OBRA COMPLETA - TOMO 3 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 SEXTA PLÁTICA EN EL ROBLEDAL

He estado diciendo en mis pláticas, que el conocimiento propio es el comienzo del recto pensar, y que sin conocimiento propio el recto pensar es imposible. Con el conocimiento propio llega el entendimiento, en él está la raíz de toda comprensión. Sin conocimiento propio no es posible comprender el mundo que nos rodea. Para dar origen a esta comprensión tiene que haber recto esfuerzo, porque sin él, como he explicado, el pensamiento-sentimiento se debatirá siempre en el conflicto de la dualidad, del mérito y el demérito, del "yo" y lo "mío" como opuesto al "no yo" y a lo "no mío", lo cual ocasiona angustia y dolor. Este conflicto de los opuestos existirá siempre si el anhelo no es observado, comprendido y, de ese modo, trascendido; el anhelo por las cosas mundanas y por alcanzar la inmortalidad personal, es la causa del dolor. El anhelo por estas cosas, expresada en diferentes formas, crea ignorancia, antagonismo y sufrimiento. El deseo de inmortalidad personal no es sólo el de la continuación del "yo" en el más allá, sino también en el presente, lo cual se expresa en el orgullo de la familia, en el nombre, la posición, el deseo de posesiones, de fama, de autoridad, en el "misterio" y el "milagro". El anhelo por estas cosas es el origen del dolor, y si cedemos a ellas el dolor no tendrá fin.

Por lo tanto, la virtud comienza cuando liberamos del anhelo al pensamiento-sentimiento. La virtud es más bien una negación del "yo" que un devenir positivo de éste, porque la comprensión negativa es la forma más elevada del pensar-sentir. Lo que llamamos devenir positivo o cualidades personales, nos limita atándonos al "yo" y, por consiguiente, jamás nos liberamos del conflicto y la confusión. El deseo de devenir, de "llegara ser", por noble y virtuoso que sea, sigue estando dentro de la estrecha esfera del "yo"; por eso, un deseo semejante es el medio de generar conflicto y confusión. Este proceso de constante devenir, supuestamente positivo, trae consigo la muerte con sus temores y esperanzas. Liberar del anhelo al pensamiento, aunque pueda parecer una negación, es la esencia de la virtud, porque no contribuye al desarrollo del proceso del "yo" y de "lo mío".

Como dije en mis pláticas anteriores, al liberar del anhelo al pensamiento-sentimiento, al darnos cuenta de sus modalidades, comenzamos a percibir el significado de la sinceridad, del amor, del miedo, de la vida sencilla, etc. No se trata de que "uno" deba volverse sincero, honesto, sino que, al pensar y sentir respecto del anhelo, al tornarnos ampliamente conscientes de si, percibirnos sus profundas implicaciones. La virtud no es una estructura sobre la cual el "yo" pueda construir algo, porque en ella no hay devenir. El "yo" jamás puede llegar a ser sincero, abierto, claro, porque su naturaleza misma es oscura, limitadora, confusa y contradictoria.

Darse cuenta plenamente de la ignorancia, implica el comienzo de la franqueza, de la honestidad. Lo contrario engendra credulidad y obstinación. Tratar de ser honestos sin habernos dado cuenta de la ignorancia, sólo nos conduce a más confusión. Sin conocimiento propio, la mera sinceridad es estrechez mental y autoengaño. Si uno comienza a ser plenamente consciente de sí mismo y observa lo que es la auténtica franqueza, entonces la confusión cede ante la claridad. La falta de claridad es lo que nos lleva a ser deshonestos, pretenciosos. Lo que trae orden y claridad es darnos cuenta de los escapes, de las distorsiones y los obstáculos.

La ignorancia, que es la falta de conocimiento propio, resulta en confusión y deshonestidad. Sin comprender la naturaleza contradictoria del "yo", ser franco es ser duro y origina más y más confusión. Gracias a la plena percepción y al pleno conocimiento de nosotros mismos, hay orden, claridad y recto pensar.

La más elevada forma del pensar es la comprensión negativa. Pensar y sentir positivamente, sin comprender el anhelo, es suscitar valores que separan, desorganizan y nada crean.

La más elevada forma del pensar es la comprensión negativa. Pensar y sentir positivamente, sin comprender el anhelo, es suscitar valores que separan, desorganizan y nada crean.

Ahora bien, el amor personal es doloroso; estamos conscientes de que en ese amor hay sufrimiento, amargura, desilusión. Las penas de amor son un tormento lleno de resentimientos y temores. No podemos escapar del amor a pesar de sus torturas. Los tontos culpan al amor, sin comprender las causas de las penas que acarrea; sin conocer la índole de sus conflictos, no es posible librarse de sus angustias. Si no percibimos claramente el origen del conflicto, del anhelo, el amor ocasiona sufrimientos. Es el anhelo, no el amor, el que crea dependencia y todos los problemas dolorosos que se derivan de ella. Es el anhelo en la relación, no el amor, el que da origen a la incertidumbre, y esta incertidumbre engendra el afán de poseer, los celos, el temor. En este espíritu posesivo, en esta dependencia, hay un falso sentido de unidad, el cual sostiene y alimenta un temporáneo estado de bienestar; pero eso no es amor, porque internamente contiene temores y sospechas. Este estímulo externo de aparente unidad entre dos seres humanos es parasitario, hace que uno viva del otro; esa no es amor, porque internamente hay vacuidad, sentimiento de soledad y necesidad de dependencia mutua. La dependencia engendra miedo, no amor. Sin comprender el anhelo personal, ¿no hay, acaso, dominación, opresión, que adoptan la forma del amor? En la relación que establecemos con una sola persona o con muchas, tal amor basado en el poder y la autoridad, con sus sumisiones y aceptaciones, es causa de conflicto, antagonismo y dolor. Si dentro de nosotros tenemos la semilla de la violencia, ¿cómo puede haber amor? ¿Cómo puede haber amor si llevamos en nuestro interior la semilla de la contradicción y la incertidumbre? El amor está mucho más allá de todo esto; trasciende por completo la sensualidad. El amor es en sí mismo eterno, no depende de nada, no es un resultado. En él están la piedad y la generosidad, la indulgencia y la compasión. Con el amor, surgen a la existencia la humildad y la benevolencia; sin amor, nada de ello existe.

Pregunta: Yo ya soy un introvertido y me parece, por lo que usted ha estado diciendo, que corro el riesgo de volverme más y más centrado en mi mismo, más introvertido aún. ¿No es así '?

KRISHNAMURTI: Si usted es un introvertido en oposición a un extrovertido, entonces existe el peligro de que se vuelva egocéntrico. Si se coloca en oposición a esto o aquello, entonces no hay comprensión, entonces sus pensamientos, sentimientos y acciones lo encierran en sí mismo, lo aíslan. Al comprender inteligentemente lo externo, llegará usted inevitablemente a lo interno y, de tal modo, cesará la división entre lo externo y lo interno. Si se opone a lo externo aferrándose a lo interno, o si niega lo interno y afirma lo externo, entonces existe el conflicto de los opuestos, en el cual no puede haber comprensión. Para comprender lo externo, el mundo, debe usted comenzar consigo mismo, porque usted, con sus pensamientos-sentimientos y sus acciones, es tanto el resultado de lo externo como de lo interno. Usted es el centro de toda la existencia objetiva y subjetiva, y para comprenderla, ¿dónde ha de comenzar sino en sí mismo? Esto no fomenta el desequilibrio, por el contrario, da origen a la comprensión creadora, a la paz interior.

Pero si niega lo externo, el mundo, si trata de escapar de él, si lo distorsiona moldeándolo conforme a sus fantasías, entonces su mundo interno es una ilusión que lo aísla poniéndole toda clase de trabas. Hay un estado de autoengaño generador de infelicidad. Ser es estar relacionado, pero uno puede bloquear, distorsionar esa relación y, de ese modo, se aísla más y más tornándose cada vez más egocéntrico, lo cual conduce al desorden mental. La raíz de la comprensión está dentro de nosotros mismos, en el conocimiento propio.

Pregunta: Usted, como tantos orientales, parece estar contra la industrialización. ¿Por qué ?

KRISHNAMURTI: No sé si muchos orientales están contra la industrialización, y si lo están, no sé qué razones darían para ello. Creo que yo he explicado por qué considero que la mera industrialización no es una solución para nuestro problema humano con sus conflictos y sufrimientos. La mera industrialización estimula los valores sensorios, provee mejores y más grandes cuartos de baño, mejores y más grandes automóviles, distracciones, entretenimientos y todas esas cosas. Los valores externos y temporales adquieren prioridad sobre el valor eterno.

La felicidad y la paz se buscan en las posesiones, ya sea de erigen manual o mental, en la afición a las cosas o al mero conocimiento. Recorran cualquiera de las calles principales y verán tienda tras tienda que venden las mismas cosas en colores y formas diferentes, innumerables revistas y miles de libros. Queremos que se nos distraiga, que se nos entretenga, que se nos aparte de nosotros mismos, dado que internamente somos tan desdichados y pobres, tan vacíos y tristes. Así, pues, donde hay demanda, hay producción y se impone la tiranía de la máquina. Y ustedes creen que la mera industrialización va a resolver el problema económico y social. ¿Lo hará? Podrán lograrlo temporalmente, pero con ella llegan las guerras, las revoluciones, la opresión, la explotación, trayendo la así llamada civilización — la industrialización con todas sus implicaciones — a los pueblos "no civilizados".

La industrialización y la máquina están aquí, ustedes no pueden eliminarlas; ellas ocupan su lugar correcto sólo cuando el hombre no depende de las cosas para su felicidad, sólo cuando cultiva las riquezas internas, los tesoros imperecederos de la realidad. Sin esto, la mera industrialización genera horrores incalculables; con los tesoros internos, no aislada de ellos, la industrialización tiene un sentido. Este problema no es de ningún país, de ninguna raza en particular; es un problema humano. Sin el poder equilibrante de la compasión y la espiritualidad, ustedes tendrán, con el mero incremento de la producción de cosas, de hechos y de técnica, mayores y mejores guerras, opresión económica y fronteras del poder, formas más sutiles de engaño, discordia y tiranía.

Del mismo modo que una piedra puede cambiar el curso de un río, unos pocos seres humanos que comprendan, tal vez podrán desviar este terrible curso de la humanidad. Pero es difícil resistir la constante presión de la civilización moderna, a menos que uno esté constantemente alerta, descubriendo así tesoros que son imperecederos.

Pregunta: ¿Piensa usted que la meditación grupal es útil ?

KRISHNAMURTI: ¿Cuál es el propósito de la meditación? ¿No es el recto pensar la base para el descubrimiento de lo supremo? Con el recto pensar se manifiesta lo incognoscible, lo inconmensurable. Uno debe descubrirlo, y para descubrirlo la mente debe estar libre por completo de toda influencia. Tiene que hallarse totalmente silenciosa, quieta y creativamente vacía. La mente debe liberarse del pasado, de las influencias que la condicionan; debe cesar de crear valores propios.

Usted es el uno y la masa, el grupo y el individuo; usted es el producto del pasado. No hay comprensión de este proceso total salvo a través de su resultado; usted debe estudiar y examinar el resultado que es usted mismo. Para observar, debe estar libre de apegos e influencias, debe dejar de ser un esclavo de la propaganda, sutil o grosera. La influencia del medio moldea el pensamiento-sentimiento, y también de esto debemos desembarazarnos para descubrir lo real, que es lo único capaz de liberarnos. ¡Cuan fácilmente se nos persuade para creer o no creer, para actuar o para no actuar! Los diarios, las revistas, los cines, las radios definen diariamente nuestra manera de pensar y sentir, y ¡qué pocos pueden escapar de su influencia limitadora!

Un grupo religioso cree en esto y otro grupo cree en aquello; sus pensamientos-sentimientos son imitativos, están influenciados, moldeados. En medio de esta confusión y esta afirmación imitativa, ¿qué esperanza puede haber de encontrar lo real? Para comprender esta loca confusión, el pensamiento-sentimiento debe erradicarla de sí y, de este modo, tornarse claro, imparcial y sencillo. Para descubrir lo real, la mente-corazón debe liberarse de la tiranía del pasado; ha de alcanzar la pureza de la soledad creativa. ¡Con qué facilidad lo colectivo, la congregación, es utilizado, persuadido y narcotizado! El descubrimiento de lo real no puede organizarse; cada uno de nosotros debe llegar a él sin coacción alguna, sin ser impulsado por la búsqueda de recompensa o por el temor al castigo. Cuando la mente deja de crear, es cuando existe la verdadera creación.

Pregunta: La creencia en Dios, ¿no es necesaria en este mundo terrible y despiadado?

KRISHNAMURTI: Durante siglos y siglos hemos tenido esta creencia en Dios pero, no obstante, hemos creado un mundo terrible. El salvaje y el sacerdote altamente civilizado creen en Dios. El hombre primitivo mata con arcos y flechas y danza alocadamente; el sacerdote civilizado bendice los buques de guerra y los bombarderos y ofrece buenas razones para hacerlo. No digo esto con espíritu cínico ni despectivo, así que tengan la bondad de no sonreír; es un asunto muy serio. Ambos creen, y también está el otro, el no creyente, pero también él recurre a la liquidación de aquéllos que se interponen en su camino. El hecho de adherirse a una creencia o a una ideología no pone fin a las matanzas, a la opresión y la explotación. Por el contrario, ha habido y continúa habiendo terribles, despiadadas guerras y destrucciones y persecuciones en el nombre de la paz, en el nombre de Dios. Si pudiéramos dejar de lado estas creencias e ideologías en pugna y dar origen a un cambio profundo en nuestra vida cotidiana, habría oportunidad para un mundo mejor. Es nuestra vida de todos los días la que ha generado, ahora y antes, estas catástrofes y estos horrores; nuestra irracionalidad, nuestros privilegios nacionales y económicos exclusivos con sus barreras, nuestra falta de buena voluntad y compasión han dado origen a estas guerras y a otros desastres, El espíritu mundano estallará constantemente arrojando de sí caos y dolor.

Somos el producto del pasado, y edificar sobre él sin comprenderlo es invitar al desastre. La mente, que es un resultado, un producto, no puede esperar comprender aquello que no es producto de nada, aquello que no tiene causa, que es intemporal. Para comprender lo increado, la mente debe cesar en sus propias creaciones. Una creencia pertenece siempre al pasado, a lo creado, y se convierte en un obstáculo para la vivencia de lo real. Cuando el pensamiento-sentimiento se halla fijo, anclado, en estado de dependencia, la comprensión de lo real es imposible. Tiene que haber una franca, tranquila libertad respecto del pasado, una espontánea inundación de silencio; sólo así puede haber florecimiento de lo real.

Cuando vemos una puesta del Sol, en ese instante de belleza hay un júbilo espontáneo, creativo. Si deseamos repetir otra vez esa experiencia, ya no hay júbilo en la puesta del Sol; tratamos de recibir esa misma felicidad creativa, pero no se encuentra ahí. Nuestra mente, cuando nada deseaba ni esperaba, era capaz de recibir, pero, habiendo recibido, siente codicia par más de lo mismo, y esta codicia la enceguece. La codicia es acumulativa y se convierte en una carga para la mente-corazón; está siempre juntando, almacenando. El pensamiento-sentimiento se corrompe a causa de la codicia, ce las ondas corrosivas de le memoria. Sólo mediante una intensa percepción alerta puede ponerse fin a este proceso absorbente del pasado. La codicia, al igual que el placer, es siempre exclusiva, limitadora, y ¿cómo puede el pensamiento nacido de la codicia, comprender aquello que es inconmensurable?

En vez de fortalecer las creencias y las ideologías, tomen clara conciencia de sus pensamientos-sentimientos, porque de ellos surgen los problemas de la vida. El mundo es lo que son ustedes; si son crueles, lascivos, ignorantes, codiciosos, así es el mundo. Poca importancia tiene que crean o no crean en Dios, porque por obra de sus pensamientos, sentimientos y acciones, hacen ustedes que el mundo sea terrible y despiadado, pacífico y compasivo, bárbaro o sabio.

Pregunta: ¿Cuál es el origen del deseo ?

KRISHNAMURTI: La percepción, el contacto, la sensación, la necesidad y la identificación causan el deseo. El origen del deseo es la sensación, tanto en sus formas inferiores como en las superiores. Y cuanto más satisfacción sensual exige uno, tanto mayor es la mundanalidad que busca su propia continuación en el más allá. Dado que la existencia es sensación, no podemos sino comprender esta sensación, no volvernos esclavos de ella; de este modo, liberamos al pensamiento y lo trascendemos para entrar en un estado de pura percepción alerta. El deseo de satisfacción tiene que producir, a cualquier costo, los medios de lograrla. Tal requerimiento, tal deseo puede ser observado, estudiado, inteligentemente comprendido y trascendido. Ser esclavo del deseo es ser ignorante, y esto termina inevitablemente en dolor.

Pregunta: ¿No cree usted que en el hombre hay un principio de destrucción, independiente de su voluntad personal de destruir y de su simultáneo deseo por la vida? La vida parece ser, en sí misma, un proceso de destrucción.

KRISHNAMURTI: En todos nosotros está latente la voluntad de destruir, tal como se expresa en la ira, en la mala voluntad, la cual, ampliada, conduce a las catástrofes mundiales; y también, dentro de nosotros, está el deseo de ser considerados y compasivos. De modo que opera internamente este proceso dual, un conflicto al parecer interminable. El interlocutor desea saber si la vida misma no es, quizás, un proceso destructivo. Sí, lo es, si entendemos con ello que en la negación se encuentra la más alta forma de comprensión. Esta negación es la destrucción de aquellos valores que se basan en lo positivo, en el "yo" y "lo mío". En tanto la vida sea un devenir egocéntrico encerrada por el pensamiento-sentimiento del "yo" y "lo mío", ésta se convierte en un proceso destructivo, cruel y carente de toda creatividad. El devenir positivo, afirmativo, se asocia finalmente con la muerte, la cual se manifiesta de manera obvia en el mundo actual. La vida ejercida positivamente como el "yo" y "lo mío", es causa de conflicto y destrucción. Cuando ponemos fin a este positivo, agresivo desear o no desear, adquirimos conciencia del temor, de la muerte, de la nada. Pero si el pensamiento puede ir mucho más allá de este temor, se manifiesta, entonces, la realidad suprema.

18 de junio de 1944



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