EL MODO DE VIVIR
El mundo humano en el que vivimos está compuesto de individuos, y sin el individuo no existe la sociedad. Los problemas del mundo no son sino problemas de relación entre un ser humano y otro. En consecuencia, el problema individual es el problema del mundo. El mundo es tan sólo el individuo en su relación con otros, relación basada en lo que él piensa de sí mismo.
El hombre es un producto de un proceso total del mundo; no es una fuerza separativa. Su existencia no está basada en el antagonismo. Lo que afecta al individuo afecta profundamente al mundo; no hay separación; la regeneración del individuo se refleja inmediata y totalmente en la transformación del mundo.
Sin la regeneración del individuo no puede haber una revolución fundamental. Sin una revolución básica de valores, es imposible un orden verdadero y perdurable. Es nuestro interés dar origen a esta revolución. Es una revolución en el sentir, en el pensar y, por ende, en el actuar. Estas tres cosas no están separadas, sino que constituyen un proceso unitario. Se relacionan entre sí y dependen la una de la otra.
Sólo cuando hemos generado orden y paz en nuestras propias vidas, cuando estamos fuera de esta confusión, podemos comprender lo real; únicamente esta comprensión puede traer dicha a la humanidad. Sin tal comprensión, cualquier cosa que hagamos sólo nos conducirá a ulteriores desastres y sufrimientos...
El individuo, cada uno de nosotros, es mucho más importante que cualquier sistema, religioso o social. Los sistemas le impiden al hombre resolver sus problemas. Los sistemas se han vuelto mucho más apremiantes que el sufrimiento humano. Los modelos de acción destruyen la libertad del hombre y lo sumen en la confusión y la desdicha. Sólo comprendiendo lo que es, el presente, lo factual, hay posibilidad de transformarlo. El mundo puede ser cambiado tan sólo en el presente, no en el futuro; sólo aquí, no en otra parte.
Si recurrimos a los sistemas, que son modelos de acción, creamos necesariamente lideres y guiñes, y éstos nos separan del problema central que es nuestro propio sufrimiento. El sufrimiento no puede ser superado mediante ninguna creencia, mediante ningún modelo de acción. Ningún líder, político o religioso, puede generar orden dentro de nosotros. Cada uno ha de comprender su propia confusión, su propio dolor, confusión y dolor que luego proyectamos al mundo. Esta proyección es la sociedad con su degradación y su violencia.
Sufrimos, física y psicológicamente, en niveles diferentes de nuestra conciencia. Este sufrimiento adopta formas distintas dentro de cada uno de nosotros, pero debemos desconfiar de lo distinto y concentrarnos en lo similar.
Hay caos económico generado por el énfasis excesivo en los valores sensorios. Tratamos de resolverlo incrementando más aún los valores sensorios, expandiendo la producción de cosas. Recurrimos a la máquina para obtener mayor satisfacción y, de tal modo, damos importancia a los objetos materiales, a la propiedad, al nombre y a la casta. Si miramos en torno o dentro de nosotros mismos, vemos que la propiedad, el nombre y la casta se han vuelto extraordinariamente importantes y, por haber asumido un valor de tanta preponderancia, es natural que generen conflicto entre los seres humanos. Usamos las cosas hechas por la mano o por la máquina, como medios para escapar de nuestros conflictos psicológicos y de nuestra constante angustia.
De manera que el mero reordenamiento de las cosas conforme a algún modelo de acción, ya sea de la extrema izquierda o de la derecha, tendrá poca importancia si no comprendemos la confusión psicológica y la desdicha en que vive cada uno de nosotros.
Así, pues, el énfasis debe ponerse en el conflicto interno del individuo. De nada vale tratar todo el tiempo, de establecer orden en la existencia externa, porque lo interno, lo psicológico, se impondrá siempre sobre lo externo, por bien y hábilmente organizado y legislado que esté.
Este conflicto psicológico que hay dentro de nosotros es de la mayor importancia. Se manifiesta en nuestra relación con las cosas, con las personas y con las ideas. Esta relación falsa es la que causa sufrimiento. Y dar origen a una relación verdadera es tarea de cada uno de los que tratamos de resolver este caos espantoso y esta agonía que reina en el mundo.
Uno no puede aislarse del mundo, porque ser es estar relacionado. Sin comprender la relación, no existe una acción genuina, porque eso que llamamos acción es tan sólo un movimiento dentro del marco ideológico. Un movimiento así tiene que traer por fuerza más pesar y sufrimiento. La relación es comunión, y esta comunión se ve impedida cuando es fuerte el proceso que nos aísla. En la relación, cada uno de nosotros está solamente buscando seguridad en diferentes niveles de su existencia. La búsqueda de satisfacción en las cosas, en las personas y en las ideas, genera aislamiento, un muro que nos encierra en nosotros mismos, que impide la relación. Aunque pensemos que estamos relacionados, lo que en realidad hacemos es mirar por encima de los muros que nos aíslan, pero permaneciendo siempre encerrados dentro de ellos, generando así mayores sufrimientos para nosotros mismos y para los demás. La relación dentro del aislamiento conduce inevitablemente a la crueldad y al miedo.
Pero la relación no debe ser, necesariamente, un proceso de aislamiento. Puede ser un proceso de autonevelación que nos permita comprendernos a nosotros mismos. Tal comprensión es un hecho de totalidad. Este conocimiento propio que surge a través de la relación, no podemos encontrarlo en los libros, en el gurú ni en líder alguno, Si ustedes recurren a ellos, sólo están eludiendo la acción inmediata. Es, pues, muy importante comprender la función que tiene nuestra relación con las cosas, con las personas y con las ideas. El sufrimiento aparece cuando esta relación, en vez de ser una acción autorreveladora, se convierte en un movimiento de autoencierro.
Entonces, cuando hay sufrimiento, no debemos tratar de buscar una solución para el sufrimiento. Más bien debemos examinar la relación, que es la causa principal del dolor. El dolor es el efecto del falso propósito en la relación tan pronto buscamos gratificación escape o seguridad en la relación, abordarnos a la otra persona con un motivo, y en ese modo de abordarla hay violencia. Y, a causa de la violencia en la relación, hay violencia en el mundo.
El ideal de no violencia es una forma de eludir la comprensión de la violencia. El idealista que procura ser no violento, evita de ese modo la tiansformación fundamental de la violencia. La no violencia es tan sólo una idea; lo factual es la violencia. La violencia puede ser comprendida y transformada cuando eliminamos el ideal ficticio. La idea de lo opuesto, se vuelve un obstáculo para lo que es. Lo opuesto de la violencia es, en si mismo, violencia; jamás es amor, el cual es su propia eternidad. El idealista que va en pos del opuesto, jamás puede conocer el amor. Su único interés consiste en llegar a ser no violento, lo cual es siempre la expresión del «yo», tanto si es positiva como negativa. Para resolver el proceso del sufrimiento, debemos abandonar el ideal. El conocimiento, que es mera memoria, debe ser descartado, porque el presente no puede ser comprendido a través del pasado, pero el pasado puede ser comprendido en el presente. El problema de la violencia no puede comprenderse mediante el pensar, porque las raíces del pensar son las mismas que las de la violencia. Sólo cuando cese el proceso del pensamiento, la violencia llegará a su fin. Este proceso cesa cuando la percepción alerta, libre de condena o justificación, abarca a la violencia en su comprensión compasiva. Esta cesación del pensamiento es «ser», y el «ser» es siempre creativo. Sólo entonces se manifiesta la realidad, cuya bienaventuranza debemos descubrir para saber qué es.
La violencia que hay en todo el mundo no podrá ser superada mediante modelos de acción, ya sean de la izquierda o de la derecha. La violencia es un síntoma de vacuidad interna que ni la violencia ni la no violencia pueden llenar, porque la lucha misma por llenar esta vacuidad, conduce a más violencia Si queremos estar libres de violencia, debemos comprender esta vacuidad. Esto ocurrirá cuando seamos capaces de estar solos, no aislados. La soledad madura, creativa, es libertad con respecto a toda forma de creencia, a todos los impedimentos que agobian nuestra vida. Únicamente en este estado se manifiesta la realidad. La realidad es la plenitud de comprensión y amor.
Este amor no nace de la represión del odio y la violencia Lo conocerá sólo quien haya visto el rostro de la violencia y no le haya vuelto la espalda, quien no la haya disimulado con un ideal, el cual es otra vez violencia, tanto en su intención como en sus resultados. El amor no es la meta, el objetivo distante de un agotador sendero; está oculto en la aceptación de lo factual y, por lo tanto, de lo real. La verdad está en el amor a la vida, no en el ideal, que es violencia contra la verdad. Sólo la verdad puede liberarnos, y únicamente en la libertad puede haber amor por el ser humano.
Esta libertad no es independencia, la cual es mero aislamiento. Esta libertad no conoce fronteras de hechura humana. Es la libertad de la mente, que surge de la comprensión compasiva. Esta libertad es siempre individual, jamás política o económica. Es siempre un descubrimiento interno Nadie puede otorgarla ni es el resultado de la lucha. Adviene por sí misma, silenciosa y repentinamente, cuando la mente, en un estado de humildad y comprensión, considera sus propias limitaciones.
Unicamente esta libertad puede renovar el mundo. Sólo aquéllos en quienes ella ha nacido, son genuinamente no violentos, porque lo son con la verdad. Ellos son los precursores de la más grande de las revoluciones: la revolución de lo real.
Plática radiodifundida y publicada
por gentileza de la All-India Radio, Bombay t v .
2 de febrero de 1948
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