OBRA COMPLETA - TOMO 5 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 TERCERA PLÁTICA EN BANGALORE

Como hoy somos muy pocos, ¿podría sugerir que, en lugar de que pronuncie, como la última vez, una charla introductoria antes de contestar las preguntas, convirtamos esto directamente en un encuentro de discusión? Quizá podrá resultar más valioso que una disertación formal de mi parte, etc. Así, pues, ¿tendrían inconveniente en aproximarse un poco?

¿Qué tema discutiremos que valga la pena y sea provechoso? ¿Qué sugerirían, señores, como tema de discusión?

Pregunta; ¿Por qué realiza usted giras ?

KRISHNAMURTI: ¿Realmente desea discutir por qué hago giras?

Pregunta: ¿Podríamos discutir el propósito de la vida ?

KRISHNAMURTI: ¿Interesa eso a todos? ¿Discutir cuál es el propósito de la vida, qué es la reencarnación, el karma?

Comentario: Sí.

KRISHNAMURTI: Entonces discutiremos cuál es el propósito de la vida, y quizá más tarde daremos entrada a otros temas.

Antes que nada, al discutir cualquier tema de esta clase debemos, obviamente, ser intensos, no académicos, eruditos o superficiales, porque eso no nos llevará a ninguna parte. Por lo tanto, hemos de ser muy serios, y eso significa que no podemos meramente aceptar o rechazar, sino que debemos descubrir la verdad acerca de cualquier cuestión. Debemos estar atentos, abiertos a toda sugerencia; por consiguiente, debe existir el deseo de investigar y no limitarnos a aceptar la autoridad, ya sea la del estrado o la de un libro, la del pasado muerto o la del presente. Así, al discutir cuál es el propósito de la vida, tenemos que averiguar qué entendemos por “vida” y qué entendemos por "propósito”; no tan sólo el significado que dan los diccionarios, sino el significado que nosotros asignamos a esas palabras. Por cierto, la vida implica la acción de cada día, los pensamientos y sentimientos de cada día, ¿no es así? Implica las luchas, los pesares, las ansiedades, los engaños, las preocupaciones, la rutina oficinesca, la de los negocios, la de la burocracia, etc. Todo eso es la vida, ¿verdad? Por vida entendemos no tan sólo un sector o una capa de la conciencia, sino el proceso total de la existencia, que es nuestra relación con las cosas, las personas, las ideas. Eso es lo que entendemos por vida, no una cosa abstracta.

Entonces, si eso es lo que entendemos por vida, ¿tiene la vida un propósito? ¿O debido a que no comprendemos las modalidades de la vida — el dolor cotidiano, la ansiedad, el miedo, la ambición, la codicia — , a causa de que no comprendemos nuestras actividades cotidianas, deseamos tener un propósito, ya sea remoto o cercano? Necesitamos un propósito que nos permita guiar nuestra vida diaria hacia un fin. Eso es, evidentemente, lo que entendemos por propósito. Pero, si comprendo el modo como he de vivir, entonces ese vivir en sí es suficiente, ¿verdad? ¿Necesitamos, entonces, un propósito? Si yo amo a alguien, ¿no es eso suficiente en sí mismo? En tal caso, ¿necesito un propósito? Por cierto, necesitamos un propósito únicamente cuando no comprendemos o cuando queremos una norma de conducta con un fin en vista. A fin de cuentas, casi todos buscamos un estilo de vida, una norma de conducta, y, o bien acudimos a otros, al pasado, o tratamos de hallar un patrón de comportamiento basándonos en nuestra propia experiencia. Cuando recurrimos a nuestra propia experiencia para hallar un patrón de comportamiento, vemos que nuestra experiencia está siempre condicionada, ¿no es así? Por amplias que sean las experiencias que uno pueda haber tenido, a menos que estas experiencias disuelvan el condicionamiento pasado, cualquier nueva clase de experiencia sólo fortalecerá aún más dicho condicionamiento. Eso es un hecho que podemos discutir. Y si acudimos a otra persona, a un gurú, al pasado, a un ideal, a un ejemplo, en procura de un patrón de comportamiento, no hacemos sino forzar la extraordinaria potencia de la vida al encajarla en un molde, en una forma determinada, y de ese modo perdemos el rápido fluir, la intensidad, la riqueza de la vida.

Debemos, pues, averiguar con mucha claridad qué es lo que entendemos por propósito, y si existe un propósito. Ustedes podrán decir que existe, que es el de dar con la realidad. Dios o como quieran llamarlo. Pero, para dar con eso, uno debe conocerlo, debe tener conciencia de ello, debe conocer su medida, su profundidad, su significado. ¿Conocemos la realidad por nosotros mismos, o la conocemos únicamente merced a la autoridad de otra persona? ¿Pueden, entonces, decir que el propósito de la vida es encontrar la realidad, cuando no saben qué es la realidad? Puesto que la realidad es lo desconocido, la mente que busca, lo desconocido debe primero liberarse de lo conocido, ¿verdad? Si mi mente está empañada, agobiada por lo conocido, sólo puede medir conforme a su propia condición, a su propia limitación; por lo tanto, jamás puede conocer lo desconocido, ¿no es cierto?

Así, pues, lo que estamos tratando de discutir y averiguar es si la vida tiene un propósito, y si ese propósito puede ser medido. Sólo podemos medirlo en función de lo conocido, del pasado; y cuando mido el propósito de la vida en función de lo conocido, lo mediré de acuerdo con mis agrados y desagrados. En consecuencia, el propósito estará condicionado por mis deseos y, debido a eso, deja de ser el propósito. Eso está claro, ¿no es así? Puedo entender el propósito de la vida sólo a través de la pantalla de mis propios prejuicios, anhelos y deseos; de otro modo, no puedo juzgar, ¿verdad? Así, pues, el metro, la cinta, la vara con que mido, es un condicionamiento de mi mente y, conforme a los dictados de mi condicionamiento, decidiré cuál es el propósito. Pero, ¿es ése el propósito de la vida? Se trata de un propósito creado por mi anhelo; en consecuencia no es, ciertamente, el propósito de la vida. Para descubrir ese propósito, la mente debe estar libre de toda medición; únicamente entonces puede descubrir. De lo contrario, uno está proyectando su propio anhelo. Esto no es mera intelección; si lo examinan a fondo, verán su significado. Al fin y al cabo, mi prejuicio, mi anhelo, mi deseo, mi predilección, son los que deciden cuál ha de ser el propósito de la vida. Por lo tanto, mi deseo crea el propósito. Eso, obviamente, no es el propósito de la vida. ¿Qué es más importante, descubrir el propósito de la vida, o que la mente se libere de su propio condicionamiento y entonces investigue? Puede ser que, cuando la mente esté libre de su propio condicionamiento, esa libertad sea, en sí misma, el propósito. Porque, después de todo, sólo siendo libres estamos en condiciones de descubrir cualquier verdad.

Por consiguiente, el primer requisito es la libertad, no buscar el propósito de la vida. Sin libertad, es obvio que no podemos encontrarlo; sin estar liberados de nuestros mezquinos e insignificantes deseos, de nuestras búsquedas, ambiciones, envidias, de nuestra mala voluntad, ¿cómo podemos investigar o descubrir el propósito de la vida? ¿No es esencial, pues, para alguien que está investigando acerca del propósito de la vida, averiguar primero si el instrumento que realiza la investigación es capaz de penetrar en los procesos de la acomodarse a nuestras propias necesidades. Y como el instrumento está formado por nuestros mezquinos deseos personales, como es el resultado de nuestras experiencias, preocupaciones, ansiedades y mala voluntad, ¿cómo puede un instrumento así dar con lo real? Por lo tanto, ¿no es, acaso, importante, si uno va a investigar el propósito de la vida, averiguar primeramente si el investigador es capaz de entender o descubrir cuál es ese propósito? No estoy eludiendo la pregunta, sino que eso es lo que implica la investigación acerca del propósito de la vida. Cuando formulamos esa pregunta, primero tenemos que averiguar si el que la formula, el investigador, es capaz de comprender.

Ahora bien, cuando discutimos el propósito de la vida, vemos que por vida entendemos el extraordinariamente complejo estado de relaciones recíprocas, sin el cual la vida sería imposible. Y si no comprendemos el significado pleno de esa vida, sus variedades, sensaciones y demás, ¿de qué sirve investigar el propósito de la vida? Si no comprendo mi relación con usted, mi relación con la propiedad y las ideas, ¿cómo puedo ir más lejos? Al fin y al cabo, señor, para dar con la verdad o Dios, o como prefiera llamarlo, debo ante todo comprender mi existencia, comprender la vida en mí y a mi alrededor; de lo contrario, la búsqueda de la realidad se convierte en una mera forma de escapar de la acción cotidiana, y como muy pocos de nosotros comprendemos la acción cotidiana y, para la mayoría, la vida es monótona rutina, pena, sufrimiento, ansiedad, decimos: "¡Por el amor de Dios, díganos cómo escapar de ello! ”. Eso es lo que anhelamos casi todos nosotros, un narcótico que nos adormezca e impida que sintamos los dolores y las angustias de la vida. ¿He contestado su pregunta acerca del propósito de la vida?

Pregunta: ¿Podría uno decir que el propósito de la vida es vivir rectamente ?

KRISHNAMURTI: Se ha sugerido que el propósito de la vida es vivir rectamente, Señores, no quiero usar evasivas, pero ¿qué entendemos por una "vida recta”? Tenemos la idea de que vivir conforme a un modelo establecido por Shankaracharya, Buda, X, Y, o Z, es vivir rectamente. ¿Es así? Por cierto, eso es tan sólo una conformidad que la mente busca para sentirse segura, para no ser perturbada.

Comentario: Hay un proverbio chino según el cual el propósito de la vida es el deleite de vivir, la alegría de vivir. No es una alegría abstracta, sino el júbilo mismo del vivir, los placeres del dormir, del beber, la alegría de encontrarse con personas y hablar con ellas, de llegar, irse, trabajar. El propósito de la vida es el gozo de vivir, de experimentar los acontecimientos de cada día.

KRISHNAMURTI: Por cierto, señores, hay júbilo, hay verdadera felicidad en comprender algo, ¿no es así? Si comprendo la relación que tengo con mi prójimo, con mi esposa, con la propiedad por la que peleamos, reñimos y nos destruimos unos a otros, si comprendo todas estas cosas, no hay duda de que, gracias a esa comprensión, experimento un gran júbilo; entonces, la vida misma es júbilo, riqueza, y con esa riqueza es posible avanzar más allá y a mayor profundidad. Pero, sin esos cimientos, usted no puede edificar una gran estructura, ¿verdad? Al fin y al cabo, la felicidad adviene naturalmente, fácilmente, sólo cuando no hay fricción, ni dentro ni alrededor de nosotros, y la fricción cesa únicamente cuando comprendemos las cosas en su proporción exacta, en sus valores correctos. Para descubrir qué es lo exacto, lo correcto, uno debe conocer ante todo el proceso de su propia mente, la manera como ésta funciona. De lo contrario, si uno no conoce su propia mente, ¿cómo puede descubrir el exacto valor de cosa alguna?

Estamos, pues, confusos; hay confusión en nuestras relaciones, en nuestras ideas, en nuestros gobiernos. Sólo un tonto no advierte la confusión. El mundo se debate en un desorden espantoso, y el mundo es la proyección de nosotros mismos. Lo que nosotros somos, eso es el mundo. Estamos confundidos, terriblemente enredados en ideas, y no sabemos qué es verdadero y qué es falso; estando confundidos, decimos; “Por favor, ¿cuál es el propósito de la vida, qué necesidad hay de toda esta confusión, esta desdicha?”

Algunos, naturalmente, les darán una explicación verbal acerca del propósito de la vida y, si tal explicación les agrada, la aceptan y de acuerdo con ella moldean su vida. Pero eso no resuelve el problema de la confusión, ¿verdad? Sólo lo han postergado, no han comprendido lo que es. No hay duda de que comprender lo que es — la confusión dentro y alrededor de mí mismo — es más importante que inquirir acerca de cómo comportarse rectamente. Si comprendo qué ha causado esta confusión y, por ende, cómo ponerle fin, si comprendo estas cosas, surge con naturalidad una conducta verdadera basada en el afecto. Estando, pues, confuso, mi problema no es averiguar cuál es la finalidad o el propósito de la vida, ni cómo salirme de la confusión, porque si no la comprendo no puedo disolverla. Para poner fin a esta confusión, se requiere comprender lo que es en cualquier momento dado, y eso exige una atención enorme, interés en descubrir lo que es, y no limitarnos a disipar nuestras energías en la ocupación que desarrollamos en la vida, en nuestros propios métodos, en acciones conforme a. un modelo en particular, todo lo cual es mucho más cómodo, porque así no abordamos nuestros problemas sino que, más bien, escapamos de ellos.

Entonces, como ustedes están confusos, todo aquél que se convierte en líder, ya sea político o religioso, no es sino la expresión de la propia confusión de ustedes y, debido a que siguen al líder, él se vuelve la voz de la confusión. Podrá conducirlos fuera de una confusión en particular, pero no ayudará a resolver la causa de la confusión; por lo tanto, seguirán confusos, porque son ustedes los que crean la confusión, y la confusión está donde están ustedes. De modo que el problema no es cómo salirse de la confusión, sino cómo comprenderla. Al comprenderla, quizá descubrirán el significado de todas estas luchas, estas penas y ansiedades, esta constante batalla interna y externa.

¿No es importante, entonces, descubrir por qué estamos confusos? ¿Puede alguien, excepto unos pocos, decir que no está confuso, política, religiosa y económicamente? Señores, ustedes sólo tienen que mirar lo que los rodea. Todos los periódicos proclaman a voces la confusión, reflejan las incertidumbres, las angustias, las ansiedades, las guerras que nos amenazan; y la persona cuerda, reflexiva, seria, que procura hallar el modo de salirse de esta confusión, primero tiene que habérselas consigo misma, es obvio. Nos preguntamos, pues: ¿Qué causa la confusión? ¿Por qué estamos confusos? Uno de los factores obvios es que hemos perdido confianza en nosotros mismos y, por eso, tenemos tantos líderes, tantos gurúes, tantos libros sagrados que nos dicen lo que debemos y no debemos hacer. Hemos perdido la confianza en nosotros mismos. Desde luego, hay personas, los técnicos, que están llenas de confianza porque han conseguido resultados. Por ejemplo, entreguen cualquier máquina a un mecánico de primera clase y él la entenderá. Cuanta más técnica poseemos, más capaces somos de habérnoslas con cosas técnicas, pero eso no es, ciertamente, confianza en nosotros mismos. No estamos usando la palabra confianza tal como se aplica en asuntos técnicos. Un profesor, cuando trata su tema, está lleno de confianza — al menos cuando no lo escuchan otros profesores — , o un burócrata, un alto funcionario, se siente confiado porque ha llegado a la cima de la escala en la técnica de la burocracia y puede ejercer todo el tiempo su autoridad. Aunque pueda estar equivocado, está lleno de confianza, igual que el mecánico ante un motor sobre el que conoce todo lo que hay que conocer. Pero es obvio que no nos referimos a esa clase de confianza, ¿verdad?, porque no somos máquinas técnicas. No somos meras máquinas que funcionan conforme a cierto ritmo, girando a determinada velocidad, a determinado número de revoluciones por minuto. Somos vida, no máquinas.

Nos gustaría convertirnos en máquinas, porque entonces podríamos habérnoslas con nosotros mismos de manera mecánica, repetitiva y automática, y eso es lo que desea la mayoría de nosotros. Por lo tanto, levantamos muros de resistencia, practicamos disciplinas, controles, que son carriles por los que nos deslizamos. Pero aun habiéndonos condicionado y acomodado de ese modo, habiéndonos vuelto tan automáticos y mecánicos, sigue existiendo una vitalidad que persigue diferentes cosas y crea contradicciones. Señores, nuestra dificultad es que estamos vivos, no muertos; y, debido a que la vida es tan veloz y flexible, tan sutil, tan incierta, no sabemos cómo comprenderla. Por eso hemos perdido la confianza. Casi todos estamos adiestrados técnicamente, porque tenemos que ganarnos la vida y la civilización moderna exige técnicas más y más avanzadas. Pero con esa mente técnica, con esa capacidad técnica, no pueden seguir sus propios movimientos internos, porque ustedes son demasiado veloces, son más flexibles y más complicados que la máquina; por eso, están aprendiendo a tener más y más confianza en la máquina y pierden confianza en sí mismos; en consecuencia, los líderes se multiplican. Como dijimos, pues, una de las causas de confusión es esta pérdida de confianza en nosotros mismos. Cuanto más imitativos somos, menos confianza tenemos, y hemos convertido la vida en un cuaderno de ejercicios. Desde la más tierna infancia nos dicen qué debemos hacer: debemos hacer esto, no debemos hacer aquello. ¿Qué esperan, pues? ¿No deben tener esa confianza a fin de poder descubrir? ¿No deben tener esa profunda certidumbre interna para saber qué es la verdad cuando se encuentren con ella?

Así, al haber convertido la vida en un proceso técnico, al amoldarnos a una norma determinada de acción, es natural que hayamos perdido confianza en nosotros mismos y que, por lo tanto, estemos incrementando nuestra lucha interna, nuestra pena y confusión internas. La confusión puede ser disuelta sólo a través de la confianza en uno mismo, la cual no puede obtenerse por intermedio de otra persona. Uno tiene que emprender, para y por sí mismo, el viaje del descubrimiento en el propio proceso interno, a fin de comprenderlo. Esto no significa que haya de apartarse, aislarse de los demás. Por el contrario, señores, la confianza llega tan pronto comprendemos, no lo que dicen otros, sino nuestros propios pensamientos y sentimientos, lo que ocurre dentro y en torno de nosotros mismos. Sin esa confianza que proviene de conocer nuestros pensamientos y sentimientos, nuestras experiencia, — su verdad, su falsedad, su significado, su carácter absurdo — , sin conocer eso, ¿cómo podemos poner en orden todo el campo de confusión que somos nosotros mismos?

Comentario: La confusión puede ser disipada mediante el estado de alerta.

KRISHNAMURTI; Usted dice, señor, que estando uno alerta, consciente de la confusión, ésta puede ser disipada. ¿Es eso?

Comentario: Sí, señor.

KRISHNAMURTI: Por el momento, no estamos discutiendo cómo disipar la confusión. Habiendo perdido la confianza en nosotros mismos, nuestro problema es cómo recuperarla — si es que alguna vez la tuvimos — . Porque es obvio que sin ese elemento de confianza, seremos desviados de nuestro camino por cualquier persona con la que nos topemos; y eso es exactamente lo que está ocurriendo. ¿Cuál es el verdadero propósito en la política, y cómo vamos a conocerlo? ¿No deberíamos conocerlo? ¿No deberían ustedes saber qué hay de verdadero en ella? De igual manera, ¿no deben ustedes saber qué hay de verdadero en las chácharas de la religión? Y, ¿cómo van a descubrir qué hay de verdadero entre todos los innumerables dichos cristianos, hindúes, musulmanes, etc.? ¿Cómo van a descubrirlo en esta espantosa confusión? Es obvio que, para descubrir, uno debe hallarse en un gran aprieto, debe estar ardiendo por conocerse internamente. ¿Están ustedes en esa situación? ¿Están ardiendo por descubrir la verdad acerca de algo, ya sea el fascismo, el comunismo o el capitalismo? Para descubrir qué es verdadero en las diversas actividades políticas, en las afirmaciones y experiencias religiosas que ustedes aceptan con tanta facilidad, para descubrir la verdad acerca de todas estas cosas, ¿no debe uno arder con el deseo de conocer la verdad?

Por lo tanto, jamás acepten autoridad alguna. Señor, después de todo, nuestra aceptación de la autoridad indica que la mente necesita sentirse cómoda, segura. Una mente que busca la seguridad, ya sea con un gurú, o en un grupo, político o de otra clase, una mente que va en pos de salvaguardas, consuelos, jamás podrá dar con la verdad, ni siquiera en las cosas mas pequeñas de la existencia. Así, pues, un hombre que anhela esta confianza creativa en sí mismo, debe arder con el deseo de conocer la verdad acerca de todo, no acerca de los imperios o de la bomba atómica — eso es tan sólo un asunta técnico — , sino la verdad en nuestras relaciones humanas, en la relación de uno con los demás, en nuestra relación con la propiedad y con las ideas. Si quiero conocer la verdad, comienzo a inquirir; y antes de que pueda conocer la verdad respecto de cosa alguna, debo tener confianza. Para tener confianza, debo investigar dentro de mí mismo y eliminar aquellas causas que, ante cada experiencia, impiden que ésta entregue su plena significación.

Pregunta : Nuestras mentes son limitadas. ¿Cómo podemos salir de este atolladero?

KRISHNAMURTI: Ahora espere un momento. Antes de investigar cómo es posible liberar a la mente de su propio condicionamiento, que genera confusión, averigüemos cómo descubrir la verdad acerca de algo, no acerca de cosas técnicas, sino la verdad de nosotros mismos en relación con algo, incluso en relación con la bomba atómica. ¿Entiende el problema, señor? No confiamos en nosotros mismos, no existe esa confianza creativa que da sustento, vida, vigor, comprensión. La hemos perdido, o jamás la hemos tenido y, a causa de que no sabemos cómo considerar a fondo cosa alguna, hemos sido llevados y empujados de aquí para allá, golpeados, manejados política, religiosa y socialmente. No sabemos, pero es difícil admitir que no sabemos. La mayoría de nosotros cree que sabe, pero en realidad es muy poco lo que sabemos, excepto en cuestiones técnicas — cómo manejar un gobierno, una máquina — , o cómo patear al sirviente, a la esposa, a los hijos, etc. Pero nada sabemos acerca de nosotros mismos, no nos conocemos, hemos perdido esa capacidad. Estoy usando esa palabra perdido, pero es probable que se trate de la palabra equivocada, ya que jamás hemos tenido tal capacidad. Puesto que no nos conocemos a nosotros mismos y, no obstante, queremos averiguar qué es la verdad, ¿cómo vamos a descubrirlo? ¿Comprende la pregunta, señor? Me temo que no.

Alguien quería que discutiéramos la reencarnación. Ahora bien, yo quiero conocer la verdad al respecto, no lo que han dicho el Bhagavad Gita, Cristo o mi gurú preferido. Quiero saber cuál es la verdad acerca de esa cuestión. ¿Qué debo hacer, pues, para saberlo? ¿Cuál es el primer requerimiento? No debo estar ansioso por aceptarla, ¿no es así? No debo ser persuadido por los argumentos ingeniosos o por la personalidad de otro, lo cual implica que no me satisfago fácilmente con el tranquilizador consuelo que brinda la reencarnación. ¿No debe ser ésa mi posición? O sea, no ando en busca de consuelo; trato de descubrir qué hay de verdadero en esto. ¿Está usted en esa posición? Cuando uno está buscando consuelo, no cabe duda de que puede ser persuadido por cualquiera y, de ese modo, pierde confianza en sí mismo; pero cuando no busca consuelo, sino que quiere conocer la verdad, cuando está completamente libre del deseo de encontrar un refugio, entonces experimentará la verdad, y esa experiencia le dará confianza. Ése es, por lo tanto, el primer requerimiento, ¿no es cierto?

Para conocer, psicológicamente, la verdad de algo, no podemos buscar confortación, seguridad, un puerto para refugiarnos, porque tan pronto busquemos esas cosas, tendremos lo que deseamos, pero eso no será la verdad. Así, seremos persuadidos por otro que ofrece una confortación mayor, una mayor seguridad, un mejor refugio y, de ese modo, seremos llevados de puerto en puerto; ésa es la razón de que perdamos confianza en nosotros mismos. Ustedes carecen de esa confianza porque han sido llevados, de un refugio a otro, por su propio deseo de sentirse cómodos, seguros. Así, pues, un hombre que quiera buscar la verdad en la relación, tiene que estar libre del destructivo y limitador deseo de comodidad, de seguridad. Es indispensable que desaparezca este temor de sentimos psicológicamente perdidos. Sólo entonces podrán ustedes encontrar la verdad con respecto a la reencarnación o a cualquier otra cosa — porque están buscando la verdad, no la seguridad — . La verdad les revelará, entonces, qué es correcto y, por lo tanto, tendrán confianza. Señor, ¿no es más importante descubrir la verdad que creer que hay o que no hay continuidad? Esa es la cuestión, ¿no es cierto? Si anhelo conocer la verdad, me hallo en situación de no ser fácilmente persuadido.

Comentaría: Cuando formulamos la pregunta acerca de la reencarnación, queríamos que nos aseguraran que la reencarnación existe, no queríamos saber acerca de la verdad y todo eso.


KRISHNAMURTI: Por supuesto, usted desea saber si hay reencarnación, si la reencarnación es un hecho, pero no desea conocer la verdad al respecto. Y yo quiero saber la verdad sobre la reencarnación, no el hecho; puede ser un hecho como puede no serlo. No sé si está clara la diferencia.

Comentario: No está clara.

KRISHNAMURTI: Muy bien, señor, discutámoslo.

Comentario ; Cuando nosotros preguntamos acerca de la reencarnación es para que se nos asegure que la reencarnación existe. En otras palabras, hacemos la pregunta en un estado de ansiedad. Deseando que la reencarnación exista; estando ansiosos. Escuchamos con una mente que prejuzga. No queremos descubrir la real verdad al respecto; sólo queremos que se nos asegure que una cosa como la reencarnación existe.

Comentario: ¿ Usted quiere saber si hay tal cosa como la reencarnación o quiere saber la verdad? ¿Está ansioso de que haya reencarnación o procura encontrar la verdad, cualquiera que sea.*

Comentario: Ambas cosas.

Comentario: No puede hacer ambas. O quiere conocer la verdad acerca de la reencarnación, o quiere que le aseguren que la reencarnación existe. ¿ Cuál es el caso?

KRISHNAMURTI: Seamos claros en este punto. Si estoy ansioso por saber si hay reencarnación o no, ¿cuál es el motivo detrás de esa pregunta?

Comentario: El motivo está muy claro, creo.

KRISHNAMURTI: ¿Cuál es, señor?

Comentario: El motivo es que la vida comienza en cierta etapa y termina en cierta etapa.

KRISHNAMURTI: ¿Y eso qué significa?

Comentario: Significa que el propósito se comprende y la meta se alcanza o no se alcanza.

Comentario: Cuando usted dice que la vida es limitada, ¿está ansioso?

 Comentario: Yo no dije que la vida es limitada.

Comentario: Dijo que comienza en cierto punto y termina en cierto punto. 

Comentario: Quiero decir con eso, nacimiento y muerte.

* Éste es, evidentemente, un diálogo que se suscitó entre dos participantes de la discusión muy allegados a Krishnamurti. En la India de 1948 había varias personas en esas condiciones. N. del T.

Comentario: La vida se halla amarrada por el nacimiento y la muerte. Es limitada.

Comentario: Sí.

Comentario: Cuando usted pregunta si hay reencarnación, ¿se encuentra en un estado mental que la desea?

Comentario: Me hallo en un estado de investigación.

Comentario: ¿Es usted creyente?

Comentario: Soy investigador, buscador.

KRISHNAMURTI: Si busco, ¿cuál es el estado de mi mente? ¿Qué es lo que hace que busque?

Comentario: No entiendo, señor.

KRISHNAMURTI: ¿Qué es lo que me impulsa a buscar?

Comentario: Deseamos conocer la verdad.

KRISHNAMURTI: Por lo tanto, no están ansiosos.

Comentario: No existe un motivo, únicamente ansiedad. KRISHNAMURTI: ¿Dice usted, entonces, que está ansioso?


Comentario: Todos lo están.


KRISHNAMURTI: Entonces, no buscan la verdad. No se hallan en estado pasivo.


Comentario: la ansiedad obedece a que quiero conocerla verdad.


KRISHNAMURTI: ¿Sí? ¿Es eso, señor?

Comentario: ¿Respecto de qué está usted ansioso?

Comentario: No estoy ansioso con respecto a nada. Contemplo esto sólo desde un punto de vista académico.

KRISHNAMURTI: O discutimos de manera puramente académica, superficial o lo hacemos muy seriamente.

Comentario: Por supuesto.

KRISHNAMURTI: No estoy diciendo que usted sea superficial, pero es indudable que necesitamos saber si tan sólo discutimos por curiosidad. Una discusión así nos llevará en cierta dirección, y si discutimos para descubrir la verdad, entonces nos llevará en una dirección diferente. ¿De cuál se trata? Como dije esta tarde desde el comienzo mismo, si nos limitamos a discutir como si estuviéramos en un club para entretenimiento intelectual, me temo que no tomaré parte en eso, porque no es tal mi intención; pero, sí nuestra búsqueda es para descubrir la verdad de algo, o sea, de nuestra relación, entonces discutamos.

Ahora bien, si formulo preguntas sobre reencarnación debido a que estoy ansioso, esa ansiedad surge, sin duda, porque temo a la muerte, temo llegar a mi fin, no realizarme, no ver más a mis amigos, no terminar mi libro, y todas esas cosas. Es decir, la base de mis preguntas es el miedo; por lo tanto, el miedo dictará la respuesta, determinará cuál ha de ser la verdad. Pero, si no tengo miedo y estoy buscando la verdad de lo que es, entonces la reencarnación tiene un significado diferente. Así que, interna, psicológicamente, debemos tener muy en claro qué es lo que estamos buscando. ¿Buscamos la verdad acerca de la reencarnación o, desde nuestra ansiedad, estamos buscando la reencarnación?

Comentario. No creo que haya mucha diferencia entre ambas cosas. Estoy buscando.

Comentario: Yo pienso que él usó la palabra “ansiedad” queriendo decir “seriedad”.

Comentario: Es obvio que si usted busca la verdad a causa de que está ansioso por encontrarla, se halla predispuesto a favor de cierta respuesta que pueda aliviarlo de esa ansiedad; por consiguiente, no podrá dar con la verdad.

Comentario: Puedo decirle, honestamente, que no estoy a favor de esto ni de aquello. Quiero conocerla verdad. La pregunta surgió en mí cuando estábamos discutiendo el tema.

Comentario: ¿Por qué surgió?

Comentario: No puedo explicarlo. Espero que usted me lo explique.

Comentario: Por lo general, la gente formula preguntas acerca de la reencarnación, a fin de que le aseguren que la reencarnación existe.

Comentario: No todos.

Comentario: Es muy raro que alguien pregunte acerca de la reencarnación sólo para conocer la verdad.

Comentario: Usted podrá entender, naturalmente , que el tema me interesa muchísimo.

KRISHNAMURTI: Muy bien. No voy a contestar su pregunta por el momento. Estamos discutiendo en general, ¿Abordamos esto basados en la ansiedad, en el miedo? ¿O, sin que haya miedo, deseamos saber? Porque los resultados de nuestra investigación serán distintos en cada caso. Como lo ha señalado uno de ustedes, o bien estoy ansioso por saber, en cuyo caso mi ansiedad va a influir en lo que es, o, sin miedo alguno, deseo conocer la verdad acerca de la continuidad, independientemente de mis agrados y desagrados, de mis temores y ansiedades. Deseo conocer lo que es. Ahora bien, casi todos nosotros somos una mezcla de ambas cosas, ¿no es así? Cuando mi hijo muere, estoy angustiado, el dolor, la soledad, me consumen; y quiero saber. Entonces, mis indagaciones se basan en la angustia. Pero, sentarse a discutir en este salón y decir, como de paso: "Bueno, me gustaría saber”, sin que haya en uno ninguna crisis . . . ¿puede saber una mente así?

Por cierto, uno puede dar con la verdad únicamente en medio de una crisis, no lejos de ella. Entonces es cuando tendrán que investigar, no cuando digan de paso: "Discutamos si la verdad existe o no”. ¿No es así? Cuando mi hijo muere, deseo saber, no si continúa vivo, sino qué hay de verdadero acerca de la continuidad; eso implica que estoy en disposición de comprender. ¿No es eso lo que implica? He perdido a mi hijo, y quiero saber qué es lo que me hace sufrir y si el sufrimiento puede llegar a su fin. Sólo en esos instantes, cuando la crisis me apremia, daré con la verdad, si es que quiero conocer la verdad. Pero, en los instantes de crisis, de presión, anhelamos consuelo, alivio, deseamos reclinar la cabeza en el regazo de alguien; en momentos de angustia queremos que nos arrullen y nos adormezcan. Y yo digo lo contrario, que el momento de la angustia es el momento exacto para investigar y encontrar la verdad. Cuando deseo consuelo en momentos de crisis, no estoy investigando. Por lo tanto, es indispensable que conozca el estado de mi propio ser, de mi ser psicológico o espiritual; antes de que pueda investigar y descubrir qué es la verdad, debo saber en qué estado me encuentro.

Señor, la mayoría de nosotros está en crisis: a causa de la guerra, de un empleo, o porque nuestra esposa se ha fugado con alguien. Todo el tiempo hay crisis que se desarrollan alrededor y dentro de nosotros, ya sea que lo admitamos o no. Entonces, ¿no es ésa la oportunidad para investigar, en vez de espe- rar hasta último momento, cuando nos arrojen la bomba? Porque, aunque podamos negarlo, estamos en crisis de instante en instante, política, psicológica y económicamente. Hay una presión intensa todo el tiempo y, ¿no es éste el momento indicado para descubrir? ¿No nos encontramos, acaso, en un momento así? Si dicen: “Yo no estoy en crisis, sólo me siento a contemplar la vida”, eso no es sino eludir la cuestión, ¿no es cierto? ¿Se halla en esa situación alguno de nosotros? Por cierto, eso no es real para ninguna persona. Tenemos una crisis tras otra, pero nos hemos vuelto insensibles, impenetrables, indiferentes; y nuestra dificultad consiste en que no sabemos cómo enfrentarnos a las crisis. ¿Hemos de enfrentarnos a ellas con ansiedad, o las investigaremos y, de tal modo, descubriremos la verdad al respecto? La mayoría de nosotros, al encarar una crisis, lo hace con ansiedad; al sentimos fatigados, decimos: “¿Tendría usted la bondad de resolver este problema?”. Cuando conversamos, estamos esperando una respuesta, no la comprensión del problema. De igual modo, al discutir el problema de la reencarnación, el problema de si hay o no hay continuidad, qué entendemos por continuidad, qué entendemos por muerte. . . para comprender un problema semejante — el de la continuidad o no continuidad — , no debemos buscar una respuesta alejada del problema. Tenemos que comprender el problema en sí, cosa que discutiremos en otra reunión, porque hoy nuestro tiempo está a punto de agotarse.

Lo que planteo es que debe existir la confianza en nosotros mismos, y ya he explicado suficientemente lo que entiendo por confianza en uno mismo. No es la confianza que adquirimos mediante la capacidad técnica, el conocimiento técnico, la ejercitación técnica. La confianza que adviene con el conocimiento propio es por completo diferente de la confianza producto de la agresividad o de la destreza técnica; una confianza nacida del conocimiento propio es esencial para disipar la confusión en que vivimos. Obviamente, otra persona no puede darnos este conocimiento propio, porque lo que otro puede darnos es mera técnica. Esa confianza creativa en la que existe el júbilo del descubrimiento, la dicha de la comprensión, puede surgir únicamente cuando me comprendo a mí mismo, todo el proceso de mí mismo; y el comprendernos a nosotros mismos no es un asunto muy complejo, uno puede empezar en cualquier nivel de conciencia. Pero, como dije el domingo anterior, para tener esa confianza, debe existir la intención de conocernos. Si tengo esa intención, no soy persuadido con facilidad, deseo conocer todo lo que me rodea y, por eso, estoy abierto a todas las insinuaciones que me conciernen, ya sea que provengan de otra persona o de mi propia interioridad consciente e inconsciente, abierto a todos los pensamientos y sentimientos que se mueven sin cesar, apremiando, apareciendo y desvaneciéndose dentro de mí.

Ése es, por cierto, el modo de tener esta confianza: conocerse a sí mismo por completo, sea uno lo que fuere, y no perseguir un ideal de lo que uno debería ser ni suponer que uno es esto o aquello, lo cual es realmente absurdo. Es absurdo, porque entonces uno está tan sólo aceptando una idea preconcebida, ya sea propia o ajena, de lo que uno es o le agradaría ser. Para comprender- se a sí mismo tal como es, usted debe estar voluntariamente abierto, debe ser espontáneamente vulnerable a todas sus insinuaciones internas; y, a medida que empiece a comprender el flujo, el movimiento veloz de su propia mente, verá que la confianza emana de esa comprensión. No es la confianza agresiva, brutal, dogmática, sino la confianza de saber qué ocurre dentro de uno mismo. Sin esa confianza, es imposible disipar la confusión, y sin disipar nuestra confusión interna y la que nos rodea, ¿cómo podemos descubrir la verdad acerca de cualquier relación?

En consecuencia, para averiguar qué es verdadero o cuál es el propósito de la vida,  o para descubrir la verdad acerca de la reencarnación o de cualquier problema humano, el investigador que exige la verdad, que necesita conocer la verdad, debe ser muy claro con respecto a sus intenciones. Si su intención es la de buscar seguridad, consuelo, entonces no desea la verdad, es obvio, porque la verdad podría ser una de las cosas más devastadoras y desconcertantes. El hombre que busca consuelo no desea la verdad; sólo desea estar seguro, a salvo, desea un refugio donde no se lo perturbe. Pero aquél que busca la verdad, debe invitar a las perturbaciones y aflicciones que pudieran sobrevenir, porque sólo en momentos de crisis hay un estado de alerta, de vigilancia, de acción. Sólo entonces descubrimos y comprendemos lo que es.

18 de julio de 1948





OBRACOMPLETA -TOMO 5 - J.K. - CONTINUACIÓN -

 SEGUNDA PLÁTICA EN BANGALORE

En una plática como ésta es más importante, creo, experimentar lo que se dice, que limitarse a discutir las cosas en el nivel verbal. Uno es propenso a permanecer en el nivel verbal sin experimentar a fondo lo que se está diciendo, y experimentar un hecho real es mucho más importante que descubrir si las ideas en sí son verdaderas o no, ya que las ideas jamás van a transformar el mundo. La revolución no se basa en meras ideas. La revolución llega sólo cuando hay una convicción fundamental, cuando nos damos cuenta de que debe haber una transformación interna, no meramente una exterior, por importantes que puedan ser las exigencias externas. Lo que quisiera discutir aquí, durante estas cinco reuniones de los domingos, es la posibilidad de dar origen, no a un cambio superficial, sino a una transformación radical, tan indispensable en un mundo que se está desintegrando rápidamente.

Si somos algo observadores, debería ser obvia para la mayoría de nosotros — ya sea que viajemos o que permanezcamos en un solo sitio— la necesidad de un cambio o una revolución fundamental. Pero percihir el pleno significado de una revolución así es difícil, porque aunque pensemos que deseamos un cambio, una modificación, una revolución, la mayoría de nosotros recurre a un modelo particular de acción, a un sistema de la izquierda, de la derecha o. del centro. Vemos la confusión, el desorden espantoso que nos rodea, la miseria, el hambre, la guerra inminente; es natural, pues, que las personas reflexivas exijan una acción. Pero, desafortunadamente, acudimos a la acción basada en determinada fórmula o teoría. La izquierda, al igual que la derecha, tienen un sistema, un modelo de acción. Pero, ¿puede haber revolución alguna conforme a un modelo particular de acción, a una línea establecida? ¿O la revolución surge desde el interés despierto y la percepción alerta individuales? Ciertamente, sólo cuando el individuo está despierto y es responsable, puede haber una revolución.

Ahora bien, es obvio que la mayoría de nosotros desea un plan acordado a fin de actuar. Vemos la confusión reinante, no sólo en la India y en nuestras propias vidas, sino a lo largo de todo el mundo. En cada rincón de la Tierra hay confusión, desdicha, luchas y sufrimientos espantosos. Jamás hay un período en que los hombres puedan sentirse seguros, porque, a medida que se desarrollan más y más las artes de la guerra, la destrucción se vuelve cada vez mayor. Sabemos todo eso. Es Un hecho obvio que no necesitamos examinar. Pero, ¿no es importante que averigüemos cuál es nuestra relación con todo este caos, con esta confusión y desdicha? Porque, al fin y al cabo, si pudiésemos descubrir nuestra relación con el mundo y comprender esa relación, tal vez seríamos capaces de transformar esta confusión en que nos debatimos. Así, pues, primero debemos ver con claridad esa relación que existe entre el mundo y nosotros, y entonces, quizá, si cambiamos nuestras vidas, podrá haber un cambio radical y fundamental en el mundo en que vivimos.

¿Cuál es, entonces, la relación que hay entre nosotros y el mundo? ¿Es el mundo diferente de nosotros, o cada uno de nosotros es el resultado de un proceso total y no está separado del mundo, sino que forma parte de él? Es decir, ustedes y yo somos el resultado de un proceso mundial, de un proceso total, no de un proceso separado, individualista; porque, a fin de cuentas, somos la consecuencia del pasado, estamos condicionados por las infl uencias ambientales — políticas, sociales, económicas, geográficas, climáticas, etc. — . Somos el resultado de un proceso total; por lo tanto, no estamos separados del mundo. Cada uno de nosotros es el mundo, y el mundo es lo que somos nosotros. Por consiguiente, el problema del mundo es nuestro problema, y si resolvemos nuestro problema, resolvemos el problema del mundo. Es inútil, completamente ocioso tratar de resolver el problema del mundo sin resolver nuestro problema individual, porque ustedes y yo constituimos el mundo. Sin nosotros no hay mundo. De modo que el problema del mundo es nuestro problema; se trata de un hecho evidente. Aunque nos gustaría pensar que somos individualistas en nuestras acciones, que estamos apartados, separados de los demás, esa estrecha acción individualista de cada ser humano es, después de todo, parte de un proceso total al que llamamos “el mundo”. Así, pues, para comprender el mundo y originar una transformación radical en el mundo, debemos empezar por nosotros mismos — cada uno consigo mismo, no con algún otro — . La mera reforma del mundo no tiene sentido sin la transformación de uno mismo, puesto que uno crea el mundo. Al fin y al cabo, el mundo no está lejos de uno; está donde uno vive, es el mundo de su familia, de sus amigos, de sus vecinos, y si nosotros podemos transformarnos fundamentalmente, entonces existe una posibilidad de cambiar el mundo; no ocurre a la inversa. Por eso todos los grandes cambios y las reformas que hubo en el mundo, comenzaron con unos pocos, con individuos, con ustedes y conmigo. La así llamada acción de masas, no es más que la acción colectiva de individuos convencidos, y la acción de masas tiene significación sólo si los individuos que componen la masa están despiertos; pero si se hallan hipnotizados por palabras, por una ideología, la acción de masas debe conducir, por fuerza, al desastre.

 Al ver, pues, que el mundo se halla en una confusión espantosa, con las guerras que nos amenazan, con el hambre, con la enfermedad del nacionalismo, con la acción de corruptas religiones organizadas, al reconocer todo esto es evidente que, para originar una revolución fundamental, radical, debemos empezar con nosotros mismos. Ustedes podrán decir; “Yo estoy dispuesto a cambiar, pero si cada individuo ha de cambiar, ello llevará un número infinito de años”. Pero ¿es eso un hecho? Dejemos que lleve un número de años. Si ustedes y yo estamos realmente convencidos, si vemos la verdad de que la revolución debe comenzar con nosotros mismos y no con alguna otra persona, ¿llevará mucho tiempo convencer al mundo y transformarlo? Debido a que cada uno de ustedes es el mundo, sus acciones afectarán al mundo en que viven, que es el mundo de sus relaciones. Pero la dificultad radica en reconocer la importancia de la transformación individual. Exigimos la transformación del mundo, la transformación de la sociedad que nos rodea, pero estamos ciegos y poco dispuesto a transformarnos nosotros mismos.

¿Qué es la sociedad? Por cierto, es la relación entre ustedes y yo. Lo que son ustedes y lo que yo soy, genera la relación y crea la sociedad. En consecuencia, para transformar la sociedad, llámese hindú, comunista, capitalista o lo que fuere, tiene que cambiar nuestra relación, y ésta no depende de legislación alguna, de gobiernos o de circunstancias externas, sino enteramente de ustedes y de mí. Aunque seamos un producto del medio exterior, es obvio que tenemos el poder de transformarnos, lo cual implica ver cuán importante es la verdad de que podrá haber revolución únicamente cuando ustedes y yo nos comprendamos a nosotros mismos, no tan sólo la estructura que llamamos sociedad. Ésa es, entonces, la primera dificultad que debemos afrontar en todas estas pláticas. El propósito no es producir una reforma mediante alguna nueva legislación, porque la legislación requiere siempre una legislación ulterior; es ver la verdad de que ustedes y yo, cualquiera sea el nivel en que vivamos, dondequiera que nos encontremos, debemos dar origen a una revolución radical y duradera dentro de nosotros mismos. Y, como dije, la revolución que no es estática, que es perdurable, que se recrea de instante en instante, no puede surgir conforme a ningún plan, ya sea de la derecha o de la izquierda. Esa revolución constante que se sostiene a sí misma, puede generarse sólo cuando ustedes y yo comprendemos la importancia de la transformación individual. Desde ese punto de vista, voy a discutir con ustedes, voy a hablar y a contestar preguntas durante los próximos cinco domingos.

Ahora bien, si lo observan, encontrarán que en todas las revoluciones históricas la gente se rebela conforme a un modelo; y cuando la llama de esa rebelión se apaga, hay un regreso al viejo modelo, ya sea en un nivel superior o inferior. Una revolución así no es revolución en absoluto, es sólo un cambio, una continuidad modificada. Una continuidad modificada no alivia el sufrimiento; un cambio semejante no conduce a la terminación del dolor. Lo que termina con el dolor es el vernos individualmente tal como somos, el estar lúcidamente alerta a nuestros propios pensamientos y sentimientos y, de ese modo, originar en ellos una revolución. Por eso, como decía, aquellos de ustedes que acudan a un modelo de acción, me temo que estarán expuestos al desengaño durante estas pláticas. Porque es muy fácil inventar un modelo, pero es mucho más difícil examinar a fondo las cosas y ver el problema con claridad. Si nos limitamos a esperar una respuesta al problema, ya sea éste económico, social o humano, no comprenderemos el problema, porque estaremos concentrados en la respuesta y no en el problema mismo. Estaremos estudiando la respuesta, la solución. Mientras que, si estudiamos el problema en sí, encontraremos que la respuesta, la solución se halla en el problema y no lejos de éste. De modo que nuestro problema es la transformación del individuo, de cada uno de nosotros, porque el problema individual es el problema del mundo, no están separados. Lo que es uno, eso es el mundo; se trata de algo muy obvio.

¿Qué es nuestra sociedad actual? tanto en Occidente como en Oriente, es el resultado de la astucia, el engaño, la codicia, la mala voluntad, etc., del hombre. Ustedes y yo hemos creado la estructura, y sólo ustedes y yo podemos destruirla y dar origen a una sociedad nueva. Pero, para crear una nueva sociedad, úna nueva cultura, deben ustedes examinar y comprender la estructura que se está desintegrando, la estructura que ustedes y yo hemos construido juntos. Y, para comprender lo que hemos construido, debemos comprender el proceso psicológico de nuestro ser. Sin tal conocimiento propio, no puede haber revolución, y una revolución es esencial, no una revolución de las de tipo sangriento — que es relativamente fácil — sino una revolución por obra del conocimiento propio. Ésa es la única revolución duradera y estable, porque el conocimiento propio es un movimiento constante del pensar y del sentir; en él no hay refugio alguno, es un fluir continuo de la percepción acerca de lo que somos.

Así, pues, el estudio de uno mismo es mucho más importante que el estudio de cómo producir una reforma en el mundo, porque si uno se comprende y, de tal modo, se transforma a sí mismo, habrá naturalmente una revolución. Recurrir a una panacea, a un modelo para una revolución en nuestra vida externa, podrá producir un cambio transitorio, pero cada cambio transitorio requiere un cambio ulterior y más derramamiento de sangre. Mientras que, si estudiamos muy cuidadosamente el problema tan complejo que somos nosotros mismos, entonces sí, daremos origen a una revolución mucho más grandiosa, una clase de revolución más valiosa y perdurable que la mera revolución económica o social.

Confío, pues, en que veamos la verdad e importancia de esto: que, con el mundo sumergido en semejante estado de confusión, hambre y desdicha, si queremos generar orden en este caos, debemos comenzar con nosotros mismos. Sin embargo, casi todos somos demasiados perezosos o demasiado torpes para empezar a transformarnos. Es muchísimo más fácil dejar que lo hagan otros, esperar por una legislación nueva, especular y comparar. Pero nuestra responsabilidad consiste en estudiar el problema del sufrimiento, estudiarlo sensata e inteligentemente, ver sus causas, que no radican en circunstancias externas, sino en nosotros mismos, y así dar origen a una transformación.

Para estudiar cualquier problema, tiene que existir la intención de comprenderlo, de investigarlo, de descifrarlo, no de eludirlo. Si el problema es suficientemente grande e inmediato, la intención también tiene fuerza, pero si el problema no es grande o si no vemos su urgencia, la intención se debilita. Mientras que, si estamos plenamente conscientes del problema y tenemos la intención clara y definida de estudiarlo, no acudiremos a autoridades externas, a un líder, a un gurú, a un sistema organizado; debido a que el problema somos nosotros mismos, éste no podrá ser resuelto por ningún sistema, ninguna fórmula, ningún gurú, líder o gobierno. Una vez que la intención está clara, la comprensión de uno mismo se torna relativamente fácil. Pero establecer dicha intención es la mayor de nuestras dificultades, porque nadie puede ayudarnos en la comprensión de nosotros mismos. Otros podrán pintar verbalmente el cuadro, pero experimentar un hecho que está dentro de nosotros, ver sin juicio alguno un determinado pensamiento o sentimiento, una determinada acción, es mucho más importante que escuchar verbalmente a otros o seguir una norma particular de conducta, etcétera.

Por lo tanto, lo primero que hay que comprender es que el problema del mundo es el problema del individuo; es el problema de cada uno de ustedes y es mí problema, y el proceso del mundo no está separado del proceso individual. Son un fenómeno conjunto; por lo tanto, lo que uno hace, piensa y siente es mucho más importante que presentar leyes o pertenecer a un determinado partido político o a cierto grupo de personas. Ésa es, obviamente, la primera verdad a comprender. Una revolución en el mundo resulta esencial, pero una revolución conforme a un modelo particular de acción no es revolución en absoluto. Una verdadera revolución puede tener lugar sólo cuando uno, el individuo, se comprende a sí mismo y, por consiguiente, crea un nuevo proceso de acción. No hay duda de que una revolución es necesaria, porque todo se está viniendo abajo: las estructuras sociales se desintegran, hay guerras y más guerras. Nos hallamos al borde de un precipicio, y es evidente que debe haber alguna clase de transformación, porque así como estamos no podemos seguir. La izquierda ofrece un tipo de revolución, y la derecha propone una modificación respecto de la izquierda. Pero tales revoluciones no son revoluciones; no resuelven el problema, porque la entidad humana es demasiado compleja como para que de la comprenda mediante una mera fórmula. Y, como es indispensable que haya una constante revolución, ésta sólo puede comenzar con cada uno de nosotros, con la comprensión de uno mismo.

Eso es un hecho, ésa es la verdad, y, no es posible eludirla, cualquiera que sea el ángulo desde el cual la abordemos. Después de ver esa verdad, deben ustedes establecer la intención de investigar el proceso total de sí mismos, porque lo que son ustedes, eso es el mundo. Si la mente de ustedes es burocrática, crearán un mundo burocrático, un mundo estúpido de papeleo; si son codiciosos, envidiosos, estrechos de mente, nacionalistas, crearán un mundo en el que habrá nacionalismo, el cual destruye a los seres humanos, un mundo cuya estructura se basará en la codicia, en la división, en la propiedad, etc. Así, pues, lo que son ustedes es el mundo, y si no se transforman, el mundo no puede transformarse. Pero, el investigarnos a nosotros mismos requiere un cuidado extraordinario, una extraordinaria flexibilidad; y una mente abrumada por el deseo de un resultado, jamás podrá acompañar el rápido movimiento del pensar. La primera dificultad está, entonces, en ver la verdad de que el individuo es responsable, de que somos responsables por toda la confusión; y, al percibir nuestra responsabilidad, hemos de establecer la intención de observar y, de ese modo, originar una transformación radical en nosotros mismos.

Ahora bien, si la intención está ahí, pueden ustedes proseguir, pueden empezar a estudiarse a sí mismos. Ese estudio deben abordarlo con una mente libre de toda carga, ¿no es así? Pero tan pronto afirman que son el atma, el paramatma, tan pronto buscan cualquier clase de satisfacción, ya están atrapados en una estructura de pensamiento y, en consecuencia, no estudian su proceso total. Se miran a través de una pantalla de ideas, lo cual no es estudiar, no es observar. Si yo quiero conocer a alguno de ustedes, ¿qué debo hacer? Tengo que estudiarlo, ¿verdad? No puedo censurarlo porque sea brahmín o porque pertenezca a alguna otra malhadada casta. Debo estudiarlo, observarlo, observar sus estados de ánimo, su temperamento, su manera de hablar, las palabras que usa, sus peculiaridades y demás. Pero si lo miro a través de una pantalla de prejuicios, de conclusiones, entonces no lo comprendo. Sólo estoy estudiando mis propias conclusiones, las cuales carecen de significación cuando estoy tratando de comprender a otro. De igual modo, si quiero comprenderme a mí mismo, tengo que descartar toda la serie de pantallas, las tradiciones y creencias establecidas por otras personas, no importa si se trata de Buda, de Sócrates o de quien fuere, porque el “yo” es una entidad extraordinariamente compleja que adopta máscaras y facetas diferentes según el momento y la ocasión, según la circunstancia, la influencia del medio, etc. El "yo” no es una entidad estática, y el conocernos y comprendernos a nosotros mismos es mucho más importante que estudiar los dichos de otros o mirarnos a través de la pantalla de experiencias ajenas.

De modo que, cuando existe la intención de estudiarnos a nosotros mismos, entonces las pantallas, las aseveraciones, los conocimientos y las experiencias de otras personas carecen, obviamente, de todo valor. Porque, si quiero conocerme a mí mismo, debo conocer lo que soy, no lo que debería ser. De nada vale un “yo” hipotético. Si quiero conocer la verdad de algo, tengo que mirarlo, no cerrar la puerta ante ello. Si estoy estudiando un automóvil, debo estudiarlo por lo que es, no comparar un Packard con un Rolls Royce. Debo estudiar el auto como Packard, como Rolls Royce, como Ford. El individuo es de máxima importancia porque él, en sus relaciones, crea el mundo. Cuando veamos la verdad de eso, comenzaremos a estudiarnos sin tener en cuenta las afirmaciones de otras personas, por grandes que sean. Sólo entonces seremos capaces de seguir, sin condena ni justificación, el proceso total de cada pensamiento y sentimiento que exista entre nosotros y, de ese modo, comenzaremos a comprenderlo.

Así, pues, cuando la intención está ahí, puedo proceder a investigar lo que soy. Evidentemente, soy el producto del medio. Ése es el comienzo, es el primer punto que debo ver. Para descubrir si soy algo más que un mero producto de las influencias ambientales y climáticas, debo liberarme primero de esas influencias que me rodean y de las que soy el producto. Soy el resultado de las circunstancias, los absurdos, las supersticiones, los innumerables factores, buenos y malos, que forman mi entorno; para descubrir si soy algo más, debo estar libre de esas influencias, ¿no es así? Para comprender algo más, primero debo comprender lo que es. Afirmar meramente que soy algo más, no tiene sentido hasta que me haya liberado de las influencias ambientales que ejerce sobre mí la sociedad en que vivo.

La libertad es el descubrimiento del verdadero valor de las cosas que me rodean, no el limitarme a rechazarlas. Por cierto, la libertad adviene cuando descubro la verdad respecto de todo cuanto me concierne: la verdad respecto de las cosas, de la propiedad, de las relaciones, de las ideas. Sin descubrir la verdad acerca de todo esto, no puedo dar con lo que uno podría llamar la verdad abstracta o Dios. Estando atrapada en las cosas que me rodean, es obvio que la mente no puede ir más lejos, no puede ver o descubrir lo que hay más allá. Un hombre que procura comprenderse a sí mismo, debe comprender su relación con las cosas, la propiedad, las posesiones, el país, las ideas, las personas inmediatamente cercanas a él.

Este descubrimiento de la verdad con respecto a la relación, no es un asunto de repetir palabras, de lanzar verbalmente a otros ideas acerca de la relación, Es un descubrimiento que llega sólo mediante la experiencia de la relación que tenemos con la propiedad, las personas, las ideas; y lo que nos libera es esa verdad, no el mero esfuerzo de librarnos de la propiedad o de la relación. Uno puede descubrir la verdad acerca de estas cosas, sólo cuando existe la intención de descubrirla, sin que uno se vea influido por los prejuicios, por las exigencias de una sociedad o de una creencia en particular, o por ideas preconcebidas acerca de Dios, la verdad, o el nombre que quieran darle, porque elnombre, la palabra, no es la cosa. La palabra Dios no es Dios, es tan sólo una ¿alabra; y para ir más allá del nivel verbal de la mente, del conocimiento, qno debe experimentar de manera directa, debe estar libre de esos valores que la mente crea y a los que se aferra. Por lo tanto, comprender este proceso psicológico de uno mismo, es mucho más importante que comprender el proceso de las influencias ambientales externas. Es esencial que nos comprendamos primero a nosotros mismos, porque al comprendemos daremos origen a una revolución en nuestras relaciones y, de tal modo, crearemos un mundo nuevo.

Me han entregado diversas preguntas, y responderé a algunas de ellas.

asunto de repetir palabras, de lanzar verbalmente a otros ideas acerca de la relación, Es un descubrimiento que llega sólo mediante la experiencia de la relación que tenemos con la propiedad, las personas, las ideas; y lo que nos libera es esa verdad, no el mero esfuerzo de librarnos de la propiedad o de la relación. Uno puede descubrir la verdad acerca de estas cosas, sólo cuando existe la intención de descubrirla, sin que uno se vea influido por los prejuicios, por las exigencias de una sociedad o de una creencia en particular, o por ideas preconcebidas acerca de Dios, la verdad, o el nombre que quieran darle, porque elnombre, la palabra, no es la cosa. La palabra Dios no es Dios, es tan sólo una ¿alabra; y para ir más allá del nivel verbal de la mente, del conocimiento, qno debe experimentar de manera directa, debe estar libre de esos valores que la mente crea y a los que se aferra. Por lo tanto, comprender este proceso psicológico de uno mismo, es mucho más importante que comprender el proceso de las influencias ambientales externas. Es esencial que nos comprendamos primero a nosotros mismos, porque al comprendemos daremos origen a una revolución en nuestras relaciones y, de tal modo, crearemos un mundo nuevo.

Me han entregado diversas preguntas, y responderé a algunas de ellas.

Pregunta: ¿Cómo podemos resolver nuestro actual caos político y la crisis que hay en el mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para detener la guerra que nos amenaza?

KRISHNAMURTI: La guerra es la proyección espectacular y sangrienta de nuestra vida cotidiana, ¿no es así? La guerra no es sino una expresión externa dé nuestro estado interno, una ampliación de nuestras acciones diarias. Es más espectacular, más destructiva, más sangrienta, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales. Usted y yo somos, pues, responsables por la guerra, y ¿qué podemos hacer para detenerla? Obviamente, la guerra que nos amenaza no puede ser detenida por usted y por mí, porque ya está en movimiento; ya está ocurriendo, aunque todavía lo haga principalmente en el nivel psicológico. Ha comenzado ya en el mundo de las ideas, aunque la destrucción de nuestros cuerpos pueda llevar un poco más de tiempo. Como ya se halla en movimiento, no puede ser detenida; los problemas son demasiados, son excesivamente grandes, y ya estamos comprometidos con ellos. Pero usted y yo, viendo que la casa se incendia, podemos comprender las causas de ese incendio, podemos alejarnos de él y edificar en un lugar nuevo, con materiales que no sean combustibles, que no produzcan otras guerras. Es todo cuanto podemos hacer. Usted y yo podemos ver qué es lo que da origen a las guerras y, si estamos interesados en detener las guerras, podemos comenzar a transformarnos nosotros mismos, que somos las causas de la guerra.

¿Qué es, entonces, lo que causa la guerra, ya sea religiosa, política o económica? Evidentemente, la creencia, que puede ser en el nacionalismo, en una ideología, en un dogma particular. Si en lugar de tener creencias, tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras. Pero nos alimentamos de creencias, ideas y dogmas; por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis es, sin duda, de una naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos, o bien seguimos el camino del constante conflicto y las guerras continuas o, de lo contrario, tenemos que ver cuáles son las causas de la guerra y volverles la espalda.

Evidentemente, lo que da origen a la guerra es el deseo de poder, posición, prestigio, dinero, y también la enfermedad llamada nacionalismo, la adoración de una bandera, así como la enfermedad de la religión organizada, la adoración de un dogma. Todas estas cosas son las que dan origen a la guerra, y si usted, como individuo, pertenece a cualquiera de las religiones organizadas, si codicia el poder, si es envidioso, tiene que producir, por fuerza, una sociedad que dará por resultado la destrucción. Así que esto depende de cada uno de ustedes, y no de los líderes, no de Stalin, Churchill y demás. Depende de usted y de mí, pero no parecemos darnos cuenta de eso. Si alguna vez sintiéramos realmente la responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán rápidamente podríamos terminar con todas las guerras, con esta desdicha espantosa! Pero ya lo ven, somos indiferentes. Tenemos nuestras tres comidas diarias, nuestros empleos, nuestras cuentas bancarias, grandes o pequeñas, y decimos: “¡Por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos tranquilos!”. Cuanto más alto estamos en la escala social, tanto más seguridad, permanencia y tranquilidad queremos, tanto más deseamos que se nos deje en paz, que las cosas se mantengan fijas como están; pero no pueden ser mantenidas como están, porque no hay nada que mantener. Todo se desintegra.

Nosotros no queremos enfrentarnos a estos hechos; no queremos afrontar el hecho de que somos responsables por las guerras. Podemos hablar acerca de la paz, pronunciar conferencias, sentarnos alrededor de una mesa y discutir, pero internamente, psicológicamente, lo que deseamos es poder, posición; estamos motivados por la codicia. Intrigamos, somos nacionalistas, nos atan las creencias, los dogmas, y por ellos estamos dispuestos a morir, a destruirnos los unos a los otros. ¿Piensa usted que hombres así — nosotros — pueden traer paz al mundo? Para tener paz, debemos ser pacíficos; vivir pacíficamente implica no engendrar antagonismo. La paz no es un ideal. Para mí, el ideal no es sino un escape, una evitación de lo que es, una contradicción respecto de lo que es. Un ideal impide que actuemos de manera directa sobre lo que es; esto vamos a examinarlo dentro de poco, en otra plática. Para tener paz, tendremos que amar, tendremos que empezar a vivir una vida no basada en ideas, sino en ver las cosas como son y en actuar sobre ellas, en transformarlas. Mientras cada uno de nosotros siga buscando seguridad psicológica, estará contribuyendo a destruir la seguridad fisiológica que necesitamos: alimento, ropa y vivienda. Buscamos la seguridad psicológica, que no existe, y la buscamos, de ser posible, por medio del poder, de la posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la seguridad física. Si lo consideran, verán que esto es un hecho muy obvio.


Así, pues, para traer paz al mundo, para poner fin a todas las guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en cada uno de nosotros. Sin esta revolución interior, la revolución económica carece de sentido, porque el hambre es el resultado del desequilibrio en las condiciones económicas, desequilibrio producido por nuestros estados psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y afán posesivo. Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, tiene que haber una revolución psicológica, y somos pocos los que estamos dispuestos a afrontarla. Discutiremos sobre la paz, planearemos leyes, crearemos nuevas Ligas, Naciones Unidas, y así sucesivamente, pero no ganaremos la paz, porque no renunciaremos a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestro dinero, a nuestras propiedades, a nuestras estúpidas vidas. Es totalmente inútil confiar en otros; otros no pueden traernos la paz. Ningún líder va a darnos la paz, ningún gobierno, ningún ejército, ningún país. Lo que traerá paz es la transformación interna, la cual habrá de conducir a la transformación externa. La transformación interna no es aislamiento, no consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, la recta acción sólo es posible cuando hay un recto pensar, y no hay recto pensar cuando no hay conocimiento propio. No hay paz si no nos conocemos a nosotros mismos.

Para poner fin a la guerra externa, debemos empezar por poner fin a la guerra que se desarrolla dentro de nosotros. Algunos sacudirán afirmativamente la cabeza y dirán: “De acuerdo”, pero se irán de aquí y harán exactamente lo mismo que han estado haciendo durante los últimos diez o veinte años. El acuerdo de ustedes es tan sólo verbal y nada significa, porque las desdichas y las guerras del mundo no van a acabarse merced al ocasional acuerdo de ustedes. Se acabarán tan sólo cuando ustedes se den cuenta del peligro, cuando comprendan su responsabilidad y no la deleguen en nadie más. Si toman conciencia del sufrimiento, si ven la urgencia de una acción inmediata y no la posponen, entonces se transformarán a sí mismos; y la paz llegará únicamente cuando ustedes mismos sean pacíficos, cuando cada uno esté en paz con su prójimo.

Pregunta: La familia constituye la estructura de nuestro amor y de nuestra codicia, de nuestro egoísmo y de nuestra división. ¿Cuál es el lugar que ella tiene en su esquema de las cosas?

KRISHNAMURTI: Señores, yo no tengo ningún esquema de las cosas. ¡Vean de qué manera tan absurda pensamos acerca de la vida! La vida es algo viviente, dinámico, activo; no podemos ponerla en un marco. El intelectual pone la vida en un marco, tiene un esquema para sistematizarla. No tengo, pues, un esquema, pero consideremos los hechos. En primer lugar, está el hecho de nuestra relación con otro, ya sea con nuestra esposa, nuestro marido o nuestro hijo, la relación que llamamos la familia. Examinemos el hecho, lo que es tal relación, no lo que nos agradaría que fuera. Cualquiera puede tener ideas apresuradas acerca de la vida familiar, pero si podemos observar, examinar, comprender lo que es esa vida, quizá seamos capaces de transformarla. El limitarnos a usar una serie de hermosas palabras y disimular así lo que es llamándolo responsabilidad, deber, amor, etc., no tiene ningún sentido. Así, pues, lo que vamos a hacer es examinar eso que llamamos “la familia”. Porque, señores, para comprender algo, debemos examinar lo que es, y no encubrirlo con frases agradables al oído.

Y bien, ¿qué es lo que ustedes llaman la familia? Evidentemente, llaman así a una relación de intimidad, de comunión. Pregunto: En sus familias, en la relación que sostienen con sus esposas, con sus maridos, ¿hay comunión? Por cierto, eso es lo que entendemos por relación, ¿verdad? La relación significa comunión exenta de temor, libertad para comprenderse el uno al otro, para comunicarse directamente. Es obvio que la relación significa eso: estar en comunión con otra persona. ¿Lo están ustedes? ¿Está usted en comunión con su esposa? Tal vez lo esté físicamente, pero eso no es relación. Usted y su esposa viven en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es así? Usted tiene sus propias actividades, sus ambiciones, y ella tiene las suyas. Usted vive detrás del muro y, en ocasiones, mira por encima de él; y llama relación a eso. Se trata de un hecho, ¿verdad? Puede agrandarlo, suavizarlo, introducir una nueva serie de palabras para describirlo, pero ése es el hecho real: que usted y la otra persona viven en aislamiento, y que a esa vida en aislamiento la llaman relación.

Ahora bien si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual quiere decir que hay comunión entre ellas, las implicaciones de eso son inmensas. Entonces no hay aislamiento, entonces hay amor, no ‘'responsabilidad” o “deber”. Las personas aisladas detrás de sus muros son las que hablan de responsabilidades y deberes. Pero un ser humano que ama no habla de responsabilidad; ama. Por lo tanto, comparte con el otro su dicha, su dolor, su dinero. ¿Son así nuestras familias? ¿Hay comunión directa entre esposo y esposa, comunión con los hijos? Es obvio que no, señores. En consecuencia, la familia es tan sólo un pretexto para continuar con nuestro nombre, con nuestra tradición, para obtener de ella lo que deseamos, sexual o psicológicamente. Así, la familia se convierte en un medio de perpetuación propia. Ése es un tipo de inmortalidad, de permanencia. Además, la familia es usada como un medio de gratificación. En el mundo de los negocios, en el mundo exterior político o social, exploto despiadadamente a otros, y en el hogar trato de ser benévolo o generoso. ¡Qué absurdo! O bien el mundo es demasiado para mí; necesito paz y voy a mi casa. En el mundo sufro, y vuelvo al hogar en busca de bienestar. Uso, pues, la relación como un medio para gratificarme, lo cual implica que no deseo que mi relación me perturbe.

Esto es, entonces, lo que ocurre, ¿verdad, señores? En nuestras familias hay aislamiento y no comunión; por lo tanto, no hay amor. Amor y sexo son dos cosas diferentes — esto lo discutiremos en otra oportunidad — . En nuestro aislamiento, podemos desarrollar una forma de abnegación, de devoción, de bondad, pero siempre detrás del muro, porque uno se interesa más en sí mismo que en los demás. Si estuviéramos realmente en comunión con nuestra esposa, con nuestro marido y, por lo tanto, abiertos a nuestro prójimo, el mundo no se hallaría sumido en esta desdicha. Ésta es la razón de que las familias en aislamiento se conviertan en un peligro para la sociedad.

¿Cómo acabar, pues, con este aislamiento? Para acabar con este aislamiento debemos darnos cuenta de él, no sentirnos separados de él o decir que no existe. Existe, es un hecho evidente. Dense cuenta de cómo tratan a sus esposas, maridos e hijos, tomen conciencia de la dureza y brutalidad, de las aseveraciones tradicionales, de la falsa educación. ¿Quieren decir, señoras y señores, que si amaran a sus esposas, a sus maridos, tendríamos este conflicto, esta desdicha en el mundo? Debido a que no saben cómo amar a la esposa, al marido, tampoco saben cómo amar a Dios. Quieren a Dios como un medio más de aislamiento, de seguridad. Al fin y al cabo. Dios es la seguridad suprema; pero una búsqueda semejante no es una búsqueda de Dios, sino tan sólo un refugio, un escape. Para encontrar a Dios, deben ustedes saber cómo amar, no a Dios, sino a los seres humanos que los rodean, amar a los pájaros, los árboles, las flores. Entonces, cuando sepan amarlos, sabrán realmente qué es amar a Dios. Sin amar a otro, sin saber qué es estar completamente en comunión unos con otros, no pueden ustedes estar en comunión con la verdad. Pero ya lo ven, no pensamos en el amor, no nos interesa estar en comúnión con otro ser humano. Queremos seguridad, ya sea en la familia, en la propiedad o en las ideas, y donde la mente busca seguridad, jamás puede conocer el amor. Porque el amor es algo muy peligroso, porque cuando amamos a alguien somos vulnerables, nos abrimos a los demás; y no queremos estar abiertos, no queremos ser vulnerables. Queremos encerrarnos en nosotros mismos, sentirnos internamente cómodos.

Así que, señores, una vez más: Producir una transformación en nuestras relaciones no es un asunto de leyes, de coacción según los shastras y todo eso. Para dar origen a una transformación radical en nuestras relaciones, debemos comenzar con nosotros mismos. Obsérvense a sí mismos, la manera como tratan a sus esposas e hijos. La esposa es una mujer y ahí se termina todo: ¡existe para ser usada como un felpudo! No miren a las señoras, mírense a sí mismos. Señores, no creo que ustedes se den cuenta de cuán catastrófico es el estado del mundo en la actualidad; de lo contrario, no serían tan despreocupados con respecto a todo esto. Estamos al borde de un precipicio, un precipicio moral, social y espiritual. No ven que la casa se quema y que ustedes viven en ella. Si supieran que la casa se está quemando, que nos hallamos al borde de un precipicio, actuarían. Pero, desafortunadamente, están tranquilos así; son temerosos, se sienten cómodos, son insensibles, aburridos, y exigen satisfacciones inmediatas. En consecuencia, dejan que las cosas sigan a la deriva y, por eso, la catástrofe mundial está cada vez más cerca. Esto no es una mera amenaza, se trata de un hecho real. En Europa, la guerra ya está en movimiento: guerra, guerra, guerra, desintegración, inseguridad. Al fin y al cabo, lo que afecta a otro, lo afecta a uno. Uno no puede cerrar los ojos y decir: "En Bangalore estoy seguro”. Ésa es, evidentemente, una manera de pensar muy miope y estúpida.

Así, pues, la familia se vuelve un peligro donde hay aislamiento entre esposo y esposa, entre padres e hijos, porque entonces la familia fomenta el aislamiento general; pero, cuando los muros del aislamiento se derrumban en la familia, entonces uno está en comunión no sólo con su esposa y sus hijos, sino con su prójimo. Entonces, la familia no está encerrada en sí misma, no es limitada, no constituye un refugio, un escape. De modo qúe el problema no es el problema de otros, sino que es nuestro propio problema.

Pregunta: ¿Cómo se propone usted justificar su afirmación de ser el Instructor del Mundo?

KRISHNAMURTI: No estoy realmente interesado en justificarla. El rótulo no es lo que importa, señores. El grado, el título no tiene ninguna importancia; lo que importa es lo que son ustedes. De modo que descarten el título; tírenlo al canasto, quémenlo, desembarácense de él. Vivimos a base de palabras, no vivimos basados en la realidad de lo que es. ¿Qué importancia tiene el modo como yo pueda llamarme o no llamarme? Lo que importa es si digo la verdad; y si es verdad lo que digo, entonces descubran la verdad por sí mismos. Señores, los títulos, ya sean espirituales o mundanos, son un medio de explotar a la gente. Y a nosotros nos gusta que nos exploten. Tanto el explotador como el explotado disfrutan de la explotación. (Risas). Ya lo ven, ¡se ríen! Y eso es todo lo que harán, porque no ven que ustedes mismos son explotados y, por lo tanto, crean al explotador — ya sea el explotador capitalista o el explotador comunista.- Vivimos de títulos, palabras, frases que no tienen ningún sentido; por eso estamos internamente vacíos y sufrimos.

Examinen, por favor, lo que se dice, o lo que yo digo, y no vivan tan sólo en el nivel verbal, porque en ese nivel no puede haber experiencia. Podrán leer todos los libros del mundo, todos los libros sagrados y los libros psicológicos, pero el mero vivir en ese nivel no los satisfará, y me temo que eso es lo que está sucediendo. Internamente, estamos vacíos, y por eso accedemos a las ideas de otras personas, a las experiencias, caprichos, lemas de otros, con lo cual nos estancamos; y eso es lo que está ocurriendo en todo el mundo. Acudimos a la autoridad, al gurú, al maestro, y todo eso se encuentra en el nivel verbal. Para experimentar la verdad por nosotros mismos, para comprender y no seguir la comprensión de alguna otra persona, debemos abandonar el nivel verbal. A fin de comprender la verdad por nosotros mismos, debemos estar libres de toda autoridad, no rendir culto a otro, por grande que sea, porque la autoridad es un veneno sumamente pernicioso que impide la experiencia directa, Sin la experiencia directa, sin comprensión, no puede haber realización de la verdad.

De manera que no estoy presentando nuevas ideas, porque las ideas no transforman radicalmente a la humanidad. Pueden generar revoluciones superficiales, pero lo que tratamos de hacer es algo por completo diferente. En todas estas pláticas y discusiones, si les interesa asistir a ellas, procuramos entender qué significa mirar las cosas tal como son; entonces, al comprenderlas, hay una transformación. Saber que soy codicioso, sin buscar excusas para ello y sin condenarlo, sin idealizar el opuesto diciendo: “No debo ser codicioso”, es ya el comienzo de la transformación. Pero, como ven, ustedes no quieren saber lo que son, sino lo que es el gurú, lo que es el maestro. Rinden culto a otros, porque eso les brinda satisfacción. Es mucho más fácil escapar estudiando a algún otro, que vernos a nosotros mismos tal como somos. Señores, Dios o la verdad está dentro de lo que es, no en las ilusiones. Pero comprender lo que es resulta muy difícil, porque lo que es nunca es estático, cambia constantemente, experimenta modificaciones. Para comprenderlo, necesitamos una mente rápida, no anclada en una creencia, en una conclusión o en un partido político. Y para seguir lo que es, tenemos que comprender el proceso de la autoridad — por qué nos aferramos a la autoridad — y no limitarnos a descartarla. No podemos descartar la autoridad sin comprender la totalidad de su proceso, porque si no lo hacemos así, crearemos una nueva autoridad para librarnos de la autoridad vieja. Por consiguiente, esta pregunta no tiene sentido si usted sólo toma en cuenta el rótulo, porque no me interesan los rótulos. Pero, si tiene ganas de hacerlo, podemos hacer juntos un viaje para descubrir lo que es; entonces, al conocernos a nosotros mismos, podremos dar origen a un mundo nuevo, un mundo donde exista la verdadera felicidad.

11 de julio de 1948