CUARTA PLÁTICA EN BANGALORE
Como estuve diciendo la última vez que nos reunimos, los problemas del mundo son tan colosales, tan complejos que, para comprenderlos y resolverlos, es preciso abordarlos de una manera muy simple y directa; y lo simple y directo no depende de circunstancias externas ni de nuestros prejuicios y humores personales. Como lo he señalado, la solución no van a encontrarla por medio de conferencias o proyectos, ni mediante la sustitución de viejos líderes por otros nuevos, etc. La solución se encuentra, evidentemente, en el creador del problema, en el generador del daño, del odio y de la discordia que existen entre los seres humanos. El creador de todos estos problemas es el individuo, somos cada uno de nosotros, no el mundo tal como lo concebimos. El mundo es la relación de uno con el otro; no es algo separado de ustedes y de mí. El mundo, la sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer los unos con los otros.
Así, pues, el problema somos cada uno de nosotros, no el mundo, porque el mundo es la proyección de nosotros mismos y, para comprender el mundo, tenemos que comprendernos a nosotros. El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son los problemas del mundo. Esto no puede ser repetido con demasiada frecuencia, pero somos de mentalidad tan indolente, que tendemos a pensar que los problemas del mundo no son asunto nuestro, que deben ser resueltos por las Naciones Unidas o sustituyendo viejos líderes por nuevos. Es una mentalidad muy torpe la que piensa de ese modo, porque somos nosotros los responsables por esta desdicha y confusión que existen en el mundo, por esta guerra que nos amenaza. Para transformar el mundo debemos empezar con nosotros mismos y, como dije, lo importante al empezar con nosotros mismos es la intención. La intención debe ser la de comprendernos y no dejar para otros la tarea de transformarse a sí mismos — o producir un cambio modificado mediante la revolución de izquierda o de derecha — . Es importante, pues, comprender que ésta es nuestra responsabilidad, de ustedes y mía, porque por pequeño que sea el mundo en que vivimos, si podemos transformamos nosotros, dar origen a un punto de vista radicalmente distinto en nuestra existencia cotidiana, entonces, quizás, afectaremos de manera amplia al mundo, las extensas relaciones con los demás.
Como he dicho, pues, vamos a discutir y a descubrir el proceso de comprensión de nosotros mismos, que no es un proceso aislador. No consiste en retirarnos del mundo, porque no podemos vivir en aislamiento. Ser es estar relacionados, y no hay tal cosa como vivir en aislamiento. La falta de una relación genuina trae consigo conflictos, desdicha y lucha; por pequeño que sea nuestro mundo, si podemos transformar nuestra relación en ese reducido mundo, ello será como una onda extendiéndose hacia afuera todo el tiempo. Creo que es importante ver ese punto: que el mundo es nuestra relación, por reducida que sea, y que si podemos originar una transformación allí — no una transformación superficial sino profunda — , comenzaremos a transformar activamente el mundo. La verdadera revolución no lo es conforme a ningún modelo en particular, ya sea de la izquierda o de la derecha, sino que es una revolución de valores, una revolución desde los valores sensorios a los valores no sensorios ni creados por influencias ambientales. Para descubrir estos valores genuinos que darán origen a una revolución radical, a una transformación o regeneración, es esencial que uno se comprenda a sí mismo.
El conocimiento propio es el principio de la sabiduría y, por ende, el principio de la transformación o regeneración. Para que uno se comprenda a sí mismo, tiene que existir la intención de comprender, y ahí es donde aparece nuestra dificultad. Porque, si bien casi todos estamos descontentos, deseamos producir un cambio súbito; nuestro descontento se canaliza meramente para alcanzar cierto resultado; estando descontentos, o bien buscamos un trabajo diferente, o sucumbimos ante el medio. Así, el descontento, en vez de hacernos arder instándonos a cuestionar la vida que vivimos — todo el proceso de la existencia — , se canaliza y, de tal modo, nos volvemos mediocres, perdemos el impulso, la intensidad necesaria para descubrir el significado total de la existencia. Por lo tanto, es indispensable descubrir estas cosas por nosotros mismos, porque el conocimiento propio no puede dárnoslo nadie, no podemos encontrarlo en ningún libro. Debemos descubrir, y para descubrir tiene que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras esa intención de descubrir, de investigar profundamente, sea débil o no exista, la mera aseveración o un fortuito deseo de comprendernos a nosotros mismos, tiene muy escasa significación.
La transformación del mundo se origina, pues, en la transformación de uno mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de la existencia humana. El conocimiento propio es esencial para transformarnos a nosotros mismos, porque sin conocer lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede haber transformación alguna. Uno debe conocerse a sí mismo tal como es, no como quisiera ser, lo cual es un ideal y, por lo tanto, ficticio, carente de realidad; sólo aquello que es puede ser transformado, no aquello que uno desea ser. Conocernos tal como somos requiere un alerta extraordinario de la mente, porque lo que es experimenta cambios constantes y, para poder seguirlos con rapidez, la mente no debe estar atada a ningún dogma, a ninguna creencia, a ningún modelo particular de acción. Si uno quiere seguir algo, no es bueno que esté atado. Así, para conocernos a nosotros mismos, nuestra mente debe hallarse en un estado de percepción alerta, libre de toda creencia, de toda idealización, porque las creencias y los ideales no hacen sino colorear y pervertir la verdadera percepción. Si ustedes quieren saber lo que son, no pueden imaginar o creer en algo que no son. Si soy codicioso, envidioso, violento, de poco vale que tenga un mero ideal de no codicia, de no violencia. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y comprenderlo, exige una percepción extraordinaria, ¿no es así? Requiere honestidad, claridad de pensamiento. Mientras que, perseguir un ideal alejado de lo que es, constituye un escape; nos impide descubrir lo que somos y actuar directamente sobre ello.
La comprensión, sin distorsión alguna, de lo que somos, feos o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere, es el principio de la virtud. La virtud es esencial, porque nos brinda libertad. Sólo en la virtud podemos descubrir, vivir; no así en el cultivo de una virtud, el cual sólo produce respetabilidad, no libertad y comprensión. Hay una diferencia entre ser virtuoso y volverse virtuoso. El ser virtuoso surge gracias a la comprensión respecto de lo que es, mientras que el volverse virtuoso es postergación, es encubrir lo que es, con lo que uno desearía ser. Por lo tanto, al “volvernos” virtuosos estamos eludiendo actuar directamente sobre lo que es. Este proceso de eludir lo que es mediante el cultivo de un ideal, se considera virtuoso, pero si lo observan bien de cerca, directamente, verán que no es así en absoluto. Es tan sólo una manera de postergar nuestro enfrentamiento, cara a cara, con lo que es. La virtud no es el devenir de lo que no es: es la comprensión de lo que es y, en consecuencia, libertad con respecto a lo que es. Y la virtud es esencial en una sociedad que se desintegra rápidamente.
A fin de crear un mundo nuevo, una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y eso sólo es posible cuando hay virtud, porque sin virtud no hay libertad. La persona inmoral, que lucha para volverse virtuosa; ¿puede conocer alguna vez la virtud? La persona que no es moral jamás puede ser libre; por consiguiente, jamás puede descubrir qué es la realidad. La realidad puede ser descubierta únicamente comprendiendo lo que es, y en esa comprensión tiene que haber libertad, libertad respecto del miedo a "lo que es":
La virtud, ¿es, entonces, una cuestión de tiempo? La comprensión de lo que es, comprensión que es virtud porque brinda libertad, liberación inmediata, ¿es un asunto de tiempo? ¿Son ustedes benévolos, generosos, afectuosos a través de un proceso de tiempo? O sea, ¿serán buenos pasado mañana? ¿Puede la bondad ser concebida desde el punto de vista del tiempo? Después de todo, el afecto, la piedad, la generosidad, son necesidades de la vida, son lo único que puede resolver todos nuestros problemas. La buena voluntad es esencial, y carecemos de ella, ¿no es cierto? Ni los políticos ni los líderes ni los seguidores tienen verdadera buena voluntad, la cual no es un ideal; y sin buena voluntad, sin esa extraordinaria madurez del ser, que da origen al afecto, no hay conferencias mundiales que puedan resolver nuestros problemas. De modo que ustedes, como los políticos y la inmensa mayoría de los seres humanos en todo el mundo, no son bondadosos, no tienen esa buena voluntad que es la única solución; y puesto que no la tienen, ¿es ella una mera cuestión de tiempo? ¿Tendrán buena voluntad mañana, la tendrán dentro de diez años? Si pensamos en función del tiempo, de llegar a ser bondadosos en el futuro, ¿no es ése un razonamiento erróneo? Si no somos buenos ahora, jamás lo seremos. Podremos pensar que, mediante una práctica, una disciplina gradual y todo eso, seremos buenos mañana, o dentro de diez años, pero mientras tanto seguimos siendo crueles. Y la benevolencia, la buena voluntad, el afecto, son lo único capaz de disolver los problemas inmediatos de la existencia; son el único remedio que pondrá fin al veneno del nacionalismo, del sistema comunal, son el único adhesivo que puede unirnos a los seres humanos.
Ahora bien, si la benevolencia, la piedad, no son un asunto de tiempo, ¿por qué no somos inmediata y directamente bondadosos? ¿Por qué no somos bondadosos ahora mismo ? Si podemos comprender por qué no somos bondadosos, comprensión que es inmediata, seremos bondadosos instantáneamente; olvidaremos cuál es nuestra casta, olvidaremos nuestras diferencias basadas en la propiedad comunal, nuestras diferencias religiosas y nacionalistas, y seremos de inmediato buenos, generosos. En consecuencia, debemos comprender por qué no somos buenos, y no practicar pacientemente la bondad o meditar acerca de la generosidad, todo lo cual es absurdo. Pero si yo sé por qué soy cruel y, sabiéndolo, quiero ser bondadoso, entonces, debido a que mi intención es ser bondadoso, lo seré. Así, pues, otra vez importa enormemente la intención, pero la intención es inútil si no conozco la causa de mi crueldad. Por lo tanto, debo conocer todo el proceso de mi pensar, de mi actitud hacia la vida. Así, el estudio de mí mismo se toma tremendamente importante, pero el conocimiento propio no es un fin. Uno debe estudiarse más y más, pero no con una finalidad en vista, no para alcanzar un resultado, porque si buscamos un objetivo, un resultado, ponemos fin a la investigación, al descubrimiento, a la libertad. El conocimiento propio es la comprensión del proceso de uno mismo, el proceso de la mente; es estar alerta a todas las intrincaciones pasionales y a sus actividades; y, a medida que uno se conoce de manera cada vez más profunda, amplia y extensiva, surge una libertad, una liberación con respecto a las complicaciones del miedo, el cual engendra creencias, dogmas, nacionalismo, castas, y todas las horribles cosas que la mente inventa para mantenerse aislada dentro de su miedo.
Y, cuando hay libertad, hay descubrimiento de aquello que es eterno. Sin esa libertad, el limitarse a preguntar qué es lo eterno, o leer libros acerca de lo eterno, carece de todo valor. Es como los niños que juegan con sus juguetes. La eternidad, la realidad, Dios, o como prefieran llamarlo, puede ser descubierto únicamente por uno mismo. Se revela cuando la mente está libre, no trabada por creencias, prejuicios, no atrapada en la red de las pasiones, de la mala voluntad, del espíritu mundano. Pero, una mente enredada en el nacionalismo o en creencias y rituales, está presa en sus propios deseos, en sus ambiciones y búsquedas, y es obvio que una mente así no puede comprender. No está preparada para recibir.
Sólo el descubrimiento de la verdad traerá consigo dicha; para que ese descubrimiento ocurra, tiene que haber comprensión de uno mismo. Para que nos comprendamos a nosotros mismos, debe existir la intención de comprender; con esa intención surge una mente inquisitiva, pasivamente alerta, sin condena, identificación ni justificación alguna, y una percepción alerta semejante origina una liberación inmediata con respecto al problema. Por consiguiente, toda nuestra búsqueda no lo es para encontrar la respuesta a un problema, sino para comprender el problema en sí. Y el problema no está fuera de uno, es uno mismo, uno es el problema. Para comprender el problema, para comprender al creador del problema, que soy yo mismo, debo descubrirme espontáneamente a mí mismo de día en día, tal como soy, porque sólo en el instante en que surgen mis respuestas, puedo comprenderlas. Pero, si disciplino mis respuestas ajustándolas a un determinado patrón, ya sea de la izquierda o de la derecha, o si sigo una particular regla de conducta, entonces no puedo descubrir mis propias respuestas. Experimenten con ello y encontrarán que descubren sus respuestas estando atentos a cada una de ellas a medida que van presentándose, viéndolas sin condenarlas ni justificarlas y siguiendo hasta el fin toda la implicación de cada respuesta. La libertad radica en liberarse de la respuesta, no en disciplinarla.
Así, pues, toda nuestra investigación en el propósito de la existencia, nuestro inquirir acerca de si la realidad existe o no, poco significa si no comprendemos a la mente, que somos nosotros mismos. El problema, que es tan inmenso, tan complejo e inmediato, reside en uno mismo, y nadie excepto uno mismo puede resolverlo, ningún gurú, ningún maestro, ningún salvador, ninguna coacción organizada. La organización externa siempre puede ser desbaratada, porque lo interno es mucho más fuerte que la estructura externa de la existencia humana. Sin comprender lo interno, tiene muy poco sentido limitarse a cambiar el modelo de lo externo. Para originar una reorganización perdurable en las cosas externas, cada uno de nosotros debe comenzar consigo mismo; cuando existe esa transformación interna, lo externo puede ser transformado con inteligencia, compasión y extrema cautela.
Hay varias preguntas, y trataré de contestar tantas como sea posible esta tarde.
Pregunta: ¿Tiene usted un mensaje especial para la juventud?
KRISHNAMURTI: Señores ¿hay, acaso, una gran diferencia entre jóvenes y viejos? La juventud, los jóvenes, si son vitales, enérgicos, están llenos de ideas revolucionarias, llenos de descontento, ¿no es así? Tienen que estarlo, de lo contrario, ya están viejos. Por favor, esto es muy serio, de modo que no concuerden ni discrepen. Estamos considerando la vida; no estoy disertando desde el estrado para satisfacción de ustedes o para mi propia satisfacción.
Como decía, si los jóvenes no tienen ese descontento revolucionario, ya están viejos, y viejos son aquéllos que alguna vez estuvieran descontentos, pero que ahora han terminado por asentarse. Ellos quieren seguridad, permanencia, ya sea en sus empleos o en sus almas. Desean la certidumbre en las ideas, en las relaciones o en la propiedad. Si en ustedes, que son jóvenes, hay un espíritu de investigación que les hace desear la verdad acerca de todo, de cualquier acción política, ya sea de la derecha o de la izquierda, y si no están atados por la tradición, serán, entonces, los regeneradores del mundo, los creadores de una nueva civilización, de una nueva cultura. Pero, como el resto de nosotros, como la generación pasada, los jóvenes también anhelan seguridad, certidumbre. Necesitan empleos, necesitan alimento, ropa y vivienda; no quieren discrepar con sus padres, porque ello significa oponerse a la sociedad. En consecuencia, se alinean con los demás, aceptan la autoridad de los mayores. ¿Qué sucede, entonces? El descontento, que es la llama misma de la investigación, de la búsqueda, de la comprensión, ese descontento se torna mediocre, se convierte en el deseo de un trabajo mejor, de un matrimonio rico o de un título académico. Así, el descontento de los jóvenes se ve destruido, se vuelve tan sólo el anhelo de más seguridad.
Lo esencial, para viejos y para jóvenes, es vivir de una manera plena, completa. Pero ya lo ven, hay muy pocas personas en el mundo que quieran vivir con plenitud. Para vivir plenamente, tiene que haber libertad, no una aceptación de la autoridad, y la libertad es posible únicamente cuando hay virtud. La virtud no es imitación, es el vivir creativo. O sea, el estado creativo adviene con la libertad que trae consigo la virtud, y la virtud no puede cultivarse, no llega por obra de la práctica o al término de nuestra vida. O somos virtuosos y libres ahora, o no lo somos. Y para averiguar por qué no somos libres, es necesario que haya descontento, que tengamos la intención, el impulso, la energía para investigar; pero ustedes disipan esa energía sexualmente o vociferando consignas políticas, agitando banderas, o simplemente imitando, aprobando exámenes para obtener un empleo mejor.
Por lo tanto, el mundo se encuentra en tal desdicha debido a que no existe esa creatividad. Para que haya un vivir creativo, no puede haber mera imitación, seguimiento ya sea de Marx, de la Biblia o del Bhagavad Gita. El estado creativo adviene con la libertad, y la libertad es posible sólo cuando hay virtud, y la virtud no es el resultado del proceso del tiempo. Llega cuando empezamos a comprender lo que es en nuestra existencia diaria. Por lo tanto, la división entre viejos y jóvenes es, para mí, más bien absurda. Señores, la madurez no es una cuestión de edad. Aunque casi todos nosotros somos personas mayores, somos infantiles, tenemos miedo de lo que piensa la sociedad, tememos al pagano. Los que son viejos buscan permanencia, garantía de bienestar, y también los jóvenes desean seguridad. De modo que no hay una diferencia esencial entre los viejos y los jóvenes. Como dije, la madurez no radica en la edad. Llega con la comprensión, y no hay comprensión en tanto estemos escapando del conflicto, del sufrimiento; y escapamos del sufrimiento cuando buscamos consuelo, cuando vamos en pos de un ideal. Pero, cuando somos jóvenes es cuando realmente investigamos, y lo hacemos con ardor, con un propósito intenso. A medida que envejecemos, la vida llega a ser demasiado para nosotros, nos embotamos más y más. Desperdiciamos inútilmente nuestras energías. Conservar esa energía para propósitos de investigación, para descubrir la realidad, requiere muchísima educación, no la mera conformidad a un modelo de conducta; eso no es educación. No es educación el mero aprobar exámenes. Un tonto puede aprobar exámenes, sólo necesita cierto tipo de mente. Pero investigar a fondo y descubrir qué es la vida, comprender toda la base de la existencia, exige una mente muy alerta, aguda y flexible. Pero la mente pierde su flexibilidad cuando es forzada a amoldarse, y toda la estructura de la sociedad se basa en la coacción. Por sutil que sea tal coacción, a través de ella la comprensión resulta imposible.
Pregunta: La confianza que usted tiene en sí mismo, ¿nace de su propia liberación con respecto al miedo, o se debe a su convicción de que se halla sólidamente respaldado por grandes seres como Buda y Cristo?
KRISHNAMURTI: Señores, en primer lugar, ¿cómo nace la confianza? Hay dos tipos de confianza. Está la que llega mediante la adquisición de conocimiento técnico. Un mecánico, un ingeniero, un físico, un violinista que conoce a fondo el instrumento, tienen confianza, porque han estudiado o practicado durante un número de años y han adquirido una técnica. Eso otorga un tipo de confianza, una confianza puramente superficial, técnica. Pero hay otro tipo de confianza que proviene del conocimiento propio, de conocerse uno por completo a sí mismo, tanto en lo consciente como en lo inconsciente, tanto la mente oculta como la manifiesta. Yo sostengo que es posible conocerse a sí mismo completamente, y entonces existe una confianza que no es agresiva, autoafirmativa, astuta, ni es esa confianza que aparece con el logro de algo; es la confianza de ver las cosas sin distorsión alguna, tal como son de instante en instante. Tal confianza nace naturalmente cuando el pensamiento no se basa en la realización, el engrandecimiento o la salvación personal, y cuando cada cosa revela su verdadero significado. Entonces uno está respaldado por la sabiduría, ya sea de Buda o de Cristo. Esa sabiduría, esa confianza, esa extraordinaria y veloz flexibilidad de la mente, no es para unos pocos exclusivos. La comprensión no tiene jerarquías. Cuando Usted comprende un problema de relación, ya sea con objetos físicos, con ideas o con su prójimo, esa comprensión lo libera de todo sentido de tiempo, de posición social, de autoridad. Por lo tanto, no existe la separación de Maestro y discípulo, del gurú que se sienta en un estrado y ustedes que se sientan allá abajo. Señores, esa confianza es amor, afecto; cuando uno ama a alguien, no hay diferencia, no hay arriba ni abajo. Cuando hay amor, cuando existe esta llama extraordinaria, ella misma es su propia eternidad.
Pregunta: ¿Podemos dar con lo real a través de la belleza? ¿O, en lo que a la verdad concierne, la belleza es estéril?
KRISHNAMURTI: Bien, ¿qué entendemos por belleza y qué entendemos por verdad? Ciertamente, la belleza no es un ornamento; la mera decoración de un cuerpo no es belleza. Todos queremos ser bellos, todos queremos tener buena presencia, pero eso no es lo que entendemos por belleza. Ser pulcros, aseados, limpios, corteses, considerados, etc., forma parte de la belleza, ¿no es así? Pero éstas son tan sólo expresiones de un estado interno exento de fealdad. Ahora bien, ¿qué está sucediendo en el mundo? Todos los días, más y más, estamos decorando lo externo. Las estrellas de cine, y ustedes que las copian, se conservan hermosas exteriormente, pero si no tienen nada adentro, la decoración externa, la ornamentación, no es belleza. Señores, ¿no conocen ustedes ese estado interno del ser, esa serenidad interna en la que hay amor, amabilidad, generosidad, compasión? Ese estado del ser es, obviamente, la esencia misma de la belleza; sin eso, el mero adornarnos a nosotros mismos es acentuar los valores sensorios; y cultivar los valores de los sentidos, como ahora lo estamos haciendo, debe conducir, inevitablemente, al conflicto, a la guerra, a la destrucción.
La decoración de lo externo es la naturaleza misma de nuestra civilización actual, basada en la industrialización. No es que yo esté en contra de la industrialización; sería absurdo destruir las industrias. Pero si nos limitamos a cultivar lo externo sin comprender lo interno, es inevitable que demos origen a esos valores que llevan a los hombres a destruirse unos a otros; y eso es, exactamente, lo que sucede en el mundo. La belleza es considerada un ornamento que puede comprarse y venderse, pintarse, etc. Eso, por cierto, no es belleza. La belleza es un estado del ser, y ese estado del ser adviene con la riqueza interior, que no es la acumulación interna de riquezas que llamamos virtudes, ideales. Eso no es belleza. La riqueza, la belleza interior con sus propios tesoros imperecederos, adviene cuando la mente está libre, y la mente puede estar libre sólo cuando no hay miedo. La comprensión respecto del miedo llega a través del conocimiento propio, no de ofrecer resistencia al miedo. Si ustedes se resisten al miedo, es decir, a cualquier forma de fealdad, lo único que hacen es levantar un muro contra ello. Detrás del muro no hay libertad, sólo hay aislamiento, y lo que vive en aislamiento jamás puede ser interiormente rico, jamás puede ser pleno. De modo que la belleza se relaciona con la realidad únicamente cuando la realidad se manifiesta por medio de aquellas virtudes que son esenciales.
Ahora bien, ¿qué entendemos por verdad, o Dios, o como quieran llamarlo? Evidentemente, eso no puede ser formulado, porque lo que puede formularse no es lo real, es una creación de la mente, el resultado de un proceso de pensamiento; y el pensamiento es la respuesta de la memoria. La memoria es el residuo de las experiencias incompletas; por lo tanto, la verdad, o Dios, es lo desconocido y no puede formularse. Porque, para que lo desconocido sea, la mente misma debe dejar de estar atada a lo conocido; entonces sí, hay relación entre la belleza y la realidad, entonces la realidad y la belleza no son diferentes, entonces la verdad es belleza, ya sea en una sonrisa, en el vuelo de un pájaro, en el llanto de una criatura, o en la ira de nuestra esposa o de nuestro esposo. Es bueno conocer la verdad de lo que es, pero para conocer la belleza de esa verdad, la mente debe ser capaz de comprender, y la mente no puede comprender cuando se halla amarrada, cuando tiene miedo, cuando está eludiendo algo. Esta actitud de eludir adopta la forma de la ornamentación, de la decoración externa; siendo internamente insuficientes, pobres, procuramos ser hermosos exteriormente. Construimos casas magníficas, compramos muchísimas joyas, acumulamos posesiones. Todas estas cosas son indicaciones de pobreza interior. No es que no debamos tener bellos saris, buenas casas, pero sin riqueza interior ellas no tienen ningún sentido. Debido a que no somos ricos interiormente, cultivamos lo externo; en consecuencia, el cultivo de lo extemo está conduciéndonos a la destrucción. Es decir, cuando cultivamos los valores sensorios, es necesaria la expansión, son necesarios los mercados; tenemos que expandirnos por medio de la industria, y la expansión competitiva de la industria significa más y más controles que, ya sean de la derecha o de la izquierda, conducen inevitablemente a la guerra; y tratamos de resolver los problemas de la guerra a base de valores sensorios.
Aquél que busca la verdad es aquél que busca la belleza; no son distintos. La belleza no es la mera ornamentación exterior, sino esa riqueza que llega gracias a la libertad de la comprensión interna, cuando nos damos cuenta lúcidamente de lo que es.
Pregunta: ¿Por qué crítica usted a la religión, que contiene, evidentemente, granos de verdad? ¿Por qué tirar al bebé junto con el agua del baño?¿Acaso no es necesario reconocer la verdad dondequiera que se encuentre?
KRISHNAMURTI: Señores, ¿qué entienden ustedes por religión? El dogma organizado, la creencia, los rituales, la adoración de una persona, por grande que sea, el recitar oraciones, repetir shastras, citar la Biblia.., ¿es religión todo eso? ¿O la religión es la búsqueda de la verdad, de Dios? ¿Pueden encontrar a Dios por medio de la creencia organizada, o llamándose hindúes y siguiendo todos los rituales del hinduismo o de algún otro “ismo”? Lo que yo critico no es, por cierto, la religión ni la búsqueda de la realidad, sino la creencia organizada con sus dogmas y sus fuerzas e influencias separativas. Nosotros no buscamos la realidad, sino que estamos atrapados en la red de las creencias organizadas, de los ceremoniales repetitivos; ustedes ya conocen todo eso. Y es eso lo que yo llamo insensatez, porque son narcóticos que distraen la mente alejándola de la verdadera búsqueda; ofrecen escapes y, de tal modo, tornan a la mente torpe, ineficaz.
De modo que nuestras mentes se hallan atrapadas en la red de las creencias organizadas con su sistema de autoridades, sacerdotes y gurúes, todo lo cual es engendrado por el miedo y por el deseo de certidumbre; y, como estamos atrapados en esa red, es obvio que no podemos limitamos a aceptar; debemos investigar, mirar las cosas y experimentar de manera directa, ver en qué estamos atrapados y por qué lo estamos. Debido a que mi bisabuelo practicó cierto ritual, o porque mi madre llorará si no lo practico, me veo obligado a practicarlo. Un hombre así depende, psicológicamente, de otros y, en consecuencia, es temeroso e incapaz de descubrir qué es la verdad. Puede hablar de ella, puede repetir innumerables veces el nombre de Dios, pero con eso no logra nada, no da con la realidad. La realidad lo rehuirá, porque está encajonado en sus propios prejuicios y temores.
Ustedes son los responsables por esta religión organizada, ya sea en Oriente o en Occidente, la cual, estando basada en la autoridad, ha separado a los seres humanos. ¿Por qué necesitan ustedes la autoridad, la autoridad del pasado o del presente? La necesitan porque están confusos, se debaten en la pena, en la ansiedad, se sienten solos y están sufriendo. Por eso anhelan una ayuda externa, y así crean la autoridad, política o religiosa; habiendo creado esa autoridad, siguen sus directivas, confiando en que quedarán eliminadas la confusión, la ansiedad, la pena que llevan en sus corazones. ¿Puede otra persona eliminar nuestras propias penas, nuestros sufrimientos? Otros pueden ayudarnos a escapar del dolor, pero el dolor está siempre ahí.
Son, pues, ustedes quienes crean la autoridad y, habiendo creado la autoridad, se convierten en sus esclavos. La creencia es un producto de la autoridad, y como ustedes desean escapar de la confusión, quedan atrapados en la creencia y, por ende, continúan en la confusión. Sus líderes son el resultado de la confusión de ustedes; en consecuencia, también tienen que estar confundidos. Si ustedes tuvieran claridad, si no estuvieran confundidos, jamás seguirían a nadie y experimentarían de manera directa. La confusión en que se hallan les impide la experiencia directa. Desde esa confusión crean al líder, crean la religión organizada, el culto separativo, que dan origen a la lucha que hoy en día se desarrolla en el mundo. En la India, adopta la forma de conflictos comunales entre musulmanes e hindúes; en Europa, son los comunistas contra los derechistas, y así sucesivamente. Si lo examinan con cuidado, si lo analizan, verán que todo ello se basa en la autoridad; una persona dice esto y otra persona dice aquello, y la autoridad es creada por usted y por mí, porque estamos confusos. Esto, desde el punto de vista verbal, puede sonar exageradamente simplificado, pero si lo investigan, no es simple, es extremadamente complejo.
Estando confusos, desean que se los saque de la confusión, lo cual indica que no comprenden el problemá de la confusión, sólo están buscando un escape. Para comprender la confusión, debe uno comprender a la persona que genera la confusión, la cual es uno mismo; y si uno no se comprende a sí mismo, ¿de qué sirve seguir a alguien? Estando confusos, ¿piensan que encontrarán la verdad en alguna práctica, que la encontrarán en la religión organizada? Aunque puedan estudiar los Upanishads, el Gita, la Biblia, o cualquier otro libro, ¿creen que son capaces de leer la verdad que contienen, cuando ustedes mismos están confusos? Traducirán lo que lean, y lo harán de acuerdo con la propia confusión, con sus agrados y desagrados, sus prejuicios, su condicionamiento. No entrarán, por cierto, en contacto con la realidad. Dar con la verdad, señor, es comprenderse a sí mismo. La verdad viene a usted, usted no tiene que ir hacia la verdad; y ésa es la belleza de ello. Si usted va hacia la verdad, aquello que aborda es proyectado por usted mismo; por lo tanto, no es la verdad. Eso se convierte en un mero proceso de autohipnosis, como lo es la religión organizada. Para dar con la verdad, para que la verdad venga a uno, es preciso que uno vea muy claramente sus propios prejuicios, sus opiniones, ideas y conclusiones; y esa claridad llega gracias a la libertad, que es virtud. Para la mente virtuosa, la verdad se encuentra en todas partes. Entonces, uno no pertenece a ninguna religión organizada, entonces es libre.
Así, pues, la verdad se revela cuando la mente es capaz de recibirla, cuando el corazón se ha vaciado de las cosas de la mente. En la actualidad, nuestros corazones están llenos de cosas de la mente, y cuando el corazón se libera de la mente, se toma receptivo, sensible a la realidad.
Pregunta: Algunos de nosotros que lo hemos escuchado durante muchos años, concordamos, quizá sólo verbalmente con lo que usted dice. Pero de hecho, en la vida cotidiana, estamos embotados y no existe el vivir de instante en instante del que usted habla. ¿Por qué hay una brecha tan enorme entre el pensamiento, o más bien las palabras, y la acción?
KRISHNAMURTI: Creo que confundimos la valoración verbal de algo, con la verdadera comprensión. Verbalmente, nos comprendemos el uno al otro, entendemos las palabras. Yo les comunico verbalmente ciertos pensamientos que tengo, ustedes permanecen en el nivel verbal y, desde ese nivel verbal, esperan actuar. Tienen que averiguar, pues, si la valoración verbal genera comprensión, acción. Por ejemplo, cuando digo que la buena voluntad, el afecto, el amor son la única solución, la única manera de salir de este desorden, ustedes entienden eso verbalmente y, si son algo reflexivos, es probable que estén de acuerdo. Entonces, ¿por qué no actúan? Por la muy sencilla razón de que la respuesta verbal se identifica con la respuesta intelectual. O sea, intelectualmente piensan que han captado la idea, por lo cual, entre la acción y la idea existe una división. Por eso, el cultivo de las ideas genera, no comprensión, sino mera oposición, ideas contrarias; y, aunque tales ideas contrarias puedan producir una revolución, ésta no significará una verdadera transformación del individuo y, por ende, de la sociedad.
No sé si me expreso claramente sobre este punto. Si nos detenemos en el nivel verbal, producimos tan sólo ideas, porque las palabras son cosas de la mente. Las palabras son sensorias, y si permanecemos en el nivel verbal, las palabras sólo pueden crear ideas y valores sensorios. Es decir, un conjunto de ideas crea ideas opuestas, las que producen una acción, pero ésta no es sino una reacción, la respuesta a una idea. Casi todos vivimos tan sólo verbalmente, nos alimentamos de palabras; el Bhagavad Cita dice esto, los Puranas dicen aquello, o Marx dice esto y Einstein dice eso otro. Las palabras pueden producir únicamente ideas, y las ideas jamás darán origen a la acción; por eso tenemos esta brecha entre la comprensión verbal y la acción.
Ahora bien, el interlocutor quiere saber cómo se construye el puente entre la palabra y la acción. Yo digo que no es posible, que no podemos llenar el vacío que existe entre la palabra y la acción. Por favor, vean la importancia de esto, que las palabras jamás pueden producir acción. Sólo pueden producir una respuesta, una acción contraria o reacción y, por ende, una reacción ulterior, como una onda; y en esa onda están ustedes atrapados. La acción, en cambio, es algo por completo diferente, no es una reacción. Así pues, ustedes no pueden llenar la brecha entre la palabra y la acción. Tienen que abandonar la palabra, y entonces actuarán. Nuestra dificultad reside, entonces, en cómo abandonar la palabra, es decir, en cómo actuar sin reacción. ¿Entienden? Porque en tanto se alimenten de palabras, están obligados a reaccionar; por consiguiente, tienen que vaciarse de las palabras, lo cual implica vaciarse de toda imitación. Las palabras son imitación; vivir en el nivel verbal es vivir en la imitación, y dado que nuestra vida se basa en la imitación, en copiar, es natural que nos hayamos tornado incapaces de actuar. En consecuencia, tienen que investigar los diversos modelos que les hacen copiar, imitar, vivir en el nivel verbal; y, a medida que comiencen a desenmarañarlos, encontrarán que actúan sin reacción.
Señor, el amor no es una palabra, la palabra no es la cosa, ¿verdad? Dios no es la palabra Dios, el amor no es la palabra amor. Pero la palabra los satisface, porque les brinda una sensación. Cuando alguien dice “Dios”, se sienten afectados en lo psicológico o nerviosos, y a esa respuesta la llaman comprensión acerca de Dios. Así que la palabra influye en sus nervios y sentidos, produciendo cierta acción. Pero la palabra no es la cosa, la palabra Dios no es Dios; ustedes han sido alimentados de palabras, de respuestas sensorias, nerviosas. Vean, por favor, la importancia de esto. ¿Cómo pueden actuar si se han alimentado de palabras vacías? Porque las palabras están vacías, ¿no es así? Sólo pueden producir una respuesta nerviosa, pero eso no es acción. La acción puede tener lugar únicamente cuando no hay respuesta imitativa, lo cual implica que la mente debe investigar todo el proceso de la vida verbal. Por ejemplo, algún líder político o religioso hace una declaración y, sin pensarlo, ustedes dicen que están de acuerdo, y entonces agitan una bandera, pelean por la India o por Alemania. Pero no han examinado lo que se dijo, y puesto que no lo han examinado, lo que hacen es tan sólo reaccionar, y entre la reacción y la acción no puede haber relación alguna. La mayoría de nosotros está condicionada para la reacción, de modo que deben ustedes descubrir las causas de este condicionamiento; y, a medida que la mente empiece a liberarse del condicionamiento, descubrirán que hay acción. Tal acción no es reacción; ella tiene su propia vitalidad, su propia eternidad.
La dificultad con todos nosotros consiste, pues, en que queremos tender un puente donde es imposible tenderlo, queremos servir tanto a Dios como a Mammón. Queremos vivir en el plano verbal y, no obstante, actuar. Ambas cosas son incompatibles. Todos conocemos la reacción, pero muy pocos de nosotros conocen la acción, porque la acción llega sólo cuando comprendemos que la palabra no es la cosa. Cuando comprendemos eso, podemos ir más a lo profundo; podemos empezar a descubrir en nosotros mismos todos los temores, las limitaciones, los escapes y las autoridades. Pero eso significa que debemos vivir muy peligrosamente, y muy pocos desean vivir en un estado de revolución perpetua. Lo que queremos es un rincón apartado y tranquilo, un refugio donde podamos establecernos y sentirnos cómodos emocional, física o psicológicamente. Tal como no hay relación entre un hombre perezoso y uno muy activo, así no hay relación alguna entre la palabra y la acción; pero, una vez que comprendemos eso y vemos todo lo que significa, entonces hay acción. Una acción así nos conduce a la realidad, sin duda alguna; es el campo en el que la realidad puede operar. Entonces no tenemos que buscar la realidad; se manifiesta directamente, de manera misteriosa, silenciosa y furtiva. Y bienaventurada es la mente capaz de recibir la realidad.
25 de julio de 1948
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