nuevamente, la conciencia de seguridad. Tal como las creencias se convierten en religiones, así las posesiones se convierten en la expresión de la nacionalidad. Tal como las creencias dividen a las personas condicionándolas y manteniéndolas separadas, así el afán posesivo, expresándose como conciencia de clase y convirtiéndose en nacionalidad, mantiene separadas a las personas. Es decir, toda nacionalidad se basa en la explotación que los pocos hacen, en su propio beneficio, de las mayorías, utilizando para ello los medios de producción. Esa nacionalidad, mediante el recurso del patriotismo, es un instrumento de guerra. Todas las nacionalidades, todos los gobiernos soberanos tienen que prepararse para la guerra; ése es su deber, y es inútil ser un pacifista y, al mismo tiempo, hablar de patriotismo. Ustedes no pueden hablar de hermandad y después hablar de cristianismo, porque lo uno niega lo otro; no más aquí que en la India o en cualquier otro país. En la India hablan acerca del hinduismo y dicen que todos somos una sola cosa, que la humanidad es una. Son sólo palabras, hipocresía.
Todas las nacionalidades son, pues, medios de guerra. Cuando hablaba en la India, ellos me decían (en la actualidad los hindúes están pasando por esa enfermedad del nacionalismo): “En primer lugar, ocupémonos de nuestro propio país porque hay muchísima gente que se está muriendo de hambre; después podremos hablar de la unidad humana”, lo cual es la misma cosa que ustedes dicen aquí: “Protejámonos y después hablaremos de unidad, hermandad y todo lo demás”. Ahora bien, si la India está realmente preocupada por el problema del hambre, o si ustedes están realmente preocupados por el problema del desempleo, no pueden tratar meramente con el problema del desempleo en Nueva Zelanda; es un problema humano, no el problema de un grupo particular llamado Nueva Zelanda. No es posible resolver el problema del hambre como un problema indio o un problema chino, o el problema del desempleo como un problema inglés o alemán o americano o australiano, sino que es preciso tratar con él como algo total; y eso podemos hacerlo sólo cuando no somos nacionalistas y no somos explotados mediante el recurso del patriotismo. Cuando ustedes se despiertan cada mañana, no son patrióticos. Sólo son patrióticos cuando los diarios dicen que deben serlo porque tienen que conquistar a su vecino. Por lo tanto, nosotros somos los bárbaros, no sólo los que invaden nuestro país. El bárbaro es el patriota. Para él, su país es más importante que la humanidad, que el hombre. Y yo digo que ustedes no resolverán sus problemas, los problemas económicos y de nacionalidad, en tanto sean neocelandeses; los resolverán sólo cuando sean verdaderos seres humanos libres de todos los prejuicios nacionalistas, cuando ya no sean posesivos y sus mentes no estén divididas por las creencias. Entonces podrá haber verdadera unidad humana y, de ese modo, desaparecerán los problemas del hambre, del desempleo y la guerra, porque considerarán a la humanidad como algo total, no como un grupo particular de personas que quiere explotar a otro grupo.
Ustedes ven, pues, qué es lo que está dividiendo a los hombres, qué está destruyendo la verdadera gloria del vivir. Sólo en ella puede encontrarse esa realidad viviente, esa inmortalidad, ese éxtasis; pero para encontrar eso, tenemos que ser ante todo individuos. Eso significa que debemos empezar a comprender y, por lo tanto, a actuar, para descubrir qué hay de falso en el sistema existente; de ese modo formaremos, como individuos, un núcleo. No es posible cambiar a la masa. ¿Qué es la masa? Somos nosotros mismos multiplicados. Esperamos que la masa actúe, que por algún milagro haya un cambio completo de la noche a la mañana; esperamos eso porque no queremos pensar, no queremos actuar. En tanto exista esta actitud de espera, habrá una lucha cada vez mayor, habrá más y más sufrimiento, falta de comprensión; la vida se convierte en una tragedia, en una cosa sin valor. Mientras que si ustedes, como individuos, actúan voluntariamente porque desean comprender y descubrir, entonces se volverán responsables, no meros reformadores. Habrá un cambio completo, un cambio no basado en el afán posesivo, en las discriminaciones, sino en una verdadera humanidad, una humanidad en la que existirán el afecto, la atención por los demás y, por ende, un éxtasis del vivir.
28 de marzo de 1934
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