OBRA COMPLETA - TOMO 3 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 TERCERA PLÁTICA EN OMMEN

He estado tratando de explicar cuál es la apropiada condición interna en la cual se puede ser verdaderamente uno mismo; hemos dicho que, en tanto exista el mecanismo formador de hábitos, no podemos ser verdaderamente nosotros mismos, aun si ese hábito se considera bueno, Todo hábito debe, por fuerza, impedir la claridad de percepción y encubrir nuestra propia integridad. Este mecanismo ha sido desarrollado como un medio de escape, un proceso de encubrimiento para disimular nuestra confusión y nuestras incertidumbres; lo hemos desarrollado para ocultar la futilidad de nuestras acciones y la rutina del trabao, de la ocupación; o para escapar de la vacuidad, del dolor, de la decepción, etcétera.

Tratamos de escapar, de huir de la ignorancia y el miedo formando hábitos que los contrarresten, que los resistan — hábitos de ideales y de moralidad — . Cuando hay descontento, dolor, el intelecto se presenta con soluciones, explicaciones, sugestiones tentativas, las que gradualmente cristalizan y se convierten en hábitos de pensamiento. De este modo se disimulan el sufrimiento y la duda.

Así, pues, el miedo es la raíz de este mecanismo formador de hábitos. Tenemos que comprender su proceso. Por comprender entiendo no la mera captación intelectual, sino la percepción del proceso como algo real que está ocurriendo; percibirlo no superficialmente sino como un hecho que tiene lugar en cada día de nuestra vida. La comprensión es un acto de autorrevelación, un darse cuenta de manera no meramente objetiva, mecánica, sino como parte "de nuestra existencia misma.

Para comprender este mecanismo de escape a través del hábito, debemos descubrir primeramente el motivo oculto, el motivo que nos impulsa a realizar ciertas acciones y que trae como secuela lo que llamarnos experiencia. En tanto no comprendamos la fuerza motriz de este mecanismo que da origen al escape, el limitarnos a considerar los escapes tiene muy poco valor.

La experiencia es un proceso de acumulación y desposeimiento, de revelación y fortalecimiento de los viejos hábitos, un debilitamiento y una intensificación de aquello que llamamos la voluntad. La experiencia puede fortalecer la voluntad o por momentos puede destruirla, puede desarrollar deseos intencionales o acabar con esos deseos para crear otros nuevos. En este proceso de experimentar, de vivir, hay una gradual formación de la voluntad.

Ahora bien, no hay voluntad divina, sino solamente la simple, común voluntad del deseo: voluntad de triunfar, de satisfacerse, de ser. Esta voluntad es una resistencia y es el fruto del miedo; ella guía, elige, justifica, disciplina. Esta voluntad no es divina ni se halla en conflicto con la así llamada voluntad divina, sino que, a causa de su existencia misma, es una fuente de dolor y conflicto, porque es la voluntad del miedo. No puede haber conflicto entre la luz y la oscuridad; donde está una, no está la otra. Por mucho que nos guste revestirla con la divinidad, con principios y nombres altisonantes, la voluntad es, en esencia, el resultado del miedo, del deseo.

Algunos son conscientes de esta voluntad con todas sus permutaciones y combinaciones. Quizás algunos perciben que esta voluntad es miedo e intentan acabar con ella persiguiéndola en el curso de sus numerosas expresiones, creando de este modo nada más que otra forma de voluntad, derribando una resistencia sólo para erigir otra.

Así, pues, antes de que comencemos a examinar los medios y arbitrios que se utilizan para acabar con el miedo a través de la disciplina, de la formación de nuevos hábitos, etc., primero debemos comprender la fuerza motora que opera detrás de la voluntad. He explicado lo que entiendo por comprensión. Esta comprensión no es un proceso intelectual, analítico. No se la encuentra en las recepciones sociales ni es cosa del especialista, sino que debe tener lugar en las acciones de todos los días, en nuestras relaciones cotidianas. Es decir, el proceso del vivir nos revelará, si es que estamos del todo despiertos, el funcionamiento de esta voluntad, de este hábito, el círculo vicioso de crear una resistencia tras otra, a lo cual podemos llamar con distintos nombres: ideales, amor. Dios, verdad y así sucesivamente.

La fuerza motora que opera tras la voluntad es el miedo, y cuando comenzamos a darnos cuenta de esto, interviene el mecanismo del hábito ofreciendo nuevos escapes, nuevas esperanzas, nuevos dioses. Ahora bien, en este preciso instante, cuando la mente empieza a interferir con la comprensión respecto del miedo, es cuando debe haber una gran percepción alerta a fin de que no seamos apartados, distraídos por los ofrecimientos del intelecto, dado que la mente es sutil y astuta. Cuando sólo hay miedo, sin esperanza alguna de escape, en los momentos más sombríos, en la absoluta soledad del miedo, desde lo profundo del miedo mismo, por decirlo así, surge la luz que habrá de disiparlo.

Cualesquiera sean los intentos que hagamos superficialmente, intelectualmente, para destruir el miedo mediante distintas formas de disciplina, de patrones de conducta, sólo crearemos otras formas de resistencia; y éste es el hábito en el que estamos atrapados. Cuando ustedes preguntan cómo librarse del miedo, cómo acabar con los hábitos, en realidad están abordando el problema desde afuera, intelectualmente, y así la pregunta de ustedes nada significa. No pueden disolver el miedo apelando a la voluntad, porque la voluntad es hija del miedo; tampoco pueden destmirlo por medio del "amor", porque si el amor es utilizado con propósitos de destrucción, ya no es más amor sino otro nombre para la voluntad.

Pregunta: Por favor, ¿ qué es el samadhi? Aquéllos que lo han alcanzado sostienen que es una verdadera realización. ¿No es, por el contrarío, sólo una clase de suicidio, el resultado final de un método artificial?  ¿No es una absoluta falta de toda actividad creativa ? Usted señala la necesidad de ser uno mismo, mientras que esto es un mero asesinato de uno mismo, ¿no es así?

KRISHNAMURTI: Cualquier proceso que nos conduce a la limitación, a la resistencia, a aislarnos, por decirlo así, en un estado intelectual o ideal, destruye el vivir creativo. O sea, si uno tiene un ideal de amor — y todos los ideales deben por fuerza ser intelectuales y, por ende, mecánico — y trata de practicarlo, de convertir el amor en un hábito, alcanza indudablemente un estado definido. Pero no es un estado de amor, es sólo un estado de logro intelectual.

Todos los pueblos intentan esta persecución del ideal: los hindúes lo hacen a su manera, y los cristianos y otros grupos religiosos también lo hacen. El miedo crea el ideal, el patrón, moldea el pensamiento y el deseo, destruyendo gradualmente la espontaneidad, lo desconocido, lo creativo.

Comentario: El más grande temor que tengo es que la vida de otra persona, o la mía propia, se deteriore.

KRISHNAMURTI: ¿Acaso cada uno de nosotros, a su propia manera, no está deteriorando su vida? ¿No estamos destruyendo nuestra propia integridad? A causa de nuestros deseos y nuestros condicionamientos, estamos deteriorando nuestras propias vidas individuales. Al controlar a otro, siendo proclives a deteriorar nuestra propia vida, procedemos a retorcer la vida del otro, ya sea que se trate de un hijo, un dependiente o un vecino.

Hay instituciones, gubernamentales y religiosas, a las que estamos obligados a ajustamos, de buena o mala gana. Por lo tanto, ¿a qué clase de deterioro se refiere el interlocutor? ¿A la corrupción deliberada de nuestra propia vida personal, o a la deformación de nuestra vida por obra de instituciones poderosas? Nuestra reacción natural es decir que son las instituciones, grandes o pequeñas, las que corrompen nuestras vidas. La reacción de uno es echar la culpa a otro, a las circunstancias.

Para explicarlo de un modo diferente: henos aquí en un mundo de reglamentación, de compulsión, de hábiles técnicas por parte de los gobiernos y las religiones organizadas para desgastar y debilitar al individuo. ¿Qué debe uno hacer? ¿Cómo ha de actuar un individuo? No sé cuántos de ustedes se han formulado seriamente esta pregunta. Puede que algunos hayan advertido la brutalidad de todo esto y hayan ingresado en sociedades o grupos que prometen cambiar ciertas condiciones. Pero en el proceso del cambio, la organización del partido, de la sociedad, ha crecido hasta proporciones tan vastas, que ha llegado a ser de máxima importancia. En consecuencia, el individuo está de nuevo atrapado en la maquinaria de la organización.

¿Cómo hemos de abordar esta cuestión? ¿Desde afuera o desde adentro? No hay tal división como lo externo y lo interno, pero el hecho de cambiar meramente lo externo no puede alterar fundamentalmente lo interno. Si usted se da cuenta de que está deteriorando su propia vida, ¿cómo puede recurrir en procura de ayuda a una institución o a un modela externo?

Si percibe a fondo que cualquier forma de violencia sólo nos conduce a la violencia, aunque no pueda usted detener las guerras, al menos será un centro de cordura, como lo es un médico en medio de la enfermedad. Del mismo modo, si percibe integralmente de qué manera está deteriorando su vida, esa percepción misma empieza a enderezar aquellas cosas que están torcidas. Una acción semejante es un escape.

Pregmta: ¿ Tenemos que regresar al pasado? ¿Debo tener concienáa de lo que he sido? ¿Debo conocer mi karma?

KRISHNAMURTI: Al estar alerta, se revelan tanto el pasado como el presente, lo cual no es algún proceso misterioso sino que, cuando tratamos de comprender el presente, se revelan los temores y las limitaciones del pasado. Karma es una palabra sánscrita que se deriva de un verbo que significa actuar. Alrededor de la idea central se ha creado una filosofía de la acción: "Así como siembras, cosecharás", pero no necesitamos examinar eso ahora. Vemos que cualquier acción nacida de una idea de recompensa o de castigo, debe ser limitadora, porque tal acción proviene del miedo. La acción puede generar claridad o confusión, dependiendo ello de nuestro condicionamiento. Si uno ha sido educado para rendir culto al éxito, ya sea aquí o en la así llamada esfera espiritual, tiene que existir por fuerza la búsqueda de recompensa con sus temores y esperanzas, la cual condiciona toda la acción, todo el vivir. El vivir se convierte, entonces, en un proceso de aprendizaje, de constante acumulación de conocimientos. ¿Por qué atesoramos este así llamado conocimiento?

Pregunta: ¿No debemos tener dentro de nosotros alguna norma para la acción ?

KRISHNAMLRTI: Ahora llegamos a la pregunta fundamental: "¿No debe uno vivir a base de normas, ya sean externas a internas?". La norma externa la reconocemos fácilmente como una compulsión que impide la plena realización individual. Consideramos que una norma interna es la que cada uno ha creado a través de la acción y la reacción, del juicio de valores, de los deseos, las experiencias, los temores, etc. ¿En qué se basa esta norma interna, aunque esté variando constantemente? ¿No se basa, acaso, en el deseo autoprotector y en sus múltiples temores? Estos deseos y temores crean un patrón de conducta, de moralidad, y el temor es la constante norma, la cual asume diferentes formas bajo diferentes condiciones. Están aquéllos que se amparan en la fórmula: "La vida es todo uno", y otros en el amor de Dios, lo cual también es una fórmula intelectual, y convierten estas fórmulas en patrones, principios rectores para sus vidas cotidianas. La moral basada en la voluntad, no es moral sino la expresión del miedo.

8 de agosto de 1938


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