OCTAVA PLÁTICA EN EL ROBLEDAL
En las últimas pláticas hemos estado discutiendo cómo desarrollar la facultad que permite descubrir aquello que es verdadero, lo único que puede dar origen a la serenidad y a la paz creadora. Esta facultad, como lo expliqué, ha de desarrollarse mediante el recto pensar — el recto pensar, que es diferente del recto pensamiento condicionado — . Al tomarnos plenamente conscientes, nos encontramos con el conflicto de la dualidad, el cual, si no es completamente comprendido, nos llevará a realizar esfuerzas incorrectos. El recto esfuerzo consiste en que el pensamiento-sentimiento se libere de este conflicto entre mérito y demérito, devenir y no devenir. Para desarrollar la percepción de la verdad tiene que haber franqueza, integridad de comprensión, que sólo pueden surgir con la humildad. Como expliqué, la virtud no consiste en desarrollar buenas cualidades, lo cual equivale a cultivar los opuestos y, por lo tanto, a engendrar esfuerzos equivocados. La virtud surge a la existencia cuando liberamos del anhelo al pensamiento-sentimiento.
También hemos discutido en cierto modo la relación, la dependencia, el miedo y el amor: cómo proceder a liberar al pensamiento-sentimiento, liberarlo de la dependencia y del miedo, que corrompen el amor.
Dije que esta mañana trataríamos de entender qué es .o que contribuye a una vida sencilla. La vida sencilla, simple, consiste en estar libre del afán adquisitivo, de todo tipo de aficiones y distracciones. La libertad respecto del afán adquisitivo radica, por cierto, en comprender la causa que origina en nosotros el conflicto de la codicia y la envidia. Cuanto más adquirimos, mayor es la exigencia de posesiones; y negar ese afán de adquirir, decir: "No adquiriré", no resuelve de ninguna manera el problema de la codicia y la envidia. Pero observándolo, tornándonos conscientes del proceso de adquisición y de la envidia en todos los diferentes niveles de nuestra conciencia, comenzamos a comprender su significado más profundo, con todas las implicaciones económicas, sociales e internas. Este estado de conflicto adquisitivo, de afán competitivo por poseer, no es conducente a una vida simple y sencilla, esencial para comprender lo verdadero. Así, pues, si ustedes toman plena conciencia de este espíritu adquisitivo con sus problemas — no oponiéndose a él y, con eso, desarrollando la cualidad "no adquisitiva", la cual es sólo otra forma de codicia — , comenzarán a darse cuenta de sus implicaciones más amplias y profundas.
Entonces comenzarán a comprender que una mente atrapada en la codicia y la envidia no puede experimentar la bienaventuranza de la verdad. Una mente competidora, presa en el conflicto del devenir, que piensa en términos de comparación, es incapaz de descubrir lo real. El pensar-sentir que se halla intensamente alerta, está en proceso constante de descubrimiento propio, descubrimiento que, siendo verdadero, es liberador y creativo. Tal descubrimiento propio nos libera del afán adquisitivo y de la compleja vida del intelecto. Es esta compleja vida del intelecto la que encuentra gratificación en las aficiones que le son propias: curiosidad destructiva, especulación, mero conocimiento, capacidad, chismorreo, y todo eso; estos obstáculos impiden la sencillez de la vida. Una afición particular, una especialización, agudiza la mente, es un medio de concentrar el pensamiento, pero no contribuye a que el pensar-sentir florezca en la realidad.
Liberarnos de la distracción es más difícil, puesto que no comprendemos plenamente el proceso del pensar-sentir, el cual ha llegado a ser en sí mismo el medio de distracción. Siendo siempre incompleto, proclive a la curiosidad y formulación especulativas, tiene el poder de crear sus propios obstáculos, ilusiones que impiden la percepción de lo real. De este modo, se convierte en su propia distracción, en su propio enemigo. Como la mente es capaz de crear ilusión, este poder debe ser comprendido antes de que lamente pueda liberarse por completo de sus distracciones autocreadas. Debe estar totalmente quista, silenciosa, porque cualquier pensamiento se vuelve una distracción. El anhelo es el factor distorsivo, y ¿cómo puede la mente, tan propensa a la ilusión, conocer lo simple, lo real? Hasta que el anhelo en sus múltiples formas sea comprendido y superado, no puede existir el júbilo de la vida interna simple y plena.
Si comienzan a darse cuenta de las distracciones externas y, de ese modo, les siguen la pista hasta dar con la causa que es interna, entonces el pensamiento-sentimiento, que se ha vuelto el medio de su propia evasión, su propia causa de ignorancia, se desembarazará de la maraña de las distracciones. Al darse cuenta de las distracciones externas: posesiones, relaciones, entretenimientos, placeres, aficiones particulares, al considerarlas e investigarlas a fondo, se revelarán las distracciones internas: escapes, conocimientos, especulaciones, creencias autoprotectoras, recuerdos y demás. Cuando hay percepción clara y plena de las distracciones externas e internas, adviene la comprensión profunda; sólo entonces es posible apartarse natural y fácilmente de ellas. Porque el pensamiento-sentimiento, en su afán de disciplinarse a fin de que no se lo distraiga, impide la comprensión respecto de la naturaleza y causa de la distracción; por lo tanto, el propio acto de disciplinarse se vuelve un escape, un medio de distracción.
La vida simple no consiste en la mera posesión de unas pocas cosas, sino en estar libre tanto de la posesión como de la no posesión; radica en la indiferencia hacia las cosas, la cual llega con la comprensión profunda. El renunciar meramente a las cosas para alcanzar una felicidad mayor prometida, una mayor alegría de vivir, es buscar recompensa, búsqueda que limita el pensamiento y le impide florecer y descubrir la realidad. Controlar el pensamiento-sentimiento para obtener una recompensa mayor, un mayor resultado, es empequeñecerlo, tornarlo ignorante y propenso al sufrimiento. La simplicidad de la vida adviene con la riqueza interior, con la libertad interna respecto del anhelo, del afán adquisitivo, de las aficiones personales y las distracciones.
Desde esta vida simple, sencilla, surge esa necesaria y firme intención que no es el resultado de la concentración egocéntrica, sino una expandida percepción alerta, una comprensión meditativa. La vida simple no es consecuencia de circunstancias externas; el contentamiento con lo poco adviene con las riquezas de la plena comprensión interna. Si dependemos de las circunstancias para sentirnos satisfechos de la vida, crearemos caos y desdicha, porque seremos juguetes del medio que nos rodea; sólo cuando trascendemos las circunstancias mediante la comprensión, hay orden y claridad. Estando constantemente atentos al proceso de la codicia adquisitiva, de las aficiones personales y de las distracciones, nos liberamos de ellas y, en consecuencia, hay una vida sencilla y verdadera.
Pregunta: Mi hijo fue muerto en esta guerra. Tengo otro hijo de doce años y no quiero perderlo también en otra guerra. ¿Cómo podemos impedir que haya una nueva guerra?
KRISHNAMURTI: Estoy seguro de que esta misma pregunta deben formulársela cada madre y cada padre en todo el mundo. Y yo me pregunto qué precio están dispuestos a pagar los padres para evitar otra guerra, para impedir que sus hijos sean muertos, para impedir esta espantosa carnicería humana; qué y cuánto quieren decir realmente cuando afirman que aman a sus hijos, que debe evitarse la guerra, que debe haber hermandad, que debe encontrarse un modo de terminar con todas las guerras.
Para dar origen e una nueva manera de vivir, deben ustedes tener una manera nueva y revolucionaria de pensar y sentir. Tendrán otra guerra, es inevitable que tengan otra guerra si están pensando en términos de nacionalidades, prejuicios raciales, fronteras sociales y económicas. Si cada uno considera verdaderamente en su corazón cómo evitar otra guerra, debe dejar de lado su nacionalidad, su religión particular especializada, su codicia y su ambición. Si no lo hacen así, tendrán otra guerra, porque estos prejuicios y la adhesión a religiones especializadas, son tan sólo expresiones externas del egoísmo, la ignorancia, la mala voluntad y el apetito sensual de cada uno de nosotros.
Pero ustedes responderán que tomará muchísimo tiempo lograr que cada uno de nosotros cambie y pueda así convencer a otros acerca de este punto de vista.; que la sociedad no está preparada para recibir esta idea; que los políticos no se interesan en ella; que los líderes son incapaces de concebir un gobierno universal o un Estado sin soberanías separadas. Ustedes podrían decir que éste es un proceso evolutivo que producirá de manera gradual ese cambio tan necesario. Si respondieran así al padre cuyo hijo va a ser muerto en otra guerra y si él realmente amara a su hijo, ¿piensan que encontraría esperanza alguna en este gradual proceso evolutivo? El desea salvar a su hijo y quiere saber cuál es el modo más seguro de terminar con todas las guerras. No estará satisfecho con la teoría gradual y evolutiva de ustedes. Esta teoría evolucionista de una paz gradual, ¿es verdadera, o la hemos inventado para racionalizar nuestra pereza y nuestro egocéntrico pensamiento-sentimiento? ¿Acaso no es incompleta y, por lo tanto, falsa? Pensamos que debemos pasar por los diversos estados: la familia, el grupo, la nación y el internacionalismo, y que sólo entonces tendremos paz. Esto no es sino una justificación de nuestro egoísmo y nuestra estrechez mental, de nuestro fanatismo y nuestros prejuicios; en vez de barrer con estos peligros, inventamos una teoría de crecimiento progresivo y sacrificamos a ella la felicidad de otros y nuestra propia felicidad. Si dedicamos nuestra mente y nuestro corazón a terminar con la enfermedad de la ignorancia y del egocentrismo, crearemos entonces un mundo cuerdo y feliz.
No debemos pensar y sentir horizontalmente sino verticalmente. O sea, en vez de seguir el curso del perezoso, egoísta e ignorante pensar-sentir propio del gradualismo, del lento esclarecimiento a través del proceso temporal; en vez de seguir esta corriente del conflicto y la desdicha continuos, de los constantes asesinatos en masa con sus períodos de descanso llamados "paz" y la idea de un paraíso final en la Tierra; en vez de pensar y sentir a lo largo de estas líneas, horizontales, ¿no podemos pensar y sentir verticalmente? ¿No es, acaso, posible, arrancarnos nosotros mismos de la continuidad horizontal que implican la confusión y La lucha constantes, y entonces, fuera de ella, pensar y sentir de una manera nueva, vertical, libre del sentido del tiempo? En vez de pensar desde el punto de vista de la evolución, lo cual contribuye a racionalizar nuestra pereza y nuestro deseo de postergación, ¿no podemos pensar y sentir directamente, sencillamente? El amor de La madre piensa y siente de manera directa, simple, pero su egotismo, su orgullo nacional, etc., hacen que piense y sienta en términos de gradualismo, horizontalmente.
El presente es lo eterno; ni el pasado ni el futuro pueden revelarlo. Lo intemporal se realiza sólo a través del presente. Si usted desea de verdad salvar a su hijo y, por ende, a la humanidad, de otra guerra, entonces debe pagar el precio por ello: no ser codicioso, no tener mala voluntad y no ser mundano; porque la apetencia sensual, la mala voluntad y la ignorancia producen conflicto, confusión y antagonismo; engendran el nacionalismo, la arrogancia, y promueven la tiranía de la máquina. Si usted está dispuesto a liberarse de las apetencias sensuales, la mala voluntad y la ignorancia, sólo así salvará a su hijo de otra guerra. Para traer felicidad al mundo, para poner fin a estos asesinatos en masa, tiene que haber una completa revolución interna del pensar y sentir que dé origen a una nueva moralidad, a una moralidad no basada en los sentidos sino en la libertad respecto del sensualismo, del espíritu mundano y del anhelo de inmortalidad personal.
Pregunta: Usted habla de la conciencia meditativa, pero jamás habla de la oración. ¿Acaso se opone a la oración?
KRISHNAMURTI: En el oponerse no hay comprensión. La mayoría de nosotros se entrega a la oración suplicante, y esta forma de oración, de plegaria, cultiva y fortalece la dualidad del observador y lo observado, que son un fenómeno conjunto. Sólo cuando cesa esta dualidad, existe lo total. Por mucho que puedan suplicar, la respuesta que reciban estará de acuerdo con el pedido que hagan, pero no será lo verdadero. La respuesta a un deseo se encuentra en el deseo mismo. Cuando la mente-corazón está completamente quieta, completamente silenciosa, sólo entonces se manifiesta lo total, lo eterno.
Hace algún tiempo me entrevistó un hombre que, según dijo, había estado orando a Dios, y una de sus súplicas era por un refrigerador. Les mego que no se rían. Y no sólo había adquirido un refrigerador sino también una casa, de modo que sus súplicas fueron respondidas, y para él Dios era una realidad, según aseguraba.
Cuando ustedes pidan recibirán, pero tendrán que pagar por ello; se les responderá conforme a su pedido, pero eso tiene un precio. La codicia responde a la codicia. Cuando pidan desde la codicia, desde el temor, desde el deseo, obtendrán una respuesta, pero deben pagar por ella, y pagan mediante guerras, luchas e infelicidad. Los siglos de crueldad, codicia, mala voluntad e ignorancia, se manifiestan cuando ustedes los invocan. Así, pues, es desastroso entregarse a la oración si no hay conocimiento propio. La conciencia meditativa de la que he estado hablando es la consecuencia del conocimiento propio, y únicamente en éste existe el recto pensar, el cual libera a la mente-corazón del proceso dual del observador y lo observado, porque ambos son un fenómeno, un acontecimiento conjunto. El observador está siempre condicionando lo observado: y es extremadamente difícil trascender a ambos, ir mucho más allá de lo creado. El pensador y su pensamiento deben cesar para que lo eterno sea.
He tratado de explicar en mis pláticas cómo disipar, mediante el conocimiento propio y el recto pensar, la confusión que existe entre el observador y lo observado, entre el pensador y su pensamiento. Porque sin esta clarificación interna, el observador está siempre condicionando lo observado y, por lo tanto, no puede ir más allá de sí mismo y queda atrapado en su propia prisión, en su propio engaño. Para realizar aquello que es increado, que no ha sido compuesto, el pensamiento-sentimiento debe trascender lo creado, el resultado, el "yo"; el pensamiento-sentimiento debe cesar de pedir, de adquirir, de dejarse distraer por cualquier forma de ritualismo o de recuerdo. Si quieren experimentar con esto, descubrirán cuan extremadamente difícil es para el pensamiento estar totalmente libre de su propio parloteo y de su creaciones. Sólo cuando está libre de todo eso, sólo cuando ha llegado a su término la dualidad del observador y lo observado, se manifiesta lo inconmensurable.
Pregunta: He estado haciendo anotaciones tal como usted nos sugirió, y encuentro que no puedo ir más allá de los pensamientos triviales. ¿Es porque la mente consciente rehúsa reconocer los pensamientos y las exigencias subconscientes y, por eso, escapa hacia un vacío que la bloquea?
KRISHNAMURTI: Sugerí que, para aminorar el ritmo de la mente a fin de examinar el proceso del pensar-sentir, deberían ustedes anotar cada pensamiento-sentimiento. Si uno desea, por ejemplo, entender cómo funciona una máquina de altas revoluciones, tiene que reducir su marcha, no detenerla, porque en tal caso se vuelve una cosa muerta, inmóvil; debe hacerla girar suavemente, lentamente, para estudiar su estructura, su movimiento. De igual modo, si queremos comprender nuestra mente, debemos reducir el ritmo de nuestro pensar — no detenerlo del todo — , retardarlo a fin estudiarlo, de seguirlo hasta su máximo alcance. Y, para hacer esto, sugerí que ustedes deberían anotar cada pensamiento-sentimiento. No es posible anotarlos todos, porque son demasiados, pero si intentaran escribir un poco cada día, pronto empezarían a conocerse a sí mismos; empezarían a darse cuenta de las numerosas capas de su conciencia, de la relación y las reacciones que hay entre unas y otras. Esta percepción alerta es difícil, pero si quieren llegar lejos, deben empezar cerca.
Ahora bien, el interlocutor encuentra que sus pensamientos son triviales y que no puede ir más allá de eso. Quiere saber si su trivialidad es el resultado de escapar de anhelos y requerimientos más profundos. Lo es en parte; pero nuestros pensamientos y sentimientos también son en sí mezquinos, triviales pequeños. La raíz de la comprensión se encuentra en comprender lo pequeño, lo trivial. Sin comprender lo pequeño, el pensamiento-sentimiento no puede ir más allá de sí mismo. Uno debe darse cuenta de sus trivialidades, de su estrechez mental, de sus prejuicios, y comprenderlos. Y puede comprenderlos sólo cuando hay humildad, cuando no juzga ni compara, no acepta ni rechaza. Ahí radica el principio de la sabiduría. La mayor parte de nuestro pensar-sentir es trivial. ¿Por qué no reconocer y comprender su causa, o sea, el "yo", producto de la ignorancia, ya sea vasta o pequeña? Del mismo modo que siguiendo una delgada veta se puede dar con grandes riquezas, así, si ustedes siguen, si consideran a fondo e investigan lo trivial, descubrirán profundos tesoros. Lo pequeño puede ocultar lo profundo, pero uno debe seguir su pista. Lo trivial, si lo estudiamos, ofrece la promesa de algo que está más allá. No lo deje de lado; esté más bien alerta a cada pensamiento-sentimiento, porque cada uno contiene un significado.
Los bloqueos pueden ocurrir ya sea porque la mente consciente no quiere responder a exigencias más profundas — lo cual tal vez requiera un curso de acción diferente y, por eso, puede originar dificultades y sufrimientos — , o la mente es incapaz de un pensar-sentir más amplio y hondo. Si se trata de falta de capacidad, usted puede crearla sólo mediante una constante y persistente percepción alerta, investigando, observando, estudiando.
Yo sólo sugerí que anotaran cada pensamiento-sentimiento como un medio de cultivar esta conciencia expandida y global, la cual no consiste en una concentración de carácter exclusivo ni en la concentración de carácter egocéntrico. Este estado de conciencia expandida, de percepción alerta, adviene gracias a la comprensión, no mediante el mero juicio o la comparación, ni mediante la aceptación o el rechazo.
Pregunta: ¿Qué garantía tengo de que en mí surgirá la nueva facultad a la que usted se refiere?
KRISHNAMURTI: ¡Me temo que ninguna en absoluto! Esto no es, por cierto, una inversión lucrativa que usted hace. Si lo que está procurando encontrar es certeza, entonces se encontrará con la muerte; pero si está inseguro y, por lo tanto, se arriesga y busca, descubrirá lo real. Queremos garantías, queremos estar seguros del resultado antes aun de intentar algo, porque somos perezosos e irreflexivos y no deseamos emprender el largo viaje del descubrimiento propio. No nos aplicamos a ello; queremos que, a cambio de nuestro esfuerzo, se nos dé la iluminación, lo cual indica seguridad posesiva. En la seguridad no hay descubrimiento de lo real; esta búsqueda de la seguridad es autoprotección del "yo", y en el "yo" hay ignorancia y dolor. Para comprender, para descubrir lo real, es indispensable abandonar el "yo"; tiene que haber comprensión negativa de aquello que está más allá de todos los astutos ardides del "yo". Lo que se descubre en la búsqueda del conocimiento propio, es verdadero, y esta verdad es liberadora y creativa — no mi garantía de que usted se liberará, lo cual sería un completo disparate — . Vivimos en conflicto, en medio de la confusión y el dolor, y es este sufrimiento, no alguna promesa de recompensa, la fuerza que debe obligarnos a buscar, a investigar y descubrir la real. Esta búsqueda debe ser emprendida por cada uno de nosotros, y el conocimiento propio ha de ser cultivado mediante un constante estado de percepción alerta; el recto pensar llega con el conocimiento propia, y es lo único que puede traernos paz y comprensión. La codicia nos aleja de este propósito.
Pregunta: ¿Es malo tener un Maestro, un instructor espiritual en otro plano de existencia?
KRISHNAMURTI: He tratado de responder la misma pregunta de diferentes maneras en distintas ocasiones pero, al parecer, pocos desean comprender. Es difícil deshacerse de la superstición, porque la mente la crea y se convierte en su prisionera.
¡Cuan difícil es descubrir lo verdadero en lo que leemos, en nuestras relaciones y pensamientos de todos los días! El prejuicio, la tendencia, el condicionamiento dictan nuestra opción; para descubrir lo verdadero es preciso desechar todo esto; la mente debe descartar sus propios pensamientos-sentimientos autorrestrictivos y estrechos. Descubrir qué es verdadero en nuestros pensamientos, sentimiento y acciones, es extremadamente difícil, ¡y cuánto más difícil es discernir lo verdadero en un mundo supuestamente espiritual! Si deseamos un gurú, un instmctor, ya es bastante difícil encontrar uno en el mundo físico; cuánto más complejo, engañoso y confuso debe ser ir a la busca de un instructor en un mundo así llamado espiritual, en otro plano de existencia. Aun en el supuesto caso de que un instructor espiritual lo elija a usted, el que realmente elige es usted, no el supuesto instructor. Si usted no se comprende a sí mismo en este mundo de acción e interacción, de lascivia, mala voluntad e ignorancia, ¿cómo puede confiar en su juicio, en su capacidad de discernir en un mundo que se supone espiritual? Si no se conoce a sí mismo, ¿cómo puede discernir aquello que es verdadero? ¿Cómo sabe que su propia mente, que tiene el poder de crear ilusión, no ha creado al Maestro, al instructor? ¿No es su vanidad la que lo persuade de que busque al Maestro y sea escogido por éste?
Hay un relato acerca de un discípulo que acudió a un instructor espiritual para suplicarle que lo condujese ante el Maestro; el instmctor dijo que lo haría sólo si él, el discípulo, hacía exactamente lo que se le dijera. El discípulo estuvo encantado. Se le explicó que durante siete años debería vivir en una caverna cercana y allí seguir las órdenes del instructor. Durante el primer año debía sentarse muy quieto, serenamente, y concentrar el pensamiento; luego, en el segundo año, se le dijo que invitara al Maestro a la caverna; en el tercero debía hacer que el Maestro se sentara junto con él; en el cuarto, tenía que hablar con el Maestro; en el quinto, debía hacer que el Maestro recorriera de un lado a otro la caverna; en el sexto, debía lograr que la abandonara. Después del sexto año, el instructor pidió al discípulo que saliera al exterior y le dijo: "Ahora sabes quién es el Maestro".
La mente tiene el poder de crear ignorancia o de discernirlo que es verdadero. En esta búsqueda del Maestro, existe siempre el deseo de ganar y, por lo tanto, surge el temor; y une mente que está buscando recompensa y, de ese modo, invitando al temor, no puede comprender lo que es verdadero. Es el colmo de la ignorancia pensar en términos de recompensa y castigo, de lo superior y lo inferior. Además, ¿puede alguien ayudarlo a descubrir lo que es verdadero en sus propios pensamientos y sentimientos? Otros pueden señalar, pero usted, sólo usted mismo, tiene que investigar y descubrir lo verdadero.
Si recurre a otro para que lo salve del sufrimiento y de la ignorancia, de este mundo bárbaro y caótico, sólo creará más confusión y mala voluntad, más ignorancia y dolor. Usted es responsable por sus propios pensamientos, sentimientos y acciones; sólo usted puede generar dentro de sí claridad y orden; sólo usted puede salvarse de sí mismo; sólo gracias a su comprensión puede trascender la codicia, la mala voluntad y la ignorancia.
Cada uno de los que estamos aquí, espero, está tratando de buscar lo real, lo eterno, y no debe dejarse distraer por la belleza de los templos a la orilla del camino, por los adornos de los postes indicadores, por el ritualismo. No hay autoridad alguna que pueda conducirlos hacia la realidad suprema; esa realidad se encuentra tanto en el principio como en el final. No se detengan ante los postes indicadores ni queden atrapados en la trivialidad de los gmpos ni se enamoren de los cánticos o del incienso o del ritual. Depender de otro para el conocimiento de uno mismo, añade más ignorancia, porque el otro es uno mismo. En uno mismo se halla oculta la raíz de la comprensión. La percepción de lo verdadero descansa en el recto pensar, en la humildad, en la compasión, en la vida simple, no en la autoridad de otra persona. La autoridad de otro, por grande que éste pueda ser, conduce a más ignorancia y dolor.
2 de julio de 1944
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