OBRA COMPLETA - TOMO 5 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 TERCERA PLÁTICA EN BANGALORE

Como hoy somos muy pocos, ¿podría sugerir que, en lugar de que pronuncie, como la última vez, una charla introductoria antes de contestar las preguntas, convirtamos esto directamente en un encuentro de discusión? Quizá podrá resultar más valioso que una disertación formal de mi parte, etc. Así, pues, ¿tendrían inconveniente en aproximarse un poco?

¿Qué tema discutiremos que valga la pena y sea provechoso? ¿Qué sugerirían, señores, como tema de discusión?

Pregunta; ¿Por qué realiza usted giras ?

KRISHNAMURTI: ¿Realmente desea discutir por qué hago giras?

Pregunta: ¿Podríamos discutir el propósito de la vida ?

KRISHNAMURTI: ¿Interesa eso a todos? ¿Discutir cuál es el propósito de la vida, qué es la reencarnación, el karma?

Comentario: Sí.

KRISHNAMURTI: Entonces discutiremos cuál es el propósito de la vida, y quizá más tarde daremos entrada a otros temas.

Antes que nada, al discutir cualquier tema de esta clase debemos, obviamente, ser intensos, no académicos, eruditos o superficiales, porque eso no nos llevará a ninguna parte. Por lo tanto, hemos de ser muy serios, y eso significa que no podemos meramente aceptar o rechazar, sino que debemos descubrir la verdad acerca de cualquier cuestión. Debemos estar atentos, abiertos a toda sugerencia; por consiguiente, debe existir el deseo de investigar y no limitarnos a aceptar la autoridad, ya sea la del estrado o la de un libro, la del pasado muerto o la del presente. Así, al discutir cuál es el propósito de la vida, tenemos que averiguar qué entendemos por “vida” y qué entendemos por "propósito”; no tan sólo el significado que dan los diccionarios, sino el significado que nosotros asignamos a esas palabras. Por cierto, la vida implica la acción de cada día, los pensamientos y sentimientos de cada día, ¿no es así? Implica las luchas, los pesares, las ansiedades, los engaños, las preocupaciones, la rutina oficinesca, la de los negocios, la de la burocracia, etc. Todo eso es la vida, ¿verdad? Por vida entendemos no tan sólo un sector o una capa de la conciencia, sino el proceso total de la existencia, que es nuestra relación con las cosas, las personas, las ideas. Eso es lo que entendemos por vida, no una cosa abstracta.

Entonces, si eso es lo que entendemos por vida, ¿tiene la vida un propósito? ¿O debido a que no comprendemos las modalidades de la vida — el dolor cotidiano, la ansiedad, el miedo, la ambición, la codicia — , a causa de que no comprendemos nuestras actividades cotidianas, deseamos tener un propósito, ya sea remoto o cercano? Necesitamos un propósito que nos permita guiar nuestra vida diaria hacia un fin. Eso es, evidentemente, lo que entendemos por propósito. Pero, si comprendo el modo como he de vivir, entonces ese vivir en sí es suficiente, ¿verdad? ¿Necesitamos, entonces, un propósito? Si yo amo a alguien, ¿no es eso suficiente en sí mismo? En tal caso, ¿necesito un propósito? Por cierto, necesitamos un propósito únicamente cuando no comprendemos o cuando queremos una norma de conducta con un fin en vista. A fin de cuentas, casi todos buscamos un estilo de vida, una norma de conducta, y, o bien acudimos a otros, al pasado, o tratamos de hallar un patrón de comportamiento basándonos en nuestra propia experiencia. Cuando recurrimos a nuestra propia experiencia para hallar un patrón de comportamiento, vemos que nuestra experiencia está siempre condicionada, ¿no es así? Por amplias que sean las experiencias que uno pueda haber tenido, a menos que estas experiencias disuelvan el condicionamiento pasado, cualquier nueva clase de experiencia sólo fortalecerá aún más dicho condicionamiento. Eso es un hecho que podemos discutir. Y si acudimos a otra persona, a un gurú, al pasado, a un ideal, a un ejemplo, en procura de un patrón de comportamiento, no hacemos sino forzar la extraordinaria potencia de la vida al encajarla en un molde, en una forma determinada, y de ese modo perdemos el rápido fluir, la intensidad, la riqueza de la vida.

Debemos, pues, averiguar con mucha claridad qué es lo que entendemos por propósito, y si existe un propósito. Ustedes podrán decir que existe, que es el de dar con la realidad. Dios o como quieran llamarlo. Pero, para dar con eso, uno debe conocerlo, debe tener conciencia de ello, debe conocer su medida, su profundidad, su significado. ¿Conocemos la realidad por nosotros mismos, o la conocemos únicamente merced a la autoridad de otra persona? ¿Pueden, entonces, decir que el propósito de la vida es encontrar la realidad, cuando no saben qué es la realidad? Puesto que la realidad es lo desconocido, la mente que busca, lo desconocido debe primero liberarse de lo conocido, ¿verdad? Si mi mente está empañada, agobiada por lo conocido, sólo puede medir conforme a su propia condición, a su propia limitación; por lo tanto, jamás puede conocer lo desconocido, ¿no es cierto?

Así, pues, lo que estamos tratando de discutir y averiguar es si la vida tiene un propósito, y si ese propósito puede ser medido. Sólo podemos medirlo en función de lo conocido, del pasado; y cuando mido el propósito de la vida en función de lo conocido, lo mediré de acuerdo con mis agrados y desagrados. En consecuencia, el propósito estará condicionado por mis deseos y, debido a eso, deja de ser el propósito. Eso está claro, ¿no es así? Puedo entender el propósito de la vida sólo a través de la pantalla de mis propios prejuicios, anhelos y deseos; de otro modo, no puedo juzgar, ¿verdad? Así, pues, el metro, la cinta, la vara con que mido, es un condicionamiento de mi mente y, conforme a los dictados de mi condicionamiento, decidiré cuál es el propósito. Pero, ¿es ése el propósito de la vida? Se trata de un propósito creado por mi anhelo; en consecuencia no es, ciertamente, el propósito de la vida. Para descubrir ese propósito, la mente debe estar libre de toda medición; únicamente entonces puede descubrir. De lo contrario, uno está proyectando su propio anhelo. Esto no es mera intelección; si lo examinan a fondo, verán su significado. Al fin y al cabo, mi prejuicio, mi anhelo, mi deseo, mi predilección, son los que deciden cuál ha de ser el propósito de la vida. Por lo tanto, mi deseo crea el propósito. Eso, obviamente, no es el propósito de la vida. ¿Qué es más importante, descubrir el propósito de la vida, o que la mente se libere de su propio condicionamiento y entonces investigue? Puede ser que, cuando la mente esté libre de su propio condicionamiento, esa libertad sea, en sí misma, el propósito. Porque, después de todo, sólo siendo libres estamos en condiciones de descubrir cualquier verdad.

Por consiguiente, el primer requisito es la libertad, no buscar el propósito de la vida. Sin libertad, es obvio que no podemos encontrarlo; sin estar liberados de nuestros mezquinos e insignificantes deseos, de nuestras búsquedas, ambiciones, envidias, de nuestra mala voluntad, ¿cómo podemos investigar o descubrir el propósito de la vida? ¿No es esencial, pues, para alguien que está investigando acerca del propósito de la vida, averiguar primero si el instrumento que realiza la investigación es capaz de penetrar en los procesos de la acomodarse a nuestras propias necesidades. Y como el instrumento está formado por nuestros mezquinos deseos personales, como es el resultado de nuestras experiencias, preocupaciones, ansiedades y mala voluntad, ¿cómo puede un instrumento así dar con lo real? Por lo tanto, ¿no es, acaso, importante, si uno va a investigar el propósito de la vida, averiguar primeramente si el investigador es capaz de entender o descubrir cuál es ese propósito? No estoy eludiendo la pregunta, sino que eso es lo que implica la investigación acerca del propósito de la vida. Cuando formulamos esa pregunta, primero tenemos que averiguar si el que la formula, el investigador, es capaz de comprender.

Ahora bien, cuando discutimos el propósito de la vida, vemos que por vida entendemos el extraordinariamente complejo estado de relaciones recíprocas, sin el cual la vida sería imposible. Y si no comprendemos el significado pleno de esa vida, sus variedades, sensaciones y demás, ¿de qué sirve investigar el propósito de la vida? Si no comprendo mi relación con usted, mi relación con la propiedad y las ideas, ¿cómo puedo ir más lejos? Al fin y al cabo, señor, para dar con la verdad o Dios, o como prefiera llamarlo, debo ante todo comprender mi existencia, comprender la vida en mí y a mi alrededor; de lo contrario, la búsqueda de la realidad se convierte en una mera forma de escapar de la acción cotidiana, y como muy pocos de nosotros comprendemos la acción cotidiana y, para la mayoría, la vida es monótona rutina, pena, sufrimiento, ansiedad, decimos: "¡Por el amor de Dios, díganos cómo escapar de ello! ”. Eso es lo que anhelamos casi todos nosotros, un narcótico que nos adormezca e impida que sintamos los dolores y las angustias de la vida. ¿He contestado su pregunta acerca del propósito de la vida?

Pregunta: ¿Podría uno decir que el propósito de la vida es vivir rectamente ?

KRISHNAMURTI: Se ha sugerido que el propósito de la vida es vivir rectamente, Señores, no quiero usar evasivas, pero ¿qué entendemos por una "vida recta”? Tenemos la idea de que vivir conforme a un modelo establecido por Shankaracharya, Buda, X, Y, o Z, es vivir rectamente. ¿Es así? Por cierto, eso es tan sólo una conformidad que la mente busca para sentirse segura, para no ser perturbada.

Comentario: Hay un proverbio chino según el cual el propósito de la vida es el deleite de vivir, la alegría de vivir. No es una alegría abstracta, sino el júbilo mismo del vivir, los placeres del dormir, del beber, la alegría de encontrarse con personas y hablar con ellas, de llegar, irse, trabajar. El propósito de la vida es el gozo de vivir, de experimentar los acontecimientos de cada día.

KRISHNAMURTI: Por cierto, señores, hay júbilo, hay verdadera felicidad en comprender algo, ¿no es así? Si comprendo la relación que tengo con mi prójimo, con mi esposa, con la propiedad por la que peleamos, reñimos y nos destruimos unos a otros, si comprendo todas estas cosas, no hay duda de que, gracias a esa comprensión, experimento un gran júbilo; entonces, la vida misma es júbilo, riqueza, y con esa riqueza es posible avanzar más allá y a mayor profundidad. Pero, sin esos cimientos, usted no puede edificar una gran estructura, ¿verdad? Al fin y al cabo, la felicidad adviene naturalmente, fácilmente, sólo cuando no hay fricción, ni dentro ni alrededor de nosotros, y la fricción cesa únicamente cuando comprendemos las cosas en su proporción exacta, en sus valores correctos. Para descubrir qué es lo exacto, lo correcto, uno debe conocer ante todo el proceso de su propia mente, la manera como ésta funciona. De lo contrario, si uno no conoce su propia mente, ¿cómo puede descubrir el exacto valor de cosa alguna?

Estamos, pues, confusos; hay confusión en nuestras relaciones, en nuestras ideas, en nuestros gobiernos. Sólo un tonto no advierte la confusión. El mundo se debate en un desorden espantoso, y el mundo es la proyección de nosotros mismos. Lo que nosotros somos, eso es el mundo. Estamos confundidos, terriblemente enredados en ideas, y no sabemos qué es verdadero y qué es falso; estando confundidos, decimos; “Por favor, ¿cuál es el propósito de la vida, qué necesidad hay de toda esta confusión, esta desdicha?”

Algunos, naturalmente, les darán una explicación verbal acerca del propósito de la vida y, si tal explicación les agrada, la aceptan y de acuerdo con ella moldean su vida. Pero eso no resuelve el problema de la confusión, ¿verdad? Sólo lo han postergado, no han comprendido lo que es. No hay duda de que comprender lo que es — la confusión dentro y alrededor de mí mismo — es más importante que inquirir acerca de cómo comportarse rectamente. Si comprendo qué ha causado esta confusión y, por ende, cómo ponerle fin, si comprendo estas cosas, surge con naturalidad una conducta verdadera basada en el afecto. Estando, pues, confuso, mi problema no es averiguar cuál es la finalidad o el propósito de la vida, ni cómo salirme de la confusión, porque si no la comprendo no puedo disolverla. Para poner fin a esta confusión, se requiere comprender lo que es en cualquier momento dado, y eso exige una atención enorme, interés en descubrir lo que es, y no limitarnos a disipar nuestras energías en la ocupación que desarrollamos en la vida, en nuestros propios métodos, en acciones conforme a. un modelo en particular, todo lo cual es mucho más cómodo, porque así no abordamos nuestros problemas sino que, más bien, escapamos de ellos.

Entonces, como ustedes están confusos, todo aquél que se convierte en líder, ya sea político o religioso, no es sino la expresión de la propia confusión de ustedes y, debido a que siguen al líder, él se vuelve la voz de la confusión. Podrá conducirlos fuera de una confusión en particular, pero no ayudará a resolver la causa de la confusión; por lo tanto, seguirán confusos, porque son ustedes los que crean la confusión, y la confusión está donde están ustedes. De modo que el problema no es cómo salirse de la confusión, sino cómo comprenderla. Al comprenderla, quizá descubrirán el significado de todas estas luchas, estas penas y ansiedades, esta constante batalla interna y externa.

¿No es importante, entonces, descubrir por qué estamos confusos? ¿Puede alguien, excepto unos pocos, decir que no está confuso, política, religiosa y económicamente? Señores, ustedes sólo tienen que mirar lo que los rodea. Todos los periódicos proclaman a voces la confusión, reflejan las incertidumbres, las angustias, las ansiedades, las guerras que nos amenazan; y la persona cuerda, reflexiva, seria, que procura hallar el modo de salirse de esta confusión, primero tiene que habérselas consigo misma, es obvio. Nos preguntamos, pues: ¿Qué causa la confusión? ¿Por qué estamos confusos? Uno de los factores obvios es que hemos perdido confianza en nosotros mismos y, por eso, tenemos tantos líderes, tantos gurúes, tantos libros sagrados que nos dicen lo que debemos y no debemos hacer. Hemos perdido la confianza en nosotros mismos. Desde luego, hay personas, los técnicos, que están llenas de confianza porque han conseguido resultados. Por ejemplo, entreguen cualquier máquina a un mecánico de primera clase y él la entenderá. Cuanta más técnica poseemos, más capaces somos de habérnoslas con cosas técnicas, pero eso no es, ciertamente, confianza en nosotros mismos. No estamos usando la palabra confianza tal como se aplica en asuntos técnicos. Un profesor, cuando trata su tema, está lleno de confianza — al menos cuando no lo escuchan otros profesores — , o un burócrata, un alto funcionario, se siente confiado porque ha llegado a la cima de la escala en la técnica de la burocracia y puede ejercer todo el tiempo su autoridad. Aunque pueda estar equivocado, está lleno de confianza, igual que el mecánico ante un motor sobre el que conoce todo lo que hay que conocer. Pero es obvio que no nos referimos a esa clase de confianza, ¿verdad?, porque no somos máquinas técnicas. No somos meras máquinas que funcionan conforme a cierto ritmo, girando a determinada velocidad, a determinado número de revoluciones por minuto. Somos vida, no máquinas.

Nos gustaría convertirnos en máquinas, porque entonces podríamos habérnoslas con nosotros mismos de manera mecánica, repetitiva y automática, y eso es lo que desea la mayoría de nosotros. Por lo tanto, levantamos muros de resistencia, practicamos disciplinas, controles, que son carriles por los que nos deslizamos. Pero aun habiéndonos condicionado y acomodado de ese modo, habiéndonos vuelto tan automáticos y mecánicos, sigue existiendo una vitalidad que persigue diferentes cosas y crea contradicciones. Señores, nuestra dificultad es que estamos vivos, no muertos; y, debido a que la vida es tan veloz y flexible, tan sutil, tan incierta, no sabemos cómo comprenderla. Por eso hemos perdido la confianza. Casi todos estamos adiestrados técnicamente, porque tenemos que ganarnos la vida y la civilización moderna exige técnicas más y más avanzadas. Pero con esa mente técnica, con esa capacidad técnica, no pueden seguir sus propios movimientos internos, porque ustedes son demasiado veloces, son más flexibles y más complicados que la máquina; por eso, están aprendiendo a tener más y más confianza en la máquina y pierden confianza en sí mismos; en consecuencia, los líderes se multiplican. Como dijimos, pues, una de las causas de confusión es esta pérdida de confianza en nosotros mismos. Cuanto más imitativos somos, menos confianza tenemos, y hemos convertido la vida en un cuaderno de ejercicios. Desde la más tierna infancia nos dicen qué debemos hacer: debemos hacer esto, no debemos hacer aquello. ¿Qué esperan, pues? ¿No deben tener esa confianza a fin de poder descubrir? ¿No deben tener esa profunda certidumbre interna para saber qué es la verdad cuando se encuentren con ella?

Así, al haber convertido la vida en un proceso técnico, al amoldarnos a una norma determinada de acción, es natural que hayamos perdido confianza en nosotros mismos y que, por lo tanto, estemos incrementando nuestra lucha interna, nuestra pena y confusión internas. La confusión puede ser disuelta sólo a través de la confianza en uno mismo, la cual no puede obtenerse por intermedio de otra persona. Uno tiene que emprender, para y por sí mismo, el viaje del descubrimiento en el propio proceso interno, a fin de comprenderlo. Esto no significa que haya de apartarse, aislarse de los demás. Por el contrario, señores, la confianza llega tan pronto comprendemos, no lo que dicen otros, sino nuestros propios pensamientos y sentimientos, lo que ocurre dentro y en torno de nosotros mismos. Sin esa confianza que proviene de conocer nuestros pensamientos y sentimientos, nuestras experiencia, — su verdad, su falsedad, su significado, su carácter absurdo — , sin conocer eso, ¿cómo podemos poner en orden todo el campo de confusión que somos nosotros mismos?

Comentario: La confusión puede ser disipada mediante el estado de alerta.

KRISHNAMURTI; Usted dice, señor, que estando uno alerta, consciente de la confusión, ésta puede ser disipada. ¿Es eso?

Comentario: Sí, señor.

KRISHNAMURTI: Por el momento, no estamos discutiendo cómo disipar la confusión. Habiendo perdido la confianza en nosotros mismos, nuestro problema es cómo recuperarla — si es que alguna vez la tuvimos — . Porque es obvio que sin ese elemento de confianza, seremos desviados de nuestro camino por cualquier persona con la que nos topemos; y eso es exactamente lo que está ocurriendo. ¿Cuál es el verdadero propósito en la política, y cómo vamos a conocerlo? ¿No deberíamos conocerlo? ¿No deberían ustedes saber qué hay de verdadero en ella? De igual manera, ¿no deben ustedes saber qué hay de verdadero en las chácharas de la religión? Y, ¿cómo van a descubrir qué hay de verdadero entre todos los innumerables dichos cristianos, hindúes, musulmanes, etc.? ¿Cómo van a descubrirlo en esta espantosa confusión? Es obvio que, para descubrir, uno debe hallarse en un gran aprieto, debe estar ardiendo por conocerse internamente. ¿Están ustedes en esa situación? ¿Están ardiendo por descubrir la verdad acerca de algo, ya sea el fascismo, el comunismo o el capitalismo? Para descubrir qué es verdadero en las diversas actividades políticas, en las afirmaciones y experiencias religiosas que ustedes aceptan con tanta facilidad, para descubrir la verdad acerca de todas estas cosas, ¿no debe uno arder con el deseo de conocer la verdad?

Por lo tanto, jamás acepten autoridad alguna. Señor, después de todo, nuestra aceptación de la autoridad indica que la mente necesita sentirse cómoda, segura. Una mente que busca la seguridad, ya sea con un gurú, o en un grupo, político o de otra clase, una mente que va en pos de salvaguardas, consuelos, jamás podrá dar con la verdad, ni siquiera en las cosas mas pequeñas de la existencia. Así, pues, un hombre que anhela esta confianza creativa en sí mismo, debe arder con el deseo de conocer la verdad acerca de todo, no acerca de los imperios o de la bomba atómica — eso es tan sólo un asunta técnico — , sino la verdad en nuestras relaciones humanas, en la relación de uno con los demás, en nuestra relación con la propiedad y con las ideas. Si quiero conocer la verdad, comienzo a inquirir; y antes de que pueda conocer la verdad respecto de cosa alguna, debo tener confianza. Para tener confianza, debo investigar dentro de mí mismo y eliminar aquellas causas que, ante cada experiencia, impiden que ésta entregue su plena significación.

Pregunta : Nuestras mentes son limitadas. ¿Cómo podemos salir de este atolladero?

KRISHNAMURTI: Ahora espere un momento. Antes de investigar cómo es posible liberar a la mente de su propio condicionamiento, que genera confusión, averigüemos cómo descubrir la verdad acerca de algo, no acerca de cosas técnicas, sino la verdad de nosotros mismos en relación con algo, incluso en relación con la bomba atómica. ¿Entiende el problema, señor? No confiamos en nosotros mismos, no existe esa confianza creativa que da sustento, vida, vigor, comprensión. La hemos perdido, o jamás la hemos tenido y, a causa de que no sabemos cómo considerar a fondo cosa alguna, hemos sido llevados y empujados de aquí para allá, golpeados, manejados política, religiosa y socialmente. No sabemos, pero es difícil admitir que no sabemos. La mayoría de nosotros cree que sabe, pero en realidad es muy poco lo que sabemos, excepto en cuestiones técnicas — cómo manejar un gobierno, una máquina — , o cómo patear al sirviente, a la esposa, a los hijos, etc. Pero nada sabemos acerca de nosotros mismos, no nos conocemos, hemos perdido esa capacidad. Estoy usando esa palabra perdido, pero es probable que se trate de la palabra equivocada, ya que jamás hemos tenido tal capacidad. Puesto que no nos conocemos a nosotros mismos y, no obstante, queremos averiguar qué es la verdad, ¿cómo vamos a descubrirlo? ¿Comprende la pregunta, señor? Me temo que no.

Alguien quería que discutiéramos la reencarnación. Ahora bien, yo quiero conocer la verdad al respecto, no lo que han dicho el Bhagavad Gita, Cristo o mi gurú preferido. Quiero saber cuál es la verdad acerca de esa cuestión. ¿Qué debo hacer, pues, para saberlo? ¿Cuál es el primer requerimiento? No debo estar ansioso por aceptarla, ¿no es así? No debo ser persuadido por los argumentos ingeniosos o por la personalidad de otro, lo cual implica que no me satisfago fácilmente con el tranquilizador consuelo que brinda la reencarnación. ¿No debe ser ésa mi posición? O sea, no ando en busca de consuelo; trato de descubrir qué hay de verdadero en esto. ¿Está usted en esa posición? Cuando uno está buscando consuelo, no cabe duda de que puede ser persuadido por cualquiera y, de ese modo, pierde confianza en sí mismo; pero cuando no busca consuelo, sino que quiere conocer la verdad, cuando está completamente libre del deseo de encontrar un refugio, entonces experimentará la verdad, y esa experiencia le dará confianza. Ése es, por lo tanto, el primer requerimiento, ¿no es cierto?

Para conocer, psicológicamente, la verdad de algo, no podemos buscar confortación, seguridad, un puerto para refugiarnos, porque tan pronto busquemos esas cosas, tendremos lo que deseamos, pero eso no será la verdad. Así, seremos persuadidos por otro que ofrece una confortación mayor, una mayor seguridad, un mejor refugio y, de ese modo, seremos llevados de puerto en puerto; ésa es la razón de que perdamos confianza en nosotros mismos. Ustedes carecen de esa confianza porque han sido llevados, de un refugio a otro, por su propio deseo de sentirse cómodos, seguros. Así, pues, un hombre que quiera buscar la verdad en la relación, tiene que estar libre del destructivo y limitador deseo de comodidad, de seguridad. Es indispensable que desaparezca este temor de sentimos psicológicamente perdidos. Sólo entonces podrán ustedes encontrar la verdad con respecto a la reencarnación o a cualquier otra cosa — porque están buscando la verdad, no la seguridad — . La verdad les revelará, entonces, qué es correcto y, por lo tanto, tendrán confianza. Señor, ¿no es más importante descubrir la verdad que creer que hay o que no hay continuidad? Esa es la cuestión, ¿no es cierto? Si anhelo conocer la verdad, me hallo en situación de no ser fácilmente persuadido.

Comentaría: Cuando formulamos la pregunta acerca de la reencarnación, queríamos que nos aseguraran que la reencarnación existe, no queríamos saber acerca de la verdad y todo eso.


KRISHNAMURTI: Por supuesto, usted desea saber si hay reencarnación, si la reencarnación es un hecho, pero no desea conocer la verdad al respecto. Y yo quiero saber la verdad sobre la reencarnación, no el hecho; puede ser un hecho como puede no serlo. No sé si está clara la diferencia.

Comentario: No está clara.

KRISHNAMURTI: Muy bien, señor, discutámoslo.

Comentario ; Cuando nosotros preguntamos acerca de la reencarnación es para que se nos asegure que la reencarnación existe. En otras palabras, hacemos la pregunta en un estado de ansiedad. Deseando que la reencarnación exista; estando ansiosos. Escuchamos con una mente que prejuzga. No queremos descubrir la real verdad al respecto; sólo queremos que se nos asegure que una cosa como la reencarnación existe.

Comentario: ¿ Usted quiere saber si hay tal cosa como la reencarnación o quiere saber la verdad? ¿Está ansioso de que haya reencarnación o procura encontrar la verdad, cualquiera que sea.*

Comentario: Ambas cosas.

Comentario: No puede hacer ambas. O quiere conocer la verdad acerca de la reencarnación, o quiere que le aseguren que la reencarnación existe. ¿ Cuál es el caso?

KRISHNAMURTI: Seamos claros en este punto. Si estoy ansioso por saber si hay reencarnación o no, ¿cuál es el motivo detrás de esa pregunta?

Comentario: El motivo está muy claro, creo.

KRISHNAMURTI: ¿Cuál es, señor?

Comentario: El motivo es que la vida comienza en cierta etapa y termina en cierta etapa.

KRISHNAMURTI: ¿Y eso qué significa?

Comentario: Significa que el propósito se comprende y la meta se alcanza o no se alcanza.

Comentario: Cuando usted dice que la vida es limitada, ¿está ansioso?

 Comentario: Yo no dije que la vida es limitada.

Comentario: Dijo que comienza en cierto punto y termina en cierto punto. 

Comentario: Quiero decir con eso, nacimiento y muerte.

* Éste es, evidentemente, un diálogo que se suscitó entre dos participantes de la discusión muy allegados a Krishnamurti. En la India de 1948 había varias personas en esas condiciones. N. del T.

Comentario: La vida se halla amarrada por el nacimiento y la muerte. Es limitada.

Comentario: Sí.

Comentario: Cuando usted pregunta si hay reencarnación, ¿se encuentra en un estado mental que la desea?

Comentario: Me hallo en un estado de investigación.

Comentario: ¿Es usted creyente?

Comentario: Soy investigador, buscador.

KRISHNAMURTI: Si busco, ¿cuál es el estado de mi mente? ¿Qué es lo que hace que busque?

Comentario: No entiendo, señor.

KRISHNAMURTI: ¿Qué es lo que me impulsa a buscar?

Comentario: Deseamos conocer la verdad.

KRISHNAMURTI: Por lo tanto, no están ansiosos.

Comentario: No existe un motivo, únicamente ansiedad. KRISHNAMURTI: ¿Dice usted, entonces, que está ansioso?


Comentario: Todos lo están.


KRISHNAMURTI: Entonces, no buscan la verdad. No se hallan en estado pasivo.


Comentario: la ansiedad obedece a que quiero conocerla verdad.


KRISHNAMURTI: ¿Sí? ¿Es eso, señor?

Comentario: ¿Respecto de qué está usted ansioso?

Comentario: No estoy ansioso con respecto a nada. Contemplo esto sólo desde un punto de vista académico.

KRISHNAMURTI: O discutimos de manera puramente académica, superficial o lo hacemos muy seriamente.

Comentario: Por supuesto.

KRISHNAMURTI: No estoy diciendo que usted sea superficial, pero es indudable que necesitamos saber si tan sólo discutimos por curiosidad. Una discusión así nos llevará en cierta dirección, y si discutimos para descubrir la verdad, entonces nos llevará en una dirección diferente. ¿De cuál se trata? Como dije esta tarde desde el comienzo mismo, si nos limitamos a discutir como si estuviéramos en un club para entretenimiento intelectual, me temo que no tomaré parte en eso, porque no es tal mi intención; pero, sí nuestra búsqueda es para descubrir la verdad de algo, o sea, de nuestra relación, entonces discutamos.

Ahora bien, si formulo preguntas sobre reencarnación debido a que estoy ansioso, esa ansiedad surge, sin duda, porque temo a la muerte, temo llegar a mi fin, no realizarme, no ver más a mis amigos, no terminar mi libro, y todas esas cosas. Es decir, la base de mis preguntas es el miedo; por lo tanto, el miedo dictará la respuesta, determinará cuál ha de ser la verdad. Pero, si no tengo miedo y estoy buscando la verdad de lo que es, entonces la reencarnación tiene un significado diferente. Así que, interna, psicológicamente, debemos tener muy en claro qué es lo que estamos buscando. ¿Buscamos la verdad acerca de la reencarnación o, desde nuestra ansiedad, estamos buscando la reencarnación?

Comentario. No creo que haya mucha diferencia entre ambas cosas. Estoy buscando.

Comentario: Yo pienso que él usó la palabra “ansiedad” queriendo decir “seriedad”.

Comentario: Es obvio que si usted busca la verdad a causa de que está ansioso por encontrarla, se halla predispuesto a favor de cierta respuesta que pueda aliviarlo de esa ansiedad; por consiguiente, no podrá dar con la verdad.

Comentario: Puedo decirle, honestamente, que no estoy a favor de esto ni de aquello. Quiero conocerla verdad. La pregunta surgió en mí cuando estábamos discutiendo el tema.

Comentario: ¿Por qué surgió?

Comentario: No puedo explicarlo. Espero que usted me lo explique.

Comentario: Por lo general, la gente formula preguntas acerca de la reencarnación, a fin de que le aseguren que la reencarnación existe.

Comentario: No todos.

Comentario: Es muy raro que alguien pregunte acerca de la reencarnación sólo para conocer la verdad.

Comentario: Usted podrá entender, naturalmente , que el tema me interesa muchísimo.

KRISHNAMURTI: Muy bien. No voy a contestar su pregunta por el momento. Estamos discutiendo en general, ¿Abordamos esto basados en la ansiedad, en el miedo? ¿O, sin que haya miedo, deseamos saber? Porque los resultados de nuestra investigación serán distintos en cada caso. Como lo ha señalado uno de ustedes, o bien estoy ansioso por saber, en cuyo caso mi ansiedad va a influir en lo que es, o, sin miedo alguno, deseo conocer la verdad acerca de la continuidad, independientemente de mis agrados y desagrados, de mis temores y ansiedades. Deseo conocer lo que es. Ahora bien, casi todos nosotros somos una mezcla de ambas cosas, ¿no es así? Cuando mi hijo muere, estoy angustiado, el dolor, la soledad, me consumen; y quiero saber. Entonces, mis indagaciones se basan en la angustia. Pero, sentarse a discutir en este salón y decir, como de paso: "Bueno, me gustaría saber”, sin que haya en uno ninguna crisis . . . ¿puede saber una mente así?

Por cierto, uno puede dar con la verdad únicamente en medio de una crisis, no lejos de ella. Entonces es cuando tendrán que investigar, no cuando digan de paso: "Discutamos si la verdad existe o no”. ¿No es así? Cuando mi hijo muere, deseo saber, no si continúa vivo, sino qué hay de verdadero acerca de la continuidad; eso implica que estoy en disposición de comprender. ¿No es eso lo que implica? He perdido a mi hijo, y quiero saber qué es lo que me hace sufrir y si el sufrimiento puede llegar a su fin. Sólo en esos instantes, cuando la crisis me apremia, daré con la verdad, si es que quiero conocer la verdad. Pero, en los instantes de crisis, de presión, anhelamos consuelo, alivio, deseamos reclinar la cabeza en el regazo de alguien; en momentos de angustia queremos que nos arrullen y nos adormezcan. Y yo digo lo contrario, que el momento de la angustia es el momento exacto para investigar y encontrar la verdad. Cuando deseo consuelo en momentos de crisis, no estoy investigando. Por lo tanto, es indispensable que conozca el estado de mi propio ser, de mi ser psicológico o espiritual; antes de que pueda investigar y descubrir qué es la verdad, debo saber en qué estado me encuentro.

Señor, la mayoría de nosotros está en crisis: a causa de la guerra, de un empleo, o porque nuestra esposa se ha fugado con alguien. Todo el tiempo hay crisis que se desarrollan alrededor y dentro de nosotros, ya sea que lo admitamos o no. Entonces, ¿no es ésa la oportunidad para investigar, en vez de espe- rar hasta último momento, cuando nos arrojen la bomba? Porque, aunque podamos negarlo, estamos en crisis de instante en instante, política, psicológica y económicamente. Hay una presión intensa todo el tiempo y, ¿no es éste el momento indicado para descubrir? ¿No nos encontramos, acaso, en un momento así? Si dicen: “Yo no estoy en crisis, sólo me siento a contemplar la vida”, eso no es sino eludir la cuestión, ¿no es cierto? ¿Se halla en esa situación alguno de nosotros? Por cierto, eso no es real para ninguna persona. Tenemos una crisis tras otra, pero nos hemos vuelto insensibles, impenetrables, indiferentes; y nuestra dificultad consiste en que no sabemos cómo enfrentarnos a las crisis. ¿Hemos de enfrentarnos a ellas con ansiedad, o las investigaremos y, de tal modo, descubriremos la verdad al respecto? La mayoría de nosotros, al encarar una crisis, lo hace con ansiedad; al sentimos fatigados, decimos: “¿Tendría usted la bondad de resolver este problema?”. Cuando conversamos, estamos esperando una respuesta, no la comprensión del problema. De igual modo, al discutir el problema de la reencarnación, el problema de si hay o no hay continuidad, qué entendemos por continuidad, qué entendemos por muerte. . . para comprender un problema semejante — el de la continuidad o no continuidad — , no debemos buscar una respuesta alejada del problema. Tenemos que comprender el problema en sí, cosa que discutiremos en otra reunión, porque hoy nuestro tiempo está a punto de agotarse.

Lo que planteo es que debe existir la confianza en nosotros mismos, y ya he explicado suficientemente lo que entiendo por confianza en uno mismo. No es la confianza que adquirimos mediante la capacidad técnica, el conocimiento técnico, la ejercitación técnica. La confianza que adviene con el conocimiento propio es por completo diferente de la confianza producto de la agresividad o de la destreza técnica; una confianza nacida del conocimiento propio es esencial para disipar la confusión en que vivimos. Obviamente, otra persona no puede darnos este conocimiento propio, porque lo que otro puede darnos es mera técnica. Esa confianza creativa en la que existe el júbilo del descubrimiento, la dicha de la comprensión, puede surgir únicamente cuando me comprendo a mí mismo, todo el proceso de mí mismo; y el comprendernos a nosotros mismos no es un asunto muy complejo, uno puede empezar en cualquier nivel de conciencia. Pero, como dije el domingo anterior, para tener esa confianza, debe existir la intención de conocernos. Si tengo esa intención, no soy persuadido con facilidad, deseo conocer todo lo que me rodea y, por eso, estoy abierto a todas las insinuaciones que me conciernen, ya sea que provengan de otra persona o de mi propia interioridad consciente e inconsciente, abierto a todos los pensamientos y sentimientos que se mueven sin cesar, apremiando, apareciendo y desvaneciéndose dentro de mí.

Ése es, por cierto, el modo de tener esta confianza: conocerse a sí mismo por completo, sea uno lo que fuere, y no perseguir un ideal de lo que uno debería ser ni suponer que uno es esto o aquello, lo cual es realmente absurdo. Es absurdo, porque entonces uno está tan sólo aceptando una idea preconcebida, ya sea propia o ajena, de lo que uno es o le agradaría ser. Para comprender- se a sí mismo tal como es, usted debe estar voluntariamente abierto, debe ser espontáneamente vulnerable a todas sus insinuaciones internas; y, a medida que empiece a comprender el flujo, el movimiento veloz de su propia mente, verá que la confianza emana de esa comprensión. No es la confianza agresiva, brutal, dogmática, sino la confianza de saber qué ocurre dentro de uno mismo. Sin esa confianza, es imposible disipar la confusión, y sin disipar nuestra confusión interna y la que nos rodea, ¿cómo podemos descubrir la verdad acerca de cualquier relación?

En consecuencia, para averiguar qué es verdadero o cuál es el propósito de la vida,  o para descubrir la verdad acerca de la reencarnación o de cualquier problema humano, el investigador que exige la verdad, que necesita conocer la verdad, debe ser muy claro con respecto a sus intenciones. Si su intención es la de buscar seguridad, consuelo, entonces no desea la verdad, es obvio, porque la verdad podría ser una de las cosas más devastadoras y desconcertantes. El hombre que busca consuelo no desea la verdad; sólo desea estar seguro, a salvo, desea un refugio donde no se lo perturbe. Pero aquél que busca la verdad, debe invitar a las perturbaciones y aflicciones que pudieran sobrevenir, porque sólo en momentos de crisis hay un estado de alerta, de vigilancia, de acción. Sólo entonces descubrimos y comprendemos lo que es.

18 de julio de 1948





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.