SEGUNDA PLÁTICA EN BANGALORE
En una plática como ésta es más importante, creo, experimentar lo que se dice, que limitarse a discutir las cosas en el nivel verbal. Uno es propenso a permanecer en el nivel verbal sin experimentar a fondo lo que se está diciendo, y experimentar un hecho real es mucho más importante que descubrir si las ideas en sí son verdaderas o no, ya que las ideas jamás van a transformar el mundo. La revolución no se basa en meras ideas. La revolución llega sólo cuando hay una convicción fundamental, cuando nos damos cuenta de que debe haber una transformación interna, no meramente una exterior, por importantes que puedan ser las exigencias externas. Lo que quisiera discutir aquí, durante estas cinco reuniones de los domingos, es la posibilidad de dar origen, no a un cambio superficial, sino a una transformación radical, tan indispensable en un mundo que se está desintegrando rápidamente.
Si somos algo observadores, debería ser obvia para la mayoría de nosotros — ya sea que viajemos o que permanezcamos en un solo sitio— la necesidad de un cambio o una revolución fundamental. Pero percihir el pleno significado de una revolución así es difícil, porque aunque pensemos que deseamos un cambio, una modificación, una revolución, la mayoría de nosotros recurre a un modelo particular de acción, a un sistema de la izquierda, de la derecha o. del centro. Vemos la confusión, el desorden espantoso que nos rodea, la miseria, el hambre, la guerra inminente; es natural, pues, que las personas reflexivas exijan una acción. Pero, desafortunadamente, acudimos a la acción basada en determinada fórmula o teoría. La izquierda, al igual que la derecha, tienen un sistema, un modelo de acción. Pero, ¿puede haber revolución alguna conforme a un modelo particular de acción, a una línea establecida? ¿O la revolución surge desde el interés despierto y la percepción alerta individuales? Ciertamente, sólo cuando el individuo está despierto y es responsable, puede haber una revolución.
Ahora bien, es obvio que la mayoría de nosotros desea un plan acordado a fin de actuar. Vemos la confusión reinante, no sólo en la India y en nuestras propias vidas, sino a lo largo de todo el mundo. En cada rincón de la Tierra hay confusión, desdicha, luchas y sufrimientos espantosos. Jamás hay un período en que los hombres puedan sentirse seguros, porque, a medida que se desarrollan más y más las artes de la guerra, la destrucción se vuelve cada vez mayor. Sabemos todo eso. Es Un hecho obvio que no necesitamos examinar. Pero, ¿no es importante que averigüemos cuál es nuestra relación con todo este caos, con esta confusión y desdicha? Porque, al fin y al cabo, si pudiésemos descubrir nuestra relación con el mundo y comprender esa relación, tal vez seríamos capaces de transformar esta confusión en que nos debatimos. Así, pues, primero debemos ver con claridad esa relación que existe entre el mundo y nosotros, y entonces, quizá, si cambiamos nuestras vidas, podrá haber un cambio radical y fundamental en el mundo en que vivimos.
¿Cuál es, entonces, la relación que hay entre nosotros y el mundo? ¿Es el mundo diferente de nosotros, o cada uno de nosotros es el resultado de un proceso total y no está separado del mundo, sino que forma parte de él? Es decir, ustedes y yo somos el resultado de un proceso mundial, de un proceso total, no de un proceso separado, individualista; porque, a fin de cuentas, somos la consecuencia del pasado, estamos condicionados por las infl uencias ambientales — políticas, sociales, económicas, geográficas, climáticas, etc. — . Somos el resultado de un proceso total; por lo tanto, no estamos separados del mundo. Cada uno de nosotros es el mundo, y el mundo es lo que somos nosotros. Por consiguiente, el problema del mundo es nuestro problema, y si resolvemos nuestro problema, resolvemos el problema del mundo. Es inútil, completamente ocioso tratar de resolver el problema del mundo sin resolver nuestro problema individual, porque ustedes y yo constituimos el mundo. Sin nosotros no hay mundo. De modo que el problema del mundo es nuestro problema; se trata de un hecho evidente. Aunque nos gustaría pensar que somos individualistas en nuestras acciones, que estamos apartados, separados de los demás, esa estrecha acción individualista de cada ser humano es, después de todo, parte de un proceso total al que llamamos “el mundo”. Así, pues, para comprender el mundo y originar una transformación radical en el mundo, debemos empezar por nosotros mismos — cada uno consigo mismo, no con algún otro — . La mera reforma del mundo no tiene sentido sin la transformación de uno mismo, puesto que uno crea el mundo. Al fin y al cabo, el mundo no está lejos de uno; está donde uno vive, es el mundo de su familia, de sus amigos, de sus vecinos, y si nosotros podemos transformarnos fundamentalmente, entonces existe una posibilidad de cambiar el mundo; no ocurre a la inversa. Por eso todos los grandes cambios y las reformas que hubo en el mundo, comenzaron con unos pocos, con individuos, con ustedes y conmigo. La así llamada acción de masas, no es más que la acción colectiva de individuos convencidos, y la acción de masas tiene significación sólo si los individuos que componen la masa están despiertos; pero si se hallan hipnotizados por palabras, por una ideología, la acción de masas debe conducir, por fuerza, al desastre.
Al ver, pues, que el mundo se halla en una confusión espantosa, con las guerras que nos amenazan, con el hambre, con la enfermedad del nacionalismo, con la acción de corruptas religiones organizadas, al reconocer todo esto es evidente que, para originar una revolución fundamental, radical, debemos empezar con nosotros mismos. Ustedes podrán decir; “Yo estoy dispuesto a cambiar, pero si cada individuo ha de cambiar, ello llevará un número infinito de años”. Pero ¿es eso un hecho? Dejemos que lleve un número de años. Si ustedes y yo estamos realmente convencidos, si vemos la verdad de que la revolución debe comenzar con nosotros mismos y no con alguna otra persona, ¿llevará mucho tiempo convencer al mundo y transformarlo? Debido a que cada uno de ustedes es el mundo, sus acciones afectarán al mundo en que viven, que es el mundo de sus relaciones. Pero la dificultad radica en reconocer la importancia de la transformación individual. Exigimos la transformación del mundo, la transformación de la sociedad que nos rodea, pero estamos ciegos y poco dispuesto a transformarnos nosotros mismos.
¿Qué es la sociedad? Por cierto, es la relación entre ustedes y yo. Lo que son ustedes y lo que yo soy, genera la relación y crea la sociedad. En consecuencia, para transformar la sociedad, llámese hindú, comunista, capitalista o lo que fuere, tiene que cambiar nuestra relación, y ésta no depende de legislación alguna, de gobiernos o de circunstancias externas, sino enteramente de ustedes y de mí. Aunque seamos un producto del medio exterior, es obvio que tenemos el poder de transformarnos, lo cual implica ver cuán importante es la verdad de que podrá haber revolución únicamente cuando ustedes y yo nos comprendamos a nosotros mismos, no tan sólo la estructura que llamamos sociedad. Ésa es, entonces, la primera dificultad que debemos afrontar en todas estas pláticas. El propósito no es producir una reforma mediante alguna nueva legislación, porque la legislación requiere siempre una legislación ulterior; es ver la verdad de que ustedes y yo, cualquiera sea el nivel en que vivamos, dondequiera que nos encontremos, debemos dar origen a una revolución radical y duradera dentro de nosotros mismos. Y, como dije, la revolución que no es estática, que es perdurable, que se recrea de instante en instante, no puede surgir conforme a ningún plan, ya sea de la derecha o de la izquierda. Esa revolución constante que se sostiene a sí misma, puede generarse sólo cuando ustedes y yo comprendemos la importancia de la transformación individual. Desde ese punto de vista, voy a discutir con ustedes, voy a hablar y a contestar preguntas durante los próximos cinco domingos.
Ahora bien, si lo observan, encontrarán que en todas las revoluciones históricas la gente se rebela conforme a un modelo; y cuando la llama de esa rebelión se apaga, hay un regreso al viejo modelo, ya sea en un nivel superior o inferior. Una revolución así no es revolución en absoluto, es sólo un cambio, una continuidad modificada. Una continuidad modificada no alivia el sufrimiento; un cambio semejante no conduce a la terminación del dolor. Lo que termina con el dolor es el vernos individualmente tal como somos, el estar lúcidamente alerta a nuestros propios pensamientos y sentimientos y, de ese modo, originar en ellos una revolución. Por eso, como decía, aquellos de ustedes que acudan a un modelo de acción, me temo que estarán expuestos al desengaño durante estas pláticas. Porque es muy fácil inventar un modelo, pero es mucho más difícil examinar a fondo las cosas y ver el problema con claridad. Si nos limitamos a esperar una respuesta al problema, ya sea éste económico, social o humano, no comprenderemos el problema, porque estaremos concentrados en la respuesta y no en el problema mismo. Estaremos estudiando la respuesta, la solución. Mientras que, si estudiamos el problema en sí, encontraremos que la respuesta, la solución se halla en el problema y no lejos de éste. De modo que nuestro problema es la transformación del individuo, de cada uno de nosotros, porque el problema individual es el problema del mundo, no están separados. Lo que es uno, eso es el mundo; se trata de algo muy obvio.
¿Qué es nuestra sociedad actual? tanto en Occidente como en Oriente, es el resultado de la astucia, el engaño, la codicia, la mala voluntad, etc., del hombre. Ustedes y yo hemos creado la estructura, y sólo ustedes y yo podemos destruirla y dar origen a una sociedad nueva. Pero, para crear una nueva sociedad, úna nueva cultura, deben ustedes examinar y comprender la estructura que se está desintegrando, la estructura que ustedes y yo hemos construido juntos. Y, para comprender lo que hemos construido, debemos comprender el proceso psicológico de nuestro ser. Sin tal conocimiento propio, no puede haber revolución, y una revolución es esencial, no una revolución de las de tipo sangriento — que es relativamente fácil — sino una revolución por obra del conocimiento propio. Ésa es la única revolución duradera y estable, porque el conocimiento propio es un movimiento constante del pensar y del sentir; en él no hay refugio alguno, es un fluir continuo de la percepción acerca de lo que somos.
Así, pues, el estudio de uno mismo es mucho más importante que el estudio de cómo producir una reforma en el mundo, porque si uno se comprende y, de tal modo, se transforma a sí mismo, habrá naturalmente una revolución. Recurrir a una panacea, a un modelo para una revolución en nuestra vida externa, podrá producir un cambio transitorio, pero cada cambio transitorio requiere un cambio ulterior y más derramamiento de sangre. Mientras que, si estudiamos muy cuidadosamente el problema tan complejo que somos nosotros mismos, entonces sí, daremos origen a una revolución mucho más grandiosa, una clase de revolución más valiosa y perdurable que la mera revolución económica o social.
Confío, pues, en que veamos la verdad e importancia de esto: que, con el mundo sumergido en semejante estado de confusión, hambre y desdicha, si queremos generar orden en este caos, debemos comenzar con nosotros mismos. Sin embargo, casi todos somos demasiados perezosos o demasiado torpes para empezar a transformarnos. Es muchísimo más fácil dejar que lo hagan otros, esperar por una legislación nueva, especular y comparar. Pero nuestra responsabilidad consiste en estudiar el problema del sufrimiento, estudiarlo sensata e inteligentemente, ver sus causas, que no radican en circunstancias externas, sino en nosotros mismos, y así dar origen a una transformación.
Para estudiar cualquier problema, tiene que existir la intención de comprenderlo, de investigarlo, de descifrarlo, no de eludirlo. Si el problema es suficientemente grande e inmediato, la intención también tiene fuerza, pero si el problema no es grande o si no vemos su urgencia, la intención se debilita. Mientras que, si estamos plenamente conscientes del problema y tenemos la intención clara y definida de estudiarlo, no acudiremos a autoridades externas, a un líder, a un gurú, a un sistema organizado; debido a que el problema somos nosotros mismos, éste no podrá ser resuelto por ningún sistema, ninguna fórmula, ningún gurú, líder o gobierno. Una vez que la intención está clara, la comprensión de uno mismo se torna relativamente fácil. Pero establecer dicha intención es la mayor de nuestras dificultades, porque nadie puede ayudarnos en la comprensión de nosotros mismos. Otros podrán pintar verbalmente el cuadro, pero experimentar un hecho que está dentro de nosotros, ver sin juicio alguno un determinado pensamiento o sentimiento, una determinada acción, es mucho más importante que escuchar verbalmente a otros o seguir una norma particular de conducta, etcétera.
Por lo tanto, lo primero que hay que comprender es que el problema del mundo es el problema del individuo; es el problema de cada uno de ustedes y es mí problema, y el proceso del mundo no está separado del proceso individual. Son un fenómeno conjunto; por lo tanto, lo que uno hace, piensa y siente es mucho más importante que presentar leyes o pertenecer a un determinado partido político o a cierto grupo de personas. Ésa es, obviamente, la primera verdad a comprender. Una revolución en el mundo resulta esencial, pero una revolución conforme a un modelo particular de acción no es revolución en absoluto. Una verdadera revolución puede tener lugar sólo cuando uno, el individuo, se comprende a sí mismo y, por consiguiente, crea un nuevo proceso de acción. No hay duda de que una revolución es necesaria, porque todo se está viniendo abajo: las estructuras sociales se desintegran, hay guerras y más guerras. Nos hallamos al borde de un precipicio, y es evidente que debe haber alguna clase de transformación, porque así como estamos no podemos seguir. La izquierda ofrece un tipo de revolución, y la derecha propone una modificación respecto de la izquierda. Pero tales revoluciones no son revoluciones; no resuelven el problema, porque la entidad humana es demasiado compleja como para que de la comprenda mediante una mera fórmula. Y, como es indispensable que haya una constante revolución, ésta sólo puede comenzar con cada uno de nosotros, con la comprensión de uno mismo.
Eso es un hecho, ésa es la verdad, y, no es posible eludirla, cualquiera que sea el ángulo desde el cual la abordemos. Después de ver esa verdad, deben ustedes establecer la intención de investigar el proceso total de sí mismos, porque lo que son ustedes, eso es el mundo. Si la mente de ustedes es burocrática, crearán un mundo burocrático, un mundo estúpido de papeleo; si son codiciosos, envidiosos, estrechos de mente, nacionalistas, crearán un mundo en el que habrá nacionalismo, el cual destruye a los seres humanos, un mundo cuya estructura se basará en la codicia, en la división, en la propiedad, etc. Así, pues, lo que son ustedes es el mundo, y si no se transforman, el mundo no puede transformarse. Pero, el investigarnos a nosotros mismos requiere un cuidado extraordinario, una extraordinaria flexibilidad; y una mente abrumada por el deseo de un resultado, jamás podrá acompañar el rápido movimiento del pensar. La primera dificultad está, entonces, en ver la verdad de que el individuo es responsable, de que somos responsables por toda la confusión; y, al percibir nuestra responsabilidad, hemos de establecer la intención de observar y, de ese modo, originar una transformación radical en nosotros mismos.
Ahora bien, si la intención está ahí, pueden ustedes proseguir, pueden empezar a estudiarse a sí mismos. Ese estudio deben abordarlo con una mente libre de toda carga, ¿no es así? Pero tan pronto afirman que son el atma, el paramatma, tan pronto buscan cualquier clase de satisfacción, ya están atrapados en una estructura de pensamiento y, en consecuencia, no estudian su proceso total. Se miran a través de una pantalla de ideas, lo cual no es estudiar, no es observar. Si yo quiero conocer a alguno de ustedes, ¿qué debo hacer? Tengo que estudiarlo, ¿verdad? No puedo censurarlo porque sea brahmín o porque pertenezca a alguna otra malhadada casta. Debo estudiarlo, observarlo, observar sus estados de ánimo, su temperamento, su manera de hablar, las palabras que usa, sus peculiaridades y demás. Pero si lo miro a través de una pantalla de prejuicios, de conclusiones, entonces no lo comprendo. Sólo estoy estudiando mis propias conclusiones, las cuales carecen de significación cuando estoy tratando de comprender a otro. De igual modo, si quiero comprenderme a mí mismo, tengo que descartar toda la serie de pantallas, las tradiciones y creencias establecidas por otras personas, no importa si se trata de Buda, de Sócrates o de quien fuere, porque el “yo” es una entidad extraordinariamente compleja que adopta máscaras y facetas diferentes según el momento y la ocasión, según la circunstancia, la influencia del medio, etc. El "yo” no es una entidad estática, y el conocernos y comprendernos a nosotros mismos es mucho más importante que estudiar los dichos de otros o mirarnos a través de la pantalla de experiencias ajenas.
De modo que, cuando existe la intención de estudiarnos a nosotros mismos, entonces las pantallas, las aseveraciones, los conocimientos y las experiencias de otras personas carecen, obviamente, de todo valor. Porque, si quiero conocerme a mí mismo, debo conocer lo que soy, no lo que debería ser. De nada vale un “yo” hipotético. Si quiero conocer la verdad de algo, tengo que mirarlo, no cerrar la puerta ante ello. Si estoy estudiando un automóvil, debo estudiarlo por lo que es, no comparar un Packard con un Rolls Royce. Debo estudiar el auto como Packard, como Rolls Royce, como Ford. El individuo es de máxima importancia porque él, en sus relaciones, crea el mundo. Cuando veamos la verdad de eso, comenzaremos a estudiarnos sin tener en cuenta las afirmaciones de otras personas, por grandes que sean. Sólo entonces seremos capaces de seguir, sin condena ni justificación, el proceso total de cada pensamiento y sentimiento que exista entre nosotros y, de ese modo, comenzaremos a comprenderlo.
Así, pues, cuando la intención está ahí, puedo proceder a investigar lo que soy. Evidentemente, soy el producto del medio. Ése es el comienzo, es el primer punto que debo ver. Para descubrir si soy algo más que un mero producto de las influencias ambientales y climáticas, debo liberarme primero de esas influencias que me rodean y de las que soy el producto. Soy el resultado de las circunstancias, los absurdos, las supersticiones, los innumerables factores, buenos y malos, que forman mi entorno; para descubrir si soy algo más, debo estar libre de esas influencias, ¿no es así? Para comprender algo más, primero debo comprender lo que es. Afirmar meramente que soy algo más, no tiene sentido hasta que me haya liberado de las influencias ambientales que ejerce sobre mí la sociedad en que vivo.
La libertad es el descubrimiento del verdadero valor de las cosas que me rodean, no el limitarme a rechazarlas. Por cierto, la libertad adviene cuando descubro la verdad respecto de todo cuanto me concierne: la verdad respecto de las cosas, de la propiedad, de las relaciones, de las ideas. Sin descubrir la verdad acerca de todo esto, no puedo dar con lo que uno podría llamar la verdad abstracta o Dios. Estando atrapada en las cosas que me rodean, es obvio que la mente no puede ir más lejos, no puede ver o descubrir lo que hay más allá. Un hombre que procura comprenderse a sí mismo, debe comprender su relación con las cosas, la propiedad, las posesiones, el país, las ideas, las personas inmediatamente cercanas a él.
Este descubrimiento de la verdad con respecto a la relación, no es un asunto de repetir palabras, de lanzar verbalmente a otros ideas acerca de la relación, Es un descubrimiento que llega sólo mediante la experiencia de la relación que tenemos con la propiedad, las personas, las ideas; y lo que nos libera es esa verdad, no el mero esfuerzo de librarnos de la propiedad o de la relación. Uno puede descubrir la verdad acerca de estas cosas, sólo cuando existe la intención de descubrirla, sin que uno se vea influido por los prejuicios, por las exigencias de una sociedad o de una creencia en particular, o por ideas preconcebidas acerca de Dios, la verdad, o el nombre que quieran darle, porque elnombre, la palabra, no es la cosa. La palabra Dios no es Dios, es tan sólo una ¿alabra; y para ir más allá del nivel verbal de la mente, del conocimiento, qno debe experimentar de manera directa, debe estar libre de esos valores que la mente crea y a los que se aferra. Por lo tanto, comprender este proceso psicológico de uno mismo, es mucho más importante que comprender el proceso de las influencias ambientales externas. Es esencial que nos comprendamos primero a nosotros mismos, porque al comprendemos daremos origen a una revolución en nuestras relaciones y, de tal modo, crearemos un mundo nuevo.
Me han entregado diversas preguntas, y responderé a algunas de ellas.
asunto de repetir palabras, de lanzar verbalmente a otros ideas acerca de la relación, Es un descubrimiento que llega sólo mediante la experiencia de la relación que tenemos con la propiedad, las personas, las ideas; y lo que nos libera es esa verdad, no el mero esfuerzo de librarnos de la propiedad o de la relación. Uno puede descubrir la verdad acerca de estas cosas, sólo cuando existe la intención de descubrirla, sin que uno se vea influido por los prejuicios, por las exigencias de una sociedad o de una creencia en particular, o por ideas preconcebidas acerca de Dios, la verdad, o el nombre que quieran darle, porque elnombre, la palabra, no es la cosa. La palabra Dios no es Dios, es tan sólo una ¿alabra; y para ir más allá del nivel verbal de la mente, del conocimiento, qno debe experimentar de manera directa, debe estar libre de esos valores que la mente crea y a los que se aferra. Por lo tanto, comprender este proceso psicológico de uno mismo, es mucho más importante que comprender el proceso de las influencias ambientales externas. Es esencial que nos comprendamos primero a nosotros mismos, porque al comprendemos daremos origen a una revolución en nuestras relaciones y, de tal modo, crearemos un mundo nuevo.
Me han entregado diversas preguntas, y responderé a algunas de ellas.
Pregunta: ¿Cómo podemos resolver nuestro actual caos político y la crisis que hay en el mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para detener la guerra que nos amenaza?
KRISHNAMURTI: La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida cotidiana, ¿no es así? La guerra no es sino una expresión externa dé nuestro estado interno, una ampliación de nuestras acciones diarias. Es más espectacular, más destructiva, más sangrienta, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales. Usted y yo somos, pues, responsables por la guerra, y ¿qué podemos hacer para detenerla? Obviamente, la guerra que nos amenaza no puede ser detenida por usted y por mí, porque ya está en movimiento; ya está ocurriendo, aunque todavía lo haga principalmente en el nivel psicológico. Ha comenzado ya en el mundo de las ideas, aunque la destrucción de nuestros cuerpos pueda llevar un poco más de tiempo. Como ya se halla en movimiento, no puede ser detenida; los problemas son demasiados, son excesivamente grandes, y ya estamos comprometidos con ellos. Pero usted y yo, viendo que la casa se incendia, podemos comprender las causas de ese incendio, podemos alejarnos de él y edificar en un lugar nuevo, con materiales que no sean combustibles, que no produzcan otras guerras. Es todo cuanto podemos hacer. Usted y yo podemos ver qué es lo que da origen a las guerras y, si estamos interesados en detener las guerras, podemos comenzar a transformarnos nosotros mismos, que somos las causas de la guerra.
¿Qué es, entonces, lo que causa la guerra, ya sea religiosa, política o económica? Evidentemente, la creencia, que puede ser en el nacionalismo, en una ideología, en un dogma particular. Si en lugar de tener creencias, tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras. Pero nos alimentamos de creencias, ideas y dogmas; por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis es, sin duda, de una naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o bien seguimos el camino del constante conflicto y las guerras continuas o, de lo contrario, tenemos que ver cuáles son las causas de la guerra y volverles la espalda.
Evidentemente, lo que da origen a la guerra es el deseo de poder, posición, prestigio, dinero, y también la enfermedad llamada nacionalismo, la adoración de una bandera, así como la enfermedad de la religión organizada, la adoración de un dogma. Todas estas cosas son las que dan origen a la guerra, y si usted, como individuo, pertenece a cualquiera de las religiones organizadas, si codicia el poder, si es envidioso, tiene que producir, por fuerza, una sociedad que dará por resultado la destrucción. Así que esto depende de cada uno de ustedes, y no de los líderes, no de Stalin, Churchill y demás. Depende de usted y de mí, pero no parecemos darnos cuenta de eso. Si alguna vez sintiéramos realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán rápidamente podríamos terminar con todas las guerras, con esta desdicha espantosa! Pero ya lo ven, somos indiferentes. Tenemos nuestras tres comidas diarias, nuestros empleos, nuestras cuentas bancarias, grandes o pequeñas, y decimos: “¡Por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos tranquilos!”. Cuanto más alto estamos en la escala social, tanto más seguridad, permanencia y tranquilidad queremos, tanto más deseamos que se nos deje en paz, que las cosas se mantengan fijas como están; pero no pueden ser mantenidas como están, porque no hay nada que mantener. Todo se desintegra.
Nosotros no queremos enfrentarnos a estos hechos; no queremos afrontar el hecho de que somos responsables por las guerras. Podemos hablar acerca de la paz, pronunciar conferencias, sentarnos alrededor de una mesa y discutir, pero internamente, psicológicamente, lo que deseamos es poder, posición; estamos motivados por la codicia. Intrigamos, somos nacionalistas, nos atan las creencias, los dogmas, y por ellos estamos dispuestos a morir, a destruirnos los unos a los otros. ¿Piensa usted que hombres así — nosotros — pueden traer paz al mundo? Para tener paz, debemos ser pacíficos; vivir pacíficamente implica no engendrar antagonismo. La paz no es un ideal. Para mí, el ideal no es sino un escape, una evitación de lo que es, una contradicción respecto de lo que es. Un ideal impide que actuemos de manera directa sobre lo que es; esto vamos a examinarlo dentro de poco, en otra plática. Para tener paz, tendremos que amar, tendremos que empezar a vivir una vida no basada en ideas, sino en ver las cosas como son y en actuar sobre ellas, en transformarlas. Mientras cada uno de nosotros siga buscando seguridad psicológica, estará contribuyendo a destruir la seguridad fisiológica que necesitamos: alimento, ropa y vivienda. Buscamos la seguridad psicológica, que no existe, y la buscamos, de ser posible, por medio del poder, de la posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la seguridad física. Si lo consideran, verán que esto es un hecho muy obvio.
Así, pues, para traer paz al mundo, para poner fin a todas las guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en cada uno de nosotros. Sin esta revolución interior, la revolución económica carece de sentido, porque el hambre es el resultado del desequilibrio en las condiciones económicas, desequilibrio producido por nuestros estados psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y afán posesivo. Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, tiene que haber una revolución psicológica, y somos pocos los que estamos dispuestos a afrontarla. Discutiremos sobre la paz, planearemos leyes, crearemos nuevas Ligas, Naciones Unidas, y así sucesivamente, pero no ganaremos la paz, porque no renunciaremos a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestro dinero, a nuestras propiedades, a nuestras estúpidas vidas. Es totalmente inútil confiar en otros; otros no pueden traernos la paz. Ningún líder va a darnos la paz, ningún gobierno, ningún ejército, ningún país. Lo que traerá paz es la transformación interna, la cual habrá de conducir a la transformación externa. La transformación interna no es aislamiento, no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, la recta acción sólo es posible cuando hay un recto pensar, y no hay recto pensar cuando no hay conocimiento propio. No hay paz si no nos conocemos a nosotros mismos.
Para poner fin a la guerra externa, debemos empezar por poner fin a la guerra que se desarrolla dentro de nosotros. Algunos sacudirán afirmativamente la cabeza y dirán: “De acuerdo”, pero se irán de aquí y harán exactamente lo mismo que han estado haciendo durante los últimos diez o veinte años. El acuerdo de ustedes es tan sólo verbal y nada significa, porque las desdichas y las guerras del mundo no van a acabarse merced al ocasional acuerdo de ustedes. Se acabarán tan sólo cuando ustedes se den cuenta del peligro, cuando comprendan su responsabilidad y no la deleguen en nadie más. Si toman conciencia del sufrimiento, si ven la urgencia de una acción inmediata y no la posponen, entonces se transformarán a sí mismos; y la paz llegará únicamente cuando ustedes mismos sean pacíficos, cuando cada uno esté en paz con su prójimo.
Pregunta: La familia constituye la estructura de nuestro amor y de nuestra codicia, de nuestro egoísmo y de nuestra división. ¿Cuál es el lugar que ella tiene en su esquema de las cosas?
KRISHNAMURTI: Señores, yo no tengo ningún esquema de las cosas. ¡Vean de qué manera tan absurda pensamos acerca de la vida! La vida es algo viviente, dinámico, activo; no podemos ponerla en un marco. El intelectual pone la vida en un marco, tiene un esquema para sistematizarla. No tengo, pues, un esquema, pero consideremos los hechos. En primer lugar, está el hecho de nuestra relación con otro, ya sea con nuestra esposa, nuestro marido o nuestro hijo, la relación que llamamos la familia. Examinemos el hecho, lo que es tal relación, no lo que nos agradaría que fuera. Cualquiera puede tener ideas apresuradas acerca de la vida familiar, pero si podemos observar, examinar, comprender lo que es esa vida, quizá seamos capaces de transformarla. El limitarnos a usar una serie de hermosas palabras y disimular así lo que es llamándolo responsabilidad, deber, amor, etc., no tiene ningún sentido. Así, pues, lo que vamos a hacer es examinar eso que llamamos “la familia”. Porque, señores, para comprender algo, debemos examinar lo que es, y no encubrirlo con frases agradables al oído.
Y bien, ¿qué es lo que ustedes llaman la familia? Evidentemente, llaman así a una relación de intimidad, de comunión. Pregunto: En sus familias, en la relación que sostienen con sus esposas, con sus maridos, ¿hay comunión? Por cierto, eso es lo que entendemos por relación, ¿verdad? La relación significa comunión exenta de temor, libertad para comprenderse el uno al otro, para comunicarse directamente. Es obvio que la relación significa eso: estar en comunión con otra persona. ¿Lo están ustedes? ¿Está usted en comunión con su esposa? Tal vez lo esté físicamente, pero eso no es relación. Usted y su esposa viven en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es así? Usted tiene sus propias actividades, sus ambiciones, y ella tiene las suyas. Usted vive detrás del muro y, en ocasiones, mira por encima de él; y llama relación a eso. Se trata de un hecho, ¿verdad? Puede agrandarlo, suavizarlo, introducir una nueva serie de palabras para describirlo, pero ése es el hecho real: que usted y la otra persona viven en aislamiento, y que a esa vida en aislamiento la llaman relación.
Ahora bien si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual quiere decir que hay comunión entre ellas, las implicaciones de eso son inmensas. Entonces no hay aislamiento, entonces hay amor, no ‘'responsabilidad” o “deber”. Las personas aisladas detrás de sus muros son las que hablan de responsabilidades y deberes. Pero un ser humano que ama no habla de responsabilidad; ama. Por lo tanto, comparte con el otro su dicha, su dolor, su dinero. ¿Son así nuestras familias? ¿Hay comunión directa entre esposo y esposa, comunión con los hijos? Es obvio que no, señores. En consecuencia, la familia es tan sólo un pretexto para continuar con nuestro nombre, con nuestra tradición, para obtener de ella lo que deseamos, sexual o psicológicamente. Así, la familia se convierte en un medio de perpetuación propia. Ése es un tipo de inmortalidad, de permanencia. Además, la familia es usada como un medio de gratificación. En el mundo de los negocios, en el mundo exterior político o social, exploto despiadadamente a otros, y en el hogar trato de ser benévolo o generoso. ¡Qué absurdo! O bien el mundo es demasiado para mí; necesito paz y voy a mi casa. En el mundo sufro, y vuelvo al hogar en busca de bienestar. Uso, pues, la relación como un medio para gratificarme, lo cual implica que no deseo que mi relación me perturbe.
Esto es, entonces, lo que ocurre, ¿verdad, señores? En nuestras familias hay aislamiento y no comunión; por lo tanto, no hay amor. Amor y sexo son dos cosas diferentes — esto lo discutiremos en otra oportunidad — . En nuestro aislamiento, podemos desarrollar una forma de abnegación, de devoción, de bondad, pero siempre detrás del muro, porque uno se interesa más en sí mismo que en los demás. Si estuviéramos realmente en comunión con nuestra esposa, con nuestro marido y, por lo tanto, abiertos a nuestro prójimo, el mundo no se hallaría sumido en esta desdicha. Ésta es la razón de que las familias en aislamiento se conviertan en un peligro para la sociedad.
¿Cómo acabar, pues, con este aislamiento? Para acabar con este aislamiento debemos darnos cuenta de él, no sentirnos separados de él o decir que no existe. Existe, es un hecho evidente. Dense cuenta de cómo tratan a sus esposas, maridos e hijos, tomen conciencia de la dureza y brutalidad, de las aseveraciones tradicionales, de la falsa educación. ¿Quieren decir, señoras y señores, que si amaran a sus esposas, a sus maridos, tendríamos este conflicto, esta desdicha en el mundo? Debido a que no saben cómo amar a la esposa, al marido, tampoco saben cómo amar a Dios. Quieren a Dios como un medio más de aislamiento, de seguridad. Al fin y al cabo. Dios es la seguridad suprema; pero una búsqueda semejante no es una búsqueda de Dios, sino tan sólo un refugio, un escape. Para encontrar a Dios, deben ustedes saber cómo amar, no a Dios, sino a los seres humanos que los rodean, amar a los pájaros, los árboles, las flores. Entonces, cuando sepan amarlos, sabrán realmente qué es amar a Dios. Sin amar a otro, sin saber qué es estar completamente en comunión unos con otros, no pueden ustedes estar en comunión con la verdad. Pero ya lo ven, no pensamos en el amor, no nos interesa estar en comúnión con otro ser humano. Queremos seguridad, ya sea en la familia, en la propiedad o en las ideas, y donde la mente busca seguridad, jamás puede conocer el amor. Porque el amor es algo muy peligroso, porque cuando amamos a alguien somos vulnerables, nos abrimos a los demás; y no queremos estar abiertos, no queremos ser vulnerables. Queremos encerrarnos en nosotros mismos, sentirnos internamente cómodos.
Así que, señores, una vez más: Producir una transformación en nuestras relaciones no es un asunto de leyes, de coacción según los shastras y todo eso. Para dar origen a una transformación radical en nuestras relaciones, debemos comenzar con nosotros mismos. Obsérvense a sí mismos, la manera como tratan a sus esposas e hijos. La esposa es una mujer y ahí se termina todo: ¡existe para ser usada como un felpudo! No miren a las señoras, mírense a sí mismos. Señores, no creo que ustedes se den cuenta de cuán catastrófico es el estado del mundo en la actualidad; de lo contrario, no serían tan despreocupados con respecto a todo esto. Estamos al borde de un precipicio, un precipicio moral, social y espiritual. No ven que la casa se quema y que ustedes viven en ella. Si supieran que la casa se está quemando, que nos hallamos al borde de un precipicio, actuarían. Pero, desafortunadamente, están tranquilos así; son temerosos, se sienten cómodos, son insensibles, aburridos, y exigen satisfacciones inmediatas. En consecuencia, dejan que las cosas sigan a la deriva y, por eso, la catástrofe mundial está cada vez más cerca. Esto no es una mera amenaza, se trata de un hecho real. En Europa, la guerra ya está en movimiento: guerra, guerra, guerra, desintegración, inseguridad. Al fin y al cabo, lo que afecta a otro, lo afecta a uno. Uno no puede cerrar los ojos y decir: "En Bangalore estoy seguro”. Ésa es, evidentemente, una manera de pensar muy miope y estúpida.
Así, pues, la familia se vuelve un peligro donde hay aislamiento entre esposo y esposa, entre padres e hijos, porque entonces la familia fomenta el aislamiento general; pero, cuando los muros del aislamiento se derrumban en la familia, entonces uno está en comunión no sólo con su esposa y sus hijos, sino con su prójimo. Entonces, la familia no está encerrada en sí misma, no es limitada, no constituye un refugio, un escape. De modo qúe el problema no es el problema de otros, sino que es nuestro propio problema.
Pregunta: ¿Cómo se propone usted justificar su afirmación de ser el Instructor del Mundo?
KRISHNAMURTI: No estoy realmente interesado en justificarla. El rótulo no es lo que importa, señores. El grado, el título no tiene ninguna importancia; lo que importa es lo que son ustedes. De modo que descarten el título; tírenlo al canasto, quémenlo, desembarácense de él. Vivimos a base de palabras, no vivimos basados en la realidad de lo que es. ¿Qué importancia tiene el modo como yo pueda llamarme o no llamarme? Lo que importa es si digo la verdad; y si es verdad lo que digo, entonces descubran la verdad por sí mismos. Señores, los títulos, ya sean espirituales o mundanos, son un medio de explotar a la gente. Y a nosotros nos gusta que nos exploten. Tanto el explotador como el explotado disfrutan de la explotación. (Risas). Ya lo ven, ¡se ríen! Y eso es todo lo que harán, porque no ven que ustedes mismos son explotados y, por lo tanto, crean al explotador — ya sea el explotador capitalista o el explotador comunista.- Vivimos de títulos, palabras, frases que no tienen ningún sentido; por eso estamos internamente vacíos y sufrimos.
Examinen, por favor, lo que se dice, o lo que yo digo, y no vivan tan sólo en el nivel verbal, porque en ese nivel no puede haber experiencia. Podrán leer todos los libros del mundo, todos los libros sagrados y los libros psicológicos, pero el mero vivir en ese nivel no los satisfará, y me temo que eso es lo que está sucediendo. Internamente, estamos vacíos, y por eso accedemos a las ideas de otras personas, a las experiencias, caprichos, lemas de otros, con lo cual nos estancamos; y eso es lo que está ocurriendo en todo el mundo. Acudimos a la autoridad, al gurú, al maestro, y todo eso se encuentra en el nivel verbal. Para experimentar la verdad por nosotros mismos, para comprender y no seguir la comprensión de alguna otra persona, debemos abandonar el nivel verbal. A fin de comprender la verdad por nosotros mismos, debemos estar libres de toda autoridad, no rendir culto a otro, por grande que sea, porque la autoridad es un veneno sumamente pernicioso que impide la experiencia directa, Sin la experiencia directa, sin comprensión, no puede haber realización de la verdad.
De manera que no estoy presentando nuevas ideas, porque las ideas no transforman radicalmente a la humanidad. Pueden generar revoluciones superficiales, pero lo que tratamos de hacer es algo por completo diferente. En todas estas pláticas y discusiones, si les interesa asistir a ellas, procuramos entender qué significa mirar las cosas tal como son; entonces, al comprenderlas, hay una transformación. Saber que soy codicioso, sin buscar excusas para ello y sin condenarlo, sin idealizar el opuesto diciendo: “No debo ser codicioso”, es ya el comienzo de la transformación. Pero, como ven, ustedes no quieren saber lo que son, sino lo que es el gurú, lo que es el maestro. Rinden culto a otros, porque eso les brinda satisfacción. Es mucho más fácil escapar estudiando a algún otro, que vernos a nosotros mismos tal como somos. Señores, Dios o la verdad está dentro de lo que es, no en las ilusiones. Pero comprender lo que es resulta muy difícil, porque lo que es nunca es estático, cambia constantemente, experimenta modificaciones. Para comprenderlo, necesitamos una mente rápida, no anclada en una creencia, en una conclusión o en un partido político. Y para seguir lo que es, tenemos que comprender el proceso de la autoridad — por qué nos aferramos a la autoridad — y no limitarnos a descartarla. No podemos descartar la autoridad sin comprender la totalidad de su proceso, porque si no lo hacemos así, crearemos una nueva autoridad para librarnos de la autoridad vieja. Por consiguiente, esta pregunta no tiene sentido si usted sólo toma en cuenta el rótulo, porque no me interesan los rótulos. Pero, si tiene ganas de hacerlo, podemos hacer juntos un viaje para descubrir lo que es; entonces, al conocernos a nosotros mismos, podremos dar origen a un mundo nuevo, un mundo donde exista la verdadera felicidad.
11 de julio de 1948
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