TERCERA PLÁTICA EN EDDINGTON
Voy a resumir lo que he estado diciendo durante las pláticas y discusiones que han tenido lugar aquí. No necesito entrar en detalles o señalar las múltiples derivaciones, pero estas ideas, cuando reflexionen a fondo sobre ellas, les revelarán su exacta significación.
Todos buscamos la manera de vivir sin confusión ni dolor y de liberarnos de la lucha, no sólo de la que sostenemos con nuestros vecinos, con nuestra familia y con los amigos, sino especialmente de la lucha con nosotros mismos, con los conceptos de lo correcto y lo incorrecto, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo. Existe no sólo el conflicto de nuestra relación con el medio, sino también el conflicto interno que, inevitablemente, se refleja en la moralidad social.
Desde luego, están esas excepciones brutales y estúpidas de los que se sienten completamente cómodos; o que, temerosos de su propia seguridad personal, viven sin preocupación ni consideración por nadie. Sus mentes están tan rellenas, son tan invulnerables, que rehúsan ser perturbadas por dudas o interrogantes. No se permiten pensar; o, si lo hacen, sus pensamientos corren a lo largo de carriles tradicionales. Ellos tienen su propia retribución.
De cualquier manera, los que nos interesan son aquéllos que intentar seriamente comprender la vida, la vida con sus desdichas y sus conflictos aparentemente interminables. Nos interesan aquéllos que, conscientes del medio en que viven, buscan comprender su verdadero significado, y también la causa de sus sufrimientos y de sus alegrías pasajeras. En su búsqueda se han enredado, o bien en la explicación mecanicista de la vida, o en las explicaciones de la fe, de la creencia. Estas explicaciones opuestas envuelven y traban la mente.
El concepto mecanicista de la vida, al rechazar todo lo que no sea perceptible a los sentidos, sostiene que el hombre es una mera criatura de reacciones; que el mecanismo de su ser se mantiene funcionando, por decirlo así, mediante una serie de reacciones, no gracias a una fuerza o energía capaz de generar por sí misma la acción; que su desarrollo, sus ideas y conceptos, sus emociones, son tan sólo el resultado de impactos externos; que la causa exacta de cada acontecimiento es simplemente una serie de acontecimientos que lo precedieron. Y, conforme a esto, se arguye que, controlando los acontecimientos y las reacciones del hombre a los mismos, mediante la regimentación de su pensar y actuar, el hombre podrá establecer una relación conectada con el medio en que vive. Es decir, la regimentación y el control de sus diversas reacciones, producirán hechos que traerán la felicidad al ser humano.
En oposición a esto tenemos la fe. Esta visión de la vida sostiene que la verdadera causa de la existencia humana es una fuerza universal, la cual en sí misma es divina e imperceptible a los sentidos. Esta fuerza trascendental, esta inteligencia suprema siempre guía, vigila y decreta que nada pueda ocurrir sin que ella lo sepa. De aquí surge naturalmente la idea de la predestinación. Si hay una inteligencia suprema que vigila sobre nosotros y guía nuestras acciones, entonces uno, el individuo, no tendran responsabilidad en la vida. Nuestro destino está predeterminado, y así no puede haber libre albedrío. Si no hay libre albedrío, la idea del alma y de su inmortalidad no tiene sentido. Si es así, entonces no existe la realidad suprema o Dios o la fuerza universal. La fe destruye su propia finalidad.
Entre estos dos opuestos — el concepto mecanicista de la vida y el de la fe — , uno vacila según sea su inclinación personal del momento. El depender en un momento de la fe y en otro de su opuesto, ha contribuido a aumentar nuestra confusión y nuestro dolor.
Ahora bien, yo digo que hay otro modo de considerar nuestra existencia y de comprenderla verdaderamente. Lo real es aquello que uno experimenta por sí mismo. No tiene nada que ver con los opuestos ni con la fe ni con el rechazo de lo que resulta imperceptible para los sentidos. Toda existencia es un proceso de energía, tanto condicionada como condicionante. Esta energía, en su acción espontánea, en su desarrollo autónomo, crea su propia sustancia material, la sensación, la percepción, las opciones y la conciencia, de la cual surge la individualidad. Esta energía es única para cada individuo, para cada proceso que no tiene comienzo.
La individualidad o conciencia es el resultado del proceso de esta energía única. En la conciencia se combinan la ignorancia y el anhelo. Esta conciencia se sustenta mediante sus propias actividades volitivas nacidas de la ignorancia, las tendencias y el anhelo. Este proceso de la individualidad, que se nutre a sí mismo, que es único, que no tiene comienzo, no está, por decirlo así, impulsado, empujado por ninguna otra fuerza o energía. Se trata de un proceso que, en todo instante, actúa por sí mismo mediante sus propias exigencias volitivas, sus anhelos y actividades.
Si reflexionan sobre esto muy cuidadosa y profundamente, verán que tiene un significado por completo distinto del concepto mecanicista de la vida así como del de la fe. Esas son teorías basadas en opuestos, mientras que lo que he explicado no pertenece a los opuestos. Uno mismo, como individuo, tiene que descubrir cuál es la verdadera causa de la existencia, del sufrimiento y de su aparente continuación. Como dije, lo real es lo que uno mismo experimenta; no puede experimentar una teoría, una explicación. Permitiendo que la mente acepte una teoría y se ejercite conforme a ese concepto, uno puede tener una serie de experiencias, pero no serán experiencias de la realidad. La creencia o la fe han dado cierto entrenamiento a la mente, y las experiencias que se basan en eso no son experiencias de lo real, sino el producto de presuposiciones y convicciones. Tales experiencias son tan sólo el resultado de la satisfacción de un deseo.
Para comprender o experimentar lo real, tiene que haber discernimiento. El discernimiento es ese estado de pensamiento y emoción integrados en el que han llegado a su fin todo anhelo y toda opción; no es un estado inducido mediante la mera negación o represión. Todo deseo o anhelo — aun el anhelo de alcanzar la realidad — falsea el discernimiento. El deseo condiciona el pensamiento-emoción y así lo torna incapaz de discernir. En consecuencia, si la mente alberga cualquier prejuicio debido a teorías o explicaciones, o si se halla presa en alguna creencia como las de determinada religión o filosofía, no tiene capacidad alguna de discernimiento.
Por lo tanto, uno tiene que considerar primero cuáles son estas tendencias y anhelos que prolongan y perpetúan el proceso del "yo". Esta consideración a fondo del proceso del deseo y de sus resultados, esta constante percepción alerta en el actuar, libera a la mente-corazón; la libera del deseo y de esas resistencias autoprotectoras que ella misma ha creado para su seguridad y consuelo. Porque todo deseo actúa como un obstáculo para el discernimiento, todo anhelo deforma la percepción.
El anhelo, y cualquier experiencia que nazca de él, constituyen el proceso autónomo del "yo"' Este proceso con sus deseos y tendencias engendra temor, y de éste emana la aceptación de la seguridad y el consuelo que la autoridad nos ofrece. Hay diversas clases de autoridad. Está la autoridad de lo externo, la autoridad de un ideal y la autoridad de la experiencia y la memoria.
La autoridad de lo externo tiene su origen en el temor, el cual hace que la mente-corazón acepte la compulsión de las opiniones, ya sean las del prójimo o las del dirigente, y las afirmaciones de la creencia organizada llamada religión, con sus sistemas y sus dogmas. Estas afirmaciones y creencias entran a formar parte de nuestro ser y, conscientemente o de otra manera, nuestros pensamientos y acciones se ajustan al patrón establecido por la autoridad.
Luego está la autoridad de un ideal, la cual impide la verdadera confianza en uno mismo, confianza que nace cuando comprendemos la realidad. Como uno no puede comprender esta lucha y esta desdicha, acude a un ideal, a un concepto, con el fin de que éste lo guíe por el mar de confusión y sufrimiento. Si examinamos atentamente este deseo, veremos que es tan sólo un modo de eludir lo factual, o sea, el conflicto del presente. Para escapar de lo factual, del ahora, tenemos la autoridad de un ideal, el cual, con el tiempo y la tradición, llega a ser algo sagrado. La autoridad de los ideales impide la comprensión de lo real.
Después, está la autoridad de la experiencia y de la memoria. Nosotros no somos sino el resultado del proceso del tiempo. Cada uno toma del pasado, inspiración, guía y comprensión; el pasado actúa como un trasfondo, es el depósito de la experiencia, y la mente ha llegado a ser un mero registro de distintas lecciones de la experiencia. Estas experiencias con sus lecciones se han convertido en recuerdos, y estos recuerdos actúan como advertencias autoprotectoras. Si uno examina a fondo las así llamadas lecciones obtenidas de las experiencias, verá que son tan sólo el astuto deseo de protección propia que nos guía en el presente. Esta astuta guía autodefensiva impide la comprensión del presente vivo. De ese modo, la experiencia añade al depósito más lecciones, más recuerdos, más conocimiento ingenioso por el que nos guiamos en tiempos de tribulación. Pero si uno examina este así llamado conocimiento, verá que no es sino el conjunto de los recuerdos autoprotectores almacenados para el futuro, recuerdos que se convierten en la autoridad que guía y dirige nuestra acción.
Así, a causa del anhelo, del deseo, se engendra el temor, y de éste surge la búsqueda de consuelo y seguridad, búsqueda que se fundamenta en la autoridad de lo externo, la autoridad del ideal y de la experiencia. Esta autoridad, en sus distintas formas, mantiene el proceso del "yo", el cual está basado en el temor. Consideren sus pensamientos y actividades y su sistema de moralidad, y verán que se basan en el miedo autodefensivo y en sus sutiles y confortadoras autoridades. Así que la acción nacida del temor siempre se está limitando a sí misma y, de ese modo, el proceso del "yo" se sustenta mediante sus propias actividades volitivas.
Plantiémoslo de una manera diferente: está la voluntad del deseo, la cual es esfuerzo, y la voluntad de la comprensión, que es discernimiento. La voluntad del deseo siempre busca una recompensa, una ganancia, y así crea sus propios temores. Sobre esto se asienta la moralidad social; y la aspiración espiritual no es sino el intento de establecer una relación autoprotectora con lo supremo. El individuo es la expresión de la voluntad del deseo y, en el proceso de su actividad, el deseo crea su propio conflicto y su dolor. El individuo trata de escapar de esto hacia el idealismo, las ilusiones, las explicaciones, y así alimenta el proceso del "yo". La voluntad de la comprensión surge a la existencia cuando llega a su fin el deseo con sus siempre reiterativas experiencias.
Si se comprende correctamente el hecho de que no puede haber un verdadero discernimiento mientras continúe la voluntad del deseo, esta comprensión misma pone fin al proceso del "yo" No hay otro "yo" o un "yo" superior que termine con este proceso, ni puede terminar con él ningún tipo de circunstancias externas, ninguna divinidad. Es la percepción misma del propio proceso, el discernimiento respecto de su insensatez, de su naturaleza efímera, lo que termina con él.
Dicho proceso se sustenta a sí mismo, actúa de manera espontánea merced a su propia ignorancia, a sus tendencias y anhelos. El mismo tiene que llegar a su fin mediante la cesación de sus propios deseos volitivos. Si ustedes comprenden profundamente el significado de todo este concepto del "yo", verán que no son el mero resultado del medio en que viven, de la opinión o del azar, sino que cada uno es el creador, el originador de la acción. Creamos nuestra propia prisión de dolor y conflicto. Gracias a la cesación de nuestras propias actividades volitivas, adviene la realidad, la bienaventuranza.
Pregunta: Usted ha dicho que para comprender el proceso del "yo " se requiere un esfuerzo persistente. ¿Cómo hemos de entender su repetida declaración en el sentido de que el esfuerzo frustra la percepción alerta ?
KRISHNAMURTI: Donde existe el esfuerzo del deseo, hay opción, la cual debe basarse en el prejuicio, en la parcialidad. La percepción alerta no nace de la opción, surge cuando se percibe el carácter efímero de la voluntad de la opción o de la voluntad del deseo.
Por medio de la atención constante, del vehemente interés, se llega a comprender la voluntad del deseo, y entonces nace la voluntad de la comprensión. Donde existe la voluntad del deseo, es inevitable que el esfuerzo sea incorrecto, que siempre genere confusión, limitación y dolor creciente. La percepción alerta es el discernimiento constante de lo verdadero. El dolor y la investigación de la verdadera causa de éste — no la investigación teórica, sino la factual, Por medio de la experimentación y la acción — producirán esta flexibilidad despierta de la mente-corazón. No hay nadie que no sufra. El que sufre hace un esfuerzo para escapar de la realidad, y ese escape sólo aumenta el dolor. Pero si, mediante la observación silenciosa y paciente, discierne la verdadera causa del sufrimiento, esa percepción misma disuelve dicha causa.
Pregunta: ¿Sigue usted siendo tan inflexible como siempre en su actitud hacia las ceremonias y la Sociedad Teosófica?
KRISHNAMURTI: Una vez que usted ha visto que un acto es totalmente necio, no vuelve sobre lo mismo. Si percibe profundamente, como yo lo he hecho, la completa insensatez de las ceremonias, jamás podrán volver a ejercer ninguna influencia sobre usted. Ninguna opinión, así sea la de la mayoría, ninguna autoridad, ni de la tradición ni de las circunstancias, puede persuadir en contrario a uno que ha discernido la inutilidad de las ceremonias. Pero hasta tanto uno no haya visto completamente su significado, volverá a ellas. Es lo mismo en relación con la Sociedad Teosófica, La idea de la creencia organizada, con sus autoridades, su propaganda, sus conversiones y su explotación, para mí es fundamentalmente nociva.
No es importante lo que yo piense acerca de la Sociedad Teosófica. Lo que importa es que usted descubra por sí mismo qué es lo verdadero, lo real, no lo que usted quiere que sea real; y para comprender lo real, lo efectivo, lo verdadero, para comprenderlo sin que haya duda alguna, uno debe llegar a ello completamente despojado de todo anhelo, de todo deseo de seguridad y consuelo. Sólo entonces hay posibilidad de percibir lo que es. Pero como casi todos están condicionados por el deseo, por el anhelo de seguridad y consuelo aquí y en el más allá, son totalmente incapaces de una percepción genuina.
Antes de que puedan comprender qué es lo verdadero en las enseñanzas de la Sociedad Teosófica o de cualquier otra organización, primero deben considerar si ustedes mismos se hallan libres de deseo. Si no es así, estas organizaciones y sus creencias se convertirán en los instrumentos que habrán de explotarlos. Si toman en cuenta tan sólo sus enseñanzas, entonces se perderán entro opiniones y explicaciones. Así que, en primer lugar, comiencen a discernir por sí mismos el proceso del anhelo, el cual deforma la percepción, mantiene el proceso del "yo" y alimenta el miedo. Entonces estos sistemas, estas organizaciones con sus creencias, amenazas y ceremonias, no tendrán en absoluto significado alguno.
Desafortunadamente, no comenzamos por lo fundamental. Creemos que los sistemas y las organizaciones van a ayudarnos a que nos desembaracemos de nuestros perjuicios, dolores y conflictos. Creemos que nos liberarán de nuestras limitaciones; y así, por medio de tales sistemas, esperamos comprender la realidad. Esto jamás ha ocurrido ni ocurrirá. Ninguna creencia ni organización podía jamás liberar al hombre del deseo con sus temores y angustias.
Pregunta: ¿Qué cree usted que ocurrirá con su alma después de la muerte del cuerpo ?
KRISHNAMURTI: Si el interlocutor examina el motivo que inspiró su pregunta, verá que es el temor. Como no hay verdadera realización ni felicidad en el presente, él necesita una vida futura de felicidad y oportunidades. En otras palabras, el "yo" se pregunta si continuará. Para comprender el significado de tal deseo de continuación, usted debe comprender qué es el "yo".
Como he tratado de explicarlo, la fe destruye su propia idea del alma. La fe sostiene que hay una fuerza universal, una entidad suprema externa al hombre, la cual dirige y guía la existencia de éste y determina su futuro. Si considera a fondo este concepto, verá que destierra la idea del alma. Y si el alma no existe, entonces vuelve uno al concepto mecanicista de la vida y, de tal modo, queda atrapado en los opuestos. La verdad no se encuentra en los opuestos. Si usted comprendió plenamente el significado de los opuestos con todo lo que implican, discernirá entonces el verdadero proceso del "yo". Verá que es un proceso del deseo, el cual se engendra a sí mismo y, de esta manera, se alimenta de sí mismo. Este temor impulsa al "yo" a preguntarse si habrá de continuar, si vivirá después de la muerte del cuerpo. La verdadera pregunta es, entonces, si esta limitación, el "yo", el ego, pasando por múltiples experiencias y recogiendo sus lecciones, llegará finalmente a ser perfecto. ¿Puede el egoísmo volverse alguna vez perfecto a través del tiempo, de la experiencia? El "yo" puede crecer, expandirse, volverse más rico en egoísmo, en limitación, incorporar en sí otras unidades de limitación y egoísmo. Pero es indudable que este proceso debe permanecer siendo siempre el proceso del "yo", por mucho que se expanda y se glorifique.
Que este proceso continúe o que llegue a su fin, depende de la comprensión de cada individuo. Cuando uno discierne profundamente que el proceso del "yo" se mantiene a sí mismo mediante sus propias limitaciones, sus propias actividades volitivas del deseo, entonces su acción, su moralidad, toda su actitud hacia la vida sufren un cambio fundamental. En ese cambio se revela la realidad, la bienaventuranza.
Puedo ofrecer explicaciones sobre el origen de la existencia y del dolor. Pero el hombre que busca una explicación no discernirá la realidad. Las definiciones y explicaciones actúan tan sólo como una nube que oscurece la percepción, Este procese del "yo", del que he hablado, puede que para ustedes no sea más que una teoría. A fin de percibir su realidad tienen que considerarlo con espíritu crítico, analizarlo y experimentar con ello. Sólo la inteligente comprensión de todo esto dará origen a la recta acción.
16 de junio de 1936
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